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Columna
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Ocurrencia

Las disculpas del caballero Fernando Fernández de Trocóniz sobre lo que dijo de pensiones y mujeres no me desalentarán. Yo sé que están preparando algo, algo para fastidiarnos, quiero decir, y deseo anticiparme a los eventos para mostrar mi patriotismo constitucional antes de que me den con la Patria y la Constitución por la mismísima ventanilla posterior.

En realidad, lo único que me pareció sumamente molesto de su diatriba contra nuestra longevidad fue que el tal De Trocóniz trate la lengua castellana tan mal como pretendió que se tratara a las mujeres: actuarialmente, dijo, supongo que traduciendo actually (realmente) del inglés. Lo trocóniz no quita lo políglota, y todos sabemos que un alma inmunda es perfectamente compatible con un diploma de Harvard. El caso es que, lejos de ofenderme como mujer y como menopáusica autodidacta, di un paso adelante y preparé mi futura inmolación. Un suicidio a lo grande, a celebrar el mismo día en que me jubile. No me iría sola.

-Maricruz, que nos vamos a sacrificar por España -le diría a la señora que me cuida.

-¿Cómo que nos? -protestaría ella en un primer momento.

-A ver si se cree que me voy a morir sin compañía. Usted se jubila y se suicida conmigo, y me importa un pepino que tenga nueve años menos.

Porque estas cosas hay que hacerlas a lo faraónico, llevándose también por delante a la servidumbre y los papeles de la hipoteca a medio pagar.

-Mujer, no se lo tome así, que lo del bestia ése ha sido sólo una ocurrencia, como dice Aznar -aduce Maricruz hoy mismo, cuando le expongo mis planes. Observo en ella cierto retintín, dada su condición de andaluza roja y descreída.

Sí, farfullo. Ocurrencias. La solución final de Hitler también lo fue, a fin de cuentas, por no hablar del invento de la silla eléctrica: ¿quién podría negar que la humanidad ha conquistado grandes retrocesos a fuerza de ocurrencias? De modo que no nos confiemos. Preparémonos, por el contrario, para rendir un último servicio a la bandera.

Qué quieren que les diga. Como no hay mal que por bien no venga, igual por el camino de las pensiones conseguimos el establecimiento de la eutanasia. Que los caminos del Gobierno son inescrutables, además de indescriptibles.

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