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Columna
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Adieu, Yves

El adiós profesional de Yves Saint Laurent no deja de tener un aire luctuoso aunque, por fortuna, el hombre caprichoso sigue vivo y con la lucidez suficiente como para referirse a la moda y su quehacer con el severo y metafórico término de 'fantasmas', tal como ha hecho ayer en su rueda de prensa. Y no se trata solamente del tiro de gracia a la alta costura -que también- sino de la acelerada pérdida de grandes nombres propios de valor, algunos más históricos que otros, en las grandes casas europeas que rigen los designios estéticos de la moda. Sencillamente, la industria de la moda hoy es otra muy distinta del esplendor rive gauche y exige, por tanto, otros líderes más dóciles.

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Cronológicamente, YSL es además, el más joven de un parnaso particular y casi exclusivamente parisino que claramente se extingue con su retirada dando paso definitivamente a la era de los standards y de una globalización que, en este caso específico, asusta y va de la braga al perfume.

Era Yves el último y más dotado vástago de esos popes que fueron Coco Chanel, Cristobal Balenciaga o Christian Dior; eran semidioses que generaban estilo y dictaban tendencia con la suficiencia de un juez o un dictador, y eso se acabó. Las ventas mundiales, las señas corporativas llevadas mucho más allá de lo personal y de cualquier escala humana, han barrido, tras cruenta lucha de macronúmeros, pujas bolsísticas e intrigas de salón (algo que lleva la moda en la parte más oscura de su sangre) con un estilista convencido de su genio y de su orgullo, algo que, de alguna manera, estaba también en el toque valiente de sus prendas.

Desde el nivel profano de a pie no se llega a entender cómo firmas rivales tienen un mismo patrón (la alta moda la controlan hoy solamente cuatro o cinco grupos empresariales); incluso entre los profesionales se ha visto con prudente escepticismo, primero, y con horror después cómo diseñadores advenedizos con estrafalarias pintas de magnate del petróleo, unos, o de neohippies voluntariosos, otros, copaban los tronos de las grandes firmas. Ni en lo económico, ni en lo social, como tampoco en lo que tangencialmente puede ser cultural, la moda está para chistes gruesos. La retirada de YSL, su claudicación ante los embrollos multinacionales y la fagocitación progresiva de su trayectoria, es una advertencia tácita y firme de que la moda se engaña a sí misma tratando de convertir agonía en renovación.

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