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Carta a un amigo socialista

Fernando Savater

Querido X.: me dices que estás preocupado no ya sólo -como siempre- por la situación que vivimos en el País Vasco, sino 'ahora también por lo que pueda ocurrir próximamente en nuestro partido tras la dimisión de Nicolás'. Te inquieta tanto de dónde provienen la mayoría de los lamentos mediáticos por ese gesto político como los hipócritas parabienes que lo refrendan como una liberación. Y no sabes qué puede realmente esperarse del próximo congreso extraordinario. Soy testigo de que has secundado con más fidelidad que entusiasmo la línea de tu directiva en las últimas elecciones y también más allá, cuando los que nunca se mojan mientras el alba de la victoria está indecisa aparecieron junto a las horcas caudinas para entonar el 'vae victis!'. Pero ahora ya no sabes qué pensar ni qué esperar, y me lo preguntas a mí con un punto de confianza y otro de reproche que te agradezco por igual. En resumen, inquieres, '¿qué hemos hecho mal?'.

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Seguramente, muchas cosas. Sólo los que repiten sin inventar ni arriesgar, los que nunca se comprometen y siempre tienen un perfil dual para la foto, los que se agazapan cuando se distribuyen bofetadas y asoman en cuanto empieza el reparto de condecoraciones, pueden permitirse el lujo de acertar siempre. Los demás, amigo mío, estamos en este mundo para equivocarnos. Pero tampoco tenemos obligación de aceptar sin más que nos dicten el catálogo de nuestros fallos quienes aciertan infalibles porque esperan a saber cuál es el número de lotería premiado antes de comprar el décimo. El error principal, por lo visto, es haber intentado ganar las pasadas elecciones vascas como si tal no fuese el más lógico y decente propósito de cualquier partido que se presenta a ellas. Así se desprende de la consideración de 'órdago' que parece merecerle a Felipe González en su libro/diálogo con Juan Luis Cebrián, comparando ese reto político del PP y el PSE con el referéndum sobre la pertenencia de España a la OTAN convocado hace años. El asunto tiene bemoles. Que unos partidos políticos de ámbito estatal pretendan ganarle unos comicios ordinarios a los partidos nacionalistas con mando en plaza es una jugada tan vastamente arriesgada como una consulta extraordinaria a toda la ciudadanía sobre una cuestión internacional. Si el PNV y EA se presentan a unas elecciones dejando implícito su deseo de modificar la Constitución, hacer una consulta sobre la autodeterminación y hasta romper la estructura estatal (no hay más que recordar el peán que entonó Begoña Errazti al saber los resultados, coreada por otros) no es sino parte de la normal libertad política de la que felizmente gozamos en nuestra democracia pluralista; en cambio, si dos partidos que afirman sin restricciones el Estatuto de autonomía y la Constitución en que se basa se presentan como alternativa a la Administración actual nacionalista, a la que creo que se le pueden formular reproches fundados, es un órdago de alcance alarmante, cuyo fracaso puede ser visto con alivio por los prudentes. ¿No resulta un poco raro?

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Cuando aún parecía probable que ganasen las elecciones los constitucionalistas, se repetía aquí y allá que no se podía 'prescindir' de los nacionalistas en la gestión política del País Vasco. Nunca he conocido un no nacionalista mínimamente cuerdo que creyese posible o deseable prescindir de los nacionalistas: la mayoría de las reformas políticas que se han hecho en Euskadi durante la democracia, empezando por el propio Estatuto, han respondido al propósito de satisfacer sus demandas sin romper la comunidad en que vivimos (en cambio, conozco no pocos nacionalistas convencidos de que el remedio de nuestros males implica la 'conversión' de los no nacionalistas o su discreto retiro a otros lares). Pero tal reconocimiento del nacionalismo como fuerza política no obliga a aceptarlo como el régimen único de gobierno, sin alternativa que no sea desestabilizadora. Quienes quisieron ganarles las elecciones a los partidos nacionalistas los reconocieron como iguales, no como inferiores a anular, pero tampoco como dueños indiscutibles de la gobernabilidad del País Vasco. ¿Hubiera sido mejor que el PSE tratase a toda costa de rehacer su alianza con ellos, como antaño? Ni los resultados en el pasado de aquella colaboración ni la posición ideológica actual del nacionalismo parecía, a mi juicio y a juicio de otros, recomendarlo.

