_
_
_
_
100 DÍAS DEL 11 DE SEPTIEMBRE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Avances y retrocesos de la Unión Europea

El progreso en justicia y policía no va unido al de la política exterior

Lluís Bassets

La Unión Europea avanza a trompicones que a veces se traducen en saltos enormes. La iniciativa del Tratado de Maastricht y de la unión monetaria, que se materializará el próximo 1 de enero con la entrada en circulación del euro, se explica por la caída del muro de Berlín y el hundimiento del comunismo. La aceleración de la política de interior y de justicia registrada en los tres últimos meses no se hubiera producido sin los atentados de Washington y Nueva York. En muy poco tiempo los Quince se han puesto de acuerdo en una definición de los delitos de terrorismo, han aprobado una orden europea de detención a partir de una lista de 32 delitos y han avanzado en varios mecanismos de coordinación en la lucha antiterrorista.

'La UE no ha tenido vela en este entierro, pero se espera su contribución en ayuda humanitaria'
Más información
Blair y Schröder reclaman que los Estados tengan mayor peso en la UE

Todo lo que la Unión Europea ha avanzado en coordinación judicial y policial ha retrocedido en política exterior y de seguridad común. Los tres grandes, Reino Unido, Alemania y Francia, han recuperado protagonismo, en detrimento, como siempre, de la Comisión Europea y de su descolocado presidente, Romano Prodi, pero también del propio Consejo de la UE y de su representante para la PESC (Política Exterior y de Seguridad Común), Javier Solana.

El directorio de los tres grandes ha tomado un protagonismo insólito en la historia de la UE. El británico Tony Blair ha contado con la oportunidad, sabiamente aprovechada, de compensar su autoexclusión del euro con una auténtica exhibición de liderazgo europeo. El primer ministro británico estuvo en Washington antes que nadie para mostrar su solidaridad con Estados Unidos, realizó una gira por países árabes e islámicos para engarzar la coalición internacional antiterrorista y fue el primero en declararse dispuesto a sumarse a la guerra contra el terrorismo y a mandar tropas a Afganistán. El canciller alemán, Gerhard Schröeder, no quiso quedarse al margen y puso en juego su propio Gobierno de coalición con Los Verdes en una votación de confianza sobre el envío de tropas a Afganistán, en una decisión histórica que termina con un tabú de la Alemania poshitleriana.

Blair se permitió esbozar también un nuevo rediseño de Europa, invitando a Rusia a incorporarse con la OTAN a un nuevo mecanismo de seguridad. Alemania ha ostentado un papel de primer orden diplomático con la conferencia de Bonn, que ha organizado, bajo los auspicios de Naciones Unidas, el nuevo poder en Afganistán. Francia, entre los grandes, ha quedado ensimismada en la atmósfera previa a las elecciones presidenciales del próximo año. Como Italia, atenazada por el liderazgo extemporáneo de Silvio Berlusconi, que desfiló en los primeros días bajo banderas americanas pero luego excitó a la opinión pública con declaraciones xenófobas contra los musulmanes y bloqueó la orden de detención europea por temor a quedar atrapado él mismo en la red judicial europea.

Europa ha tenido muy serias razones para reaccionar con presteza a los atentados de Washington y Nueva York. Varios cientos de ciudadanos de países europeos, pertenecientes o no a la UE, perecieron bajo los escombros de las Torres Gemelas. Para países como el Reino Unido, Suiza o Rusia fue como experimentar un atentado de dimensiones insólitas en su propia casa, por las decenas e incluso algún centenar de ciudadanos nacionales fallecidos. La vulnerabilidad demostrada por la sociedad norteamericana ante la infiltración de redes de terroristas es también un defecto de la seguridad europea. En Alemania, en Francia, en España o en el Reino Unido han aparecido cómplices y colaboradores de Bin Laden por decenas. Sumando los distintos países europeos, casi setenta personas se hallan detenidas y con cargos por actividades terroristas vinculadas con Al Qaeda u otras asociaciones. Varios países, como el Reino Unido o Alemania, han empezado a enmendar su legislación para facilitar la persecución de este tipo de delitos. En algunos