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Columna
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Esperanza

Contemplando los confianzudos rostros de los nuevos mandatarios argentinos, escuchando sus enérgicos acentos, presenciando el patriótico brío con que anuncian sus decisiones, te entran ganas de creer. Oh, sí, por favor, esta vez sí: háganlo bien, encuentren soluciones, déjense de charlatanería, olviden la bronca, no le vendan más milongas al pueblo, no roben aunque sea únicamente por unos años, no se manden la plata al extranjero, aguanten al pie del cañón, no se arranquen en helicóptero a media labor desde la terraza de la Casa Rosada, siguiendo el estilo instaurado por la siniestra Isabelita. Hagan bien de una vez su puñetero trabajo, si no les importa. Déjense de demagogias. Actúen.

Porque pienso en mis amigos de allá, en gente trabajadora e inteligente, gente decente que puso sus ahorros a plazo fijo por si venían mal dadas, para afrontar los meses de incertidumbre en caso de súbito desempleo; porque pienso en ellos, quiero creer que en esta ocasión se hará lo necesario para que un país tan hermoso y distinto a cuantos pueden conocerse funcione. Sin embargo, mi amiga Claudia, que me escribió poco después de la fuga de De la Rúa, recordó que Borges dejó dicho que 'nunca hay que subestimar la estupidez humana'. Y ésta parece un gran consejo, no sólo en lo que respecta a Argentina (cuya anunciada tercera moneda salvadora, el argentino, valdrá, pese a las apariencias, un 30% menos que el peso), sino en cuanto al mundo en general a estas alturas del tercer milenio.

'Entretanto, llega Navidad y otro año', escribió Claudia hace unos días. 'Ya sé que el banco donde tengo mi cuenta brindará con mis billetes licuados. Me los gané trabajando, así que sé cómo hacerlo otra vez. Y otra vez. Y todas las que hagan falta. No es el dinero el problema, sino la esperanza'.

Porque el crimen que los políticos han cometido en Argentina a lo largo del tiempo (y ahora no estoy hablando de la sanguinaria dictadura, sino de los políticos democráticos) ha consistido en implantar el cinismo como sistema de gobierno, presumir de la estafa y negar la ineptitud. En definitiva, asesinar poco a poco la esperanza.

Y Argentina necesita de la esperanza tanto como de la buena gestión.

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