Un mes antes de la fecha electoral, el 12 de abril, Ramón Jáuregui publicó en El Correo un interesante artículo titulado 'A un amigo nacionalista'. En él pasaba revista a sus esfuerzos políticos por estrechar lazos con el nacionalismo democrático, desde su participación con Labayen en el primer Ayuntamiento donostiarra posterior a la dictadura, en 1978, hasta su último cargo como consejero de Justicia y Trabajo en 1997, pasando por sus tareas como delegado del Gobierno y vicelehendakari con Ardanza en el Gobierno de coalición PNV-PSE. Resume así su trayectoria: 'Toda mi vida política ha tenido una constante: entenderme con vosotros y construir el país juntos'; también aclara sin rodeos su convicción de que es preciso institucionalizar el pluralismo y respetar el orden y las reglas que regulan la diversidad, el juego de mayorías y minorías: 'No hay nación sin pueblo y no hay pueblo sin ciudadanos y ciudadanía, es decir, sin Derechos Humanos, democracia y libertad'. Pero los acontecimientos posteriores (Lizarra, Udalbiltza, los pactos municipales nacionalistas, etcétera) le hicieron reflexionar retrospectivamente: 'Mis buenos deseos, rayando en la ingenuidad, me temo, no pueden sostenerse en el cúmulo de agravios y desacuerdos en el que nos encontramos. Revisando el pasado, he acabado por dudar de vuestras intenciones cuando pactamos los primeros gobiernos de coalición'. Tras analizar esas discrepancias, pregunta: '¿Creéis en la conveniencia de la pluralidad o la aceptáis como un molesto imponderable de vuestra minoría? Comprended que nos hagamos esta pregunta al formar el Gobierno de la próxima legislatura. ¿Qué os moverá entonces, un nuevo y renovado impulso de moderación y reconocimiento a la diversidad o simplemente el apoyo que necesitáis para seguir en el poder?'.

Y sigue así su sentida requisitoria: 'Nos habéis dejado solos mientras nos matan. No habéis comprendido que si matan a la cúpula del PP en el cementerio de Zarautz, eliminan la oposición y se cargan la democracia. No habéis tenido la sensibilidad suficiente para advertir que si un grupo municipal desaparece de un pueblo, se ha silenciado a una parte de ese pueblo y al pueblo entero con ella. No habéis sido capaces de decir bien alto que ETA está haciendo una limpieza étnica ideológica y que no podéis admitir que la hagan, en defensa de los mis

mos ideales que los vuestros. No hemos notado vuestro apoyo, vuestras llamadas, vuestro afecto, cuando media Euskadi se muere de miedo a morir'. Y continúa más adelante: '¿Os habéis preguntado, por ejemplo, qué porcentaje de responsabilidad tenéis como ideología perpetuadora de una Euskadi oprimida en tránsito hacia la Arcadia feliz de su independencia, que anima a esos monstruos de Haika a afirmar que 'eliminar a concejales del PP o del PSOE es legítimo al cien por cien?'. Luego se plantea la posibilidad de volver a formar un Gobierno de coalición tras las elecciones, que ya muchas voces nacionalistas reclamaban en privado antes de ellas. Pero él deja bien claro que los socialistas no están dispuestos a ningún acuerdo fuera del Estatuto y la Constitución. Un posible pacto exigiría un acuerdo prepolítico de todos los demócratas contra el fascismo étnico y terrorista que nos asola. '¿Estáis dispuestos a esto? Me temo que no, porque la unidad abertzale que asume los postulados de EH y los arrastra a la política, creyendo así favorecer el fin de la violencia, sigue siendo, desgraciadamente, y a pesar de que la experiencia reciente ha demostrado lo contrario, el alfa y el omega de la vía de la paz nacionalista. No pretendáis un acuerdo con nosotros en estos términos'. Finalmente, tras lamentar de nuevo ese enfrentamiento suicida entre demócratas, concluye así: 'Llegará el 14 de mayo y nos volveréis a llamar. Nos anunciaréis algunos cambios con buenas palabras y no podremos evitar pensar que en el fondo buscáis mantener el poder, aunque sea como último refugio de vuestro fracaso'. Perdona lo extenso de las citas, pero es que yo no lo sabría decir mejor.

