El hecho diferencial
Toda feria tiene por objeto exhibir productos para su venta, pero Arco posee un hecho diferencial: que sus productos son unos elementos culturales denominados obras de arte. Por si acaso el carácter crematístico del comercio no casa bien con el aura artística de este tipo de productos, Arco intenta acentuar el aspecto cultural ofreciendo una larga serie de actividades e invitando a artistas y galeristas que, sin necesidad de correr grandes riesgos comerciales, puedan presentar obras que, en teoría, deben elevar el tono creativo y propositivo del arte que se exhibe en la feria. Con estas actividades se trata de ofrecer una visión panorámica de la situación actual que pueda servir de referencia frente a lo más convencional, algo así como lo que debería hacer una bienal o una dokumenta.
Arco intenta acentuar el aspecto cultural ofreciendo una larga serie de actividades que puedan presentar obras que, en teoría, deben elevar el tono creativo en la feria
Para conseguir estos propósitos, desde hace unos años se vienen desarrollando dos líneas de intervención, una denominada Project Rooms Invitational, en la que un artista joven ocupa un cubículo (room) realizando una propuesta más o menos especifica para el espacio ofrecido. La otra línea, denominada Cutting Edge, permite mostrar los criterios operativos de galerías supuestamente vanguardistas que, por trabajar con artistas situados en el borde, entraña cierto riesgo comercial. A pesar de la irregularidad y disparidad de las propuestas que se suelen ofrecer en estos encuentros, se pretende que sean una auténtica referencia de la situación creativa del arte actual, pero el propio medio en el que se generan estas propuestas y la dependencia económica y comercial en la que se producen no permiten ser más que anécdotas más o menos ingeniosas o graciosas, según los casos, pero del todo irrelevantes como referentes estéticos.
Sin embargo, este año parece que se ofrece un poco más de coherencia en la sección de Project Rooms, en la que se muestran obras contundentes en su simplicidad y economía de medios, lo que contrasta claramente con el abigarramiento de quienes acuden a la feria con el ánimo de mostrarlo todo en régimen de masivo apilamiento. Dentro de esta sección cabría destacar las construcciones de Isidro Blasco (Madrid, 1962), con sus juegos espaciales poscubistas; el vídeo de Santiago Sierra (Madrid, 1966), que pone en evidencia, como la mayoría de sus últimas obras, el estado de necesidad que conduce a la vejación humana; la obra de Priscilla Monge (San José de Costa Rica, 1968), consistente en unas pizarras en las que se copian castigos relacionados con la práctica del arte; la instalación de Jana Leo (Madrid, 1965), que reproduce un espacio íntimo de vivencias; el mural de Mona Marzouk (Alejandría, 1968), que recrea una delicada sombra en un volumen vacío; la acción de Ene-Liis Semper (Tallin, 1969), quien lame con su lengua el suelo y las paredes de la exposición, entre otras obras también interesantes.
Por el contrario, la sección Cutting Edge sigue ofreciendo un aspecto variopinto, lo que se acentúa con la diversidad de comisarios y de procedencias geográficas de las galerías expositoras, de tal manera que se entremezclan grupos temáticos, como el dedicado a la fotografía, con galerías que representan al Caribe, a los países nórdicos, a Italia o al continente asiático, entre otros lugares distantes. La sensación general que se extrae de este conjunto de galerías y de sus propuestas es la de una mezcla de elementos absurdos e incoherentes, tras la que se intuye una pretensión de neovanguardismo que se queda en el déjà-vu. Más frustrante está resultando la sección de fotografía, que parece haber perdido la pujanza y el interés que suscitó en la última década, cayendo ahora en los tópicos de lo vulgar y lo anodino.
Esta sensación de que todo se ha visto en otro tamaño, color o material, no sólo anuncia el agotamiento de la creatividad artística y la suplantación de ésta por la anécdota ingeniosa, sino que pone de manifiesto la presión de la globalización económica sobre los productos de la cultura. Esta presión se hace particularmente evidente en las galerías asiáticas (Pekín, Taipei, Tokio, Kuala Lumpur), en las que los artistas parecen indecisos entre mantener un cordón umbilical con las formas, las imágenes, los modos y los temas de su tradición vernácula, lo que podría resultar comercial para el público occidental, o imitar los guiños de las galería del Soho, aceptando así los paradigmas impuestos por el mercado globalizado, del que Arco, con su búsqueda de internacionalización, resulta ser uno de sus eslabones.
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