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Nuestra Pompeya del XVIII

Sólo la ignorancia o el desconocimiento sobre la importancia que tienen los restos arqueológicos hallados recientemente bajo lo que fue el Mercat del Born pueden explicar, aunque no justificar, algunos de los despropósitos que se han dicho y escrito tras conocerse este descubrimiento. Intentar, como algunos pretenden, presentar la defensa de la preservación de estos restos como una muestra más de la mitología patriótica que el nacionalismo catalán ha creado sobre la derrota frente a Felipe V es, como mínimo, una manifestación de incultura. Lo es también el intento de oponer la imprescindible construcción de una nueva gran biblioteca pública a la no menos imprescindible conservación de unos restos que algún experto que ha podido visitarlos no ha dudado en calificar como 'nuestra Pompeya del siglo XVIII'.

No disponemos de un repertorio arqueológico monumental del XVIII como el que ahora se ha hallado en el Born

Bajo la fácil excusa de la modernidad más banal y efímera, que llega incluso a cuestionar la misma pervivencia de los museos por la existencia de Internet, algunos de los que exigen la preservación por los siglos de los siglos de todo lo editado en nuestro país parecen ahora empeñados en hacernos prescindir de un legado histórico monumental, que constituye un testimonio ejemplar y único de lo que fue la vida en la Barcelona de hace tres siglos.

La importancia de un hallazgo arqueológico no radica exclusiva ni básicamente en su antigüedad, por muy importante que pueda ser este dato. En el caso que nos ocupa lo realmente trascendental es que los restos hallados bajo lo que fue el Mercat del Born y sus aledaños constituye un testimonio monumental muy amplio de lo que fue la estructura urbanística y la vida familiar y social de los habitantes de la ciudad de Barcelona a principios del siglo XVIII, un periodo de la historia de Cataluña sobre el que casi no existen testimonios monumentales significativos.

Por muy importantes que sean los hallazgos ya conocidos sobre nuestro pasado más remoto -algunos restos iberos, otros muchos romanos, importantes monumentos medievales, románicos y góticos...-, encontrar ahora en un perfecto estado de conservación una parte muy importante de lo que fue la capital catalana de hace ya tres siglos constituye un descubrimiento arqueológico de gran trascendencia, que debemos conservar como parte sustantiva de nuestro patrimonio monumental colectivo.

Poco o nada importa el lugar concreto del hallazgo, ni si éste puede interferir o no en la construcción de un equipamiento cultural tan necesario como una nueva gran biblioteca pública adecuada a los nuevos tiempos, una interferencia por otra parte cuestionable y que no sería óbice para que la biblioteca fuese erigida en otro espacio público disponible, como la actual estación de Francia.

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Que Felipe V, tras su victoria frente a los austriacistas catalanes, ordenase a sus zapadores arrasar prácticamente todo lo edificado entre lo que hoy es el parque de la Ciutadella y lo que entonces era el centro neurálgico de la ciudad de Barcelona, para tener así a la capital catalana sometida a la amenaza constante del fuego de su artillería, es lo que a la postre nos va a permitir descubrir cómo vivían nuestros antepasados a principios del siglo XVIII. Las construcciones entonces arrasadas lo fueron sólo hasta un nivel determinado, y todo cuanto entonces fue destruido quedó soterrado de forma inmediata, permaneciendo así por espacio de cerca de 300 años.

Como sucedió en la Pompeya romana asolada por la lava del Vesubio, la tierra cubrió una muy amplia superficie de la Barcelona arrasada por las tropas borbónicas. Esto es lo que ha hecho posible el reciente descubrimiento de una ciudad absolutamente desconocida en su configuración material concreta, aunque al mismo tiempo perfectamente documentada en los archivos. En muy pocas ocasiones un hallazgo arqueológico de esta magnitud, y encontrado en un tan perfecto estado de conservación, llega acompañado de un apoyo documental tan importante y solvente, que permite dar todo tipo de datos e informaciones sobre todos y cada uno de los edificios, acerca de sus propietarios y ocupantes, su condición social, su actividad profesional y su vida familiar.

Que entre los importantes restos arqueológicos descubiertos figuren también algunas balas de cañón con las que las tropas de Felipe V destruyeron algunos de aquellos edificios en su asedio a Barcelona es sólo un simple elemento más del descubrimiento, como lo son, por seguir con el ejemplo antes mencionado, los innumerables enseres y objetos de todo tipo hallados en los restos sepultados de la ciudad de Pompeya, que ayudan a comprender mucho mejor la totalidad de lo descubierto. Las balas de cañón encontradas ahora bajo el Mercat del Born son anecdóticas en un hallazgo que pone al descubierto desde la misma configuración urbanística del conjunto hasta el diseño de sus interiores, sin olvidar tantos aspectos de una muy amplia zona ciudadana que sólo por un azar de la historia nos ha llegado poco menos que intacta.

Los árboles no deberían impedir que contemplásemos el bosque en toda su magnitud y complejidad. Y este gran bosque arqueológico, de una riqueza al parecer sin precedentes en Cataluña, en modo alguno está ni estará reñido nunca con la edificación de una moderna y gran biblioteca pública, porque por mucho que algunos se empeñen en ello no puede haber oposición entre la cultura de los libros y la cultura de las piedras. Porque tanto la una como la otra son y serán siempre imprescindibles en una sociedad civilizada y culta, que desde el presente, con voluntad de futuro, asume plenamente el pasado como una parte irrenunciable de su patrimonio cultural colectivo.

Jordi García-Soler es periodista

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