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Tribuna:DEBATE: Berlusconi, Italia y Europa | DEBATE
Tribuna
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¿Otra relación transatlántica?

Emilio Menéndez del Valle

Silvio Berlusconi es un ególatra. Su prepotencia puede llegar hasta la grosería cuando trata con los débiles, a los que pretende aplastar con su fuerza. Es, además, ignorante de muchos temas (al igual que muchos lo somos), pero su osadía, que se cree soportada por la fuerza económico-mediática de que dispone, le lleva a ser inconsciente de su propia ignorancia. No me atrevo a calificarlo de débil ante los fuertes porque él pertenece a éstos. Ha puesto de manifiesto estas características en la reciente y absurda crisis que ha originado al forzar la dimisión del ministro de Asuntos Exteriores, Renato Ruggiero, que es ejemplo de todo lo contrario que Berlusconi representa.

Al presidente del Gobierno italiano no le ha bastado deshacerse del mascarón de proa europeísta de su Gabinete, sino que lo ha hecho humillándole a él y a su entorno de confianza. En los días previos a la dimisión le ha calificado de 'técnico', cuando Ruggiero es, obviamente, más político que quien le ha defenestrado. Y el miércoles pasado -en su toma de posesión como nuevo ministro de Exteriores, cargo que pretende acumular al de jefe de Gobierno por un tiempo aún no concretado- ha vuelto a poner de manifiesto su carácter. Berlusconi eligió ese día porque en el Ministerio de Exteriores, la Farnesina, se daba la bienvenida a 51 nuevos diplomáticos. Il Cavaliere no sólo afirmó que, como neoministro de Exteriores, es 'la persona justa en el puesto justo, e incluso me divierto', sino que, dirigiéndose a los jóvenes diplomáticos, declaró: 'Un viento nuevo constituido por 52 personas entra en la diplomacia italiana: 51 sois vosotros. La otra soy yo'. Y continuó castigando a Ruggiero de nuevo, esta vez en el respetable abdomen de Giuseppe Baldocci, secretario general de la Farnesina y hombre de confianza del depuesto ministro. Señalando a Baldocci, que viste chaleco, espetó: '¿Veis esta prenda? Ya no la lleva nadie'. ¿Es ésta la reforma a fondo de la carrera diplomática que pretende hacer el presidente ministro? ¿Menos chalecos y menos cócteles? ¿En cuántos meses?

Dicho todo esto, tengo el deber de recordar a los lectores que aquel a quien critico fue elegido democráticamente por el pueblo italiano hace escasos meses. Distinto es predecir si volverá a recibir el mismo número de votos en los siguientes comicios. No obstante, lo que ahora importa es señalar la degradación, confusión y ridículo que se han apoderado de la política italiana, incluida la política hacia Europa (o mejor dicho, la carencia de política europea). Algo de lo que no es responsable únicamente Berlusconi. Conviene recordar que, en la década de los noventa, la vida y el sistema políticos en ese país tan hermoso, dúctil y condescendiente que es Italia resultaron desquiciados por persistentes acciones insolventes de unos y de otros. Ello afectó a la derecha y a la izquierda. Pero la crisis Ruggiero la ha provocado Berlusconi y le ha estallado al centro-derecha. Dicha crisis no es sino el afloramiento convulso de las contradicciones y tensiones que en los últimos años han venido, más o menos soterradamente, arraigando en Italia, a propósito de su papel en la actual UE. Y hablamos, nada menos (recuérdese el propio constitutivo Tratado de Roma), que de uno de los seis Estados fundadores de las Comunidades Europeas.

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Digo que le ha explotado al centro-derecha porque Berlusconi ha construido una coalición de gobierno incompatible a medio plazo. Incluso, a los ojos de muchos de los que votaron a su organización, Forza Italia. Y desde luego, a la mayoría de los europeístas. Una coalición que incluye a neofascistas o 'posfascistas' (Alianza Nacional de Fini), separatistas, racistas, excluyentes y 'teócratas', es decir, nostálgicos de la Europa 'cristiana' y medieval (Liga Norte de Bossi), más una miniconstelación de residuos democristianos y neoliberales.

Bossi, atrabiliario, grotesco, bufón, que obtuvo sólo el 3,9% de los votos en mayo de 2001, es el más estridente en el antieuropeísmo ('Demos a Europa lo menos posible'; 'El euro me importa un pito'). Fini no llegó al 10%, pero es también antieuropeo, antiliberal y autoritario. Sin embargo, las disidencias de peso respecto al común sentir europeísta de nuestros días están dentro del propio partido de Berlusconi. Se trata del ministro de Defensa, Antonio Martino, abiertamente pronorteamericano y que se ha opuesto al proyecto de avión de transporte europeo Airbus 400M y el de Economía, Giulio Tremonti, quien desencadenó la crisis al afirmar que el euro provoca recelos en el norte de Italia. Si a ello unimos el proamericanismo del primer ministro, cabe preguntarse si de las amargas confidencias de Ruggiero ('el verdadero motivo de mi marcha es que muchos ministros, comenzando por el premier, no creen en esta Europa, la soportan mal, la acogen con desconfianza y aburrimiento, incluso la consideran un mal necesario'), no podrá deducirse que Berlusconi -que también recela de la euro-orden- quiere emular a Thatcher en la relación transatlántica.

Emilio Menéndez del Valle fue embajador de España en Italia entre 1987 y 1994.

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