Nicolás Redondo pensaba y piensa lo mismo que aquí afirma Ramón Jáuregui. No tiene nada de raro, porque ambos llevan mucho en estas lides, a diferencia de los que se han enterado hace poco de ellas y hablan de 'diálogo' y acuerdos como si aquí desde hace más de veinte años sólo se hubiera intentado la vía de los puñetazos. Aún cabría recordar más cosas: el número de muertos en aquellos años de coalición, el abandono vergonzoso de las víctimas, el miedo a llamar totalitarios a quienes lo son en ideas y modos (eso lo pusimos de moda los abogados de la 'crispación' y lo hemos pagado)..., y también el constante descenso de votos del PSE, frenado precisamente en las últimas elecciones con la candidatura de Redondo, y el espectacular ascenso del PP, que pasó de una posición testimonial -tras el exterminio criminal de UCD en el País Vasco- a ser el principal partido de la oposición. Si el PSE hubiera continuado junto al PNV a pesar de todas sus deslealtades, hubiera acabado descendiendo de protagonista político a mero residuo tóxico: vamos, la deriva de IU. La firma del pacto antiterrorista entre PSE y PP apuntaba el camino de ese consenso prepolítico imprescindible del que hablaba Jáuregui en su artículo. Y ofreció un insólito y noble ejemplo de solidaridad democrática en lo esencial, por encima de divergencias políticas de otros órdenes. La foto de Redondo y Mayor estrechándose la mano en el Kursaal supuso una esperanza de alternativa lícita para muchos vascos largo tiempo marginados por las actuales autoridades nacionalistas, y garantizó el trasvase de votos que descalabró a los que apoyan a ETA. Hoy sólo constituye una 'pesadilla' para quienes han convertido el halago del papanatismo sectario en su cómodo modus vivendi.

Me preguntas: ¿qué va a pasar ahora? Para empezar, será bueno no desorbitar las cosas. A Nicolás Redondo nadie le ha echado: ha dimitido porque en el partido había opiniones discrepantes sobre cómo enfocar la actual fase de la lucha por las libertades en el País Vasco y, sensatamente, ha preferido un debate abierto a la labor de zapa de algunos descontentos que iría en perjuicio de todos. Del próximo congreso tiene que salir un documento que precise la línea política del PSE para el inmediato futuro. Es previsible que no haya grandes novedades porque tampoco hay tanto donde elegir y el Mediterráneo fue descubierto a finales de los setenta del pasado siglo. Se insiste, un poco irritantemente, en que tal proyecto debe ser 'autónomo', tan distinto y distante del PP como del PNV. Pero esa consideración es demasiado 'comercial', lo que parece pretender es que el logotipo 'PSE' se distinga claramente de sus competidores y triunfe en el mercado por su originalidad. Yo, al menos en política, soy decidido partidario del 'no logo'. Lo relevante no es que lo que ofrezca el PSE sea diferente e inédito de lo que venden los demás, sino que sea sólido, sensato y coherente. Si su propuesta coincide en tales virtudes con la de otros, mejor que mejor: ¿no es la integración de todos lo que buscamos? Más importante me parece la firmeza política en el día a día, porque los nacionalistas no cambiarán su doctrina por otra más bonita fácilmente, pero pueden llegar a entender en la práctica que un País Vasco que descarte por igual el ideario democrático no nacionalista y el totalitarismo apoyado en la violencia terrorista simplemente no es viable. Hay que elegir aliados, puesto que el terrorismo ya nos ha elegido a todos como víctimas próximas o futuras. Sinceramente, no creo que el PSE vaya a ser ambiguo a estas alturas en tan crucial envite.

De modo que sería bueno tomarse las cosas con calma reflexiva y que quienes desean alentar al PSE en esta línea no le prodigasen con excesiva vehemencia el abrazo del oso, que es contraproducente. Ya sabes que soy un pesimista activo y que no creo en las desesperaciones prefabricadas que le cierran el paso a la tímida esperanza. ¿Inquietud? Hombre, alguna siento. A veces, como votante socialista, cuando veo poner en cuestión lo que mejor ha funcionado en nombre de lo que ya en el pasado fracasó, o me parece que para algunos es más importante la definición de las siglas que la de los principios, o considero que los concejales socialistas de Zumárraga han visto menos a su secretario general que los ministros de Marruecos..., me entran ganas de repetir lo que dijo lord Wellington cuando pasó revista a sus tropas no muy disciplinadas: 'No sé si causarán miedo al enemigo, pero ¡vive Dios que a mí, sí!'. Claro que nos queda el consuelo de recordar que, a fin de cuentas, Wellington ganó su batalla. Feliz año.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.

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