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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Corsarios culturales

La piratería puede dañar gravemente a la creación cultural, por lo que urge atajarla, aunque la tecnología de la copia avanza con más rapidez que la de la creación. La mesa antipiratería organizada en Bruselas ha condenado unánimente esta piratería y denunciado los cuantiosos daños que causa a la industria cultural -música, cine, libros y software- la venta masiva de copias ilegales, más baratas que las legales. La unanimidad se extendió a la petición de fuertes sanciones penales para quienes sean sorprendidos en esta práctica, ya que hasta ahora sólo puede ser combatida judicialmente mediante demandas civiles. La reunión de Bruselas ha servido principalmente para llamar la atención de la sociedad hacia un problema cuyas manifestaciones se perciben todos los días en la calle, donde la venta ilegal se extiende como la pólvora, a pesar de lo cual no se advierte una sensibilización especial entre los consumidores.

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Conviene desmentir la imagen de que la piratería es un modesto negocio de inmigrantes o pequeños comerciantes que viven de la economía sumergida y que sólo daña a los grandes magnates de la industria. La piratería es un negocio organizado en redes complejas y muy rentables, capaces de distribuir y vender, por ejemplo, 1.850 millones de copias ilegales en todo el mundo en unos pocos días. Su existencia daña los intereses legítimos de los propietarios y accionistas legales, pero también la de los autores y creadores diversos, que viven y trabajan gracias a esos ingresos legales.

La reproducción ilegal requiere abundantes inversiones en plantas de discos ópticos para grabar los productos legales que se desean piratear. Es evidente que el problema debe ser enfocado muy en serio desde la perspectiva legal, judicial e industrial, y, sobre todo, es necesario articular una legislación que sea eficaz tanto en Europa como en Asia. Como otros fenómenos, este delito también responde a las reglas de la globalización, y no es posible combatir fraudes que se extienden por todos los mercados con normas que sólo sirven para España o policías que sólo tienen jurisdicción en Italia, por poner dos ejemplos.

Pero además deberían abrirse otro tipo de reflexiones, para completar la comprensión del problema. El narcotráfico y otros tipos de crimen organizado utilizan también estas redes de corsarios digitales. La industria cultural debería considerar además si la indiferencia social ante la progresión de los mercados corsarios no responde a algún tipo de insatisfacción por los modelos de venta. Recientemente, las compañías musicales consiguieron cerrar Napster, la red de intercambio musical que llegaron a utilizar 70 millones de usuarios en todo el mundo; pero ha sido casi inmediatamente sustituida por otras de similares características. Este fenómeno, como otros casos de fraude, va más allá del deseo de los consumidores de ahorrarse un dinero. No sería un despropósito que la industria legal de la cultura examinase sus ofertas y su política general de marketing, sobre todo sus precios, a menudo injustificadamente elevados. Para combatir mejor la piratería y para mejorar las prestaciones al usuario.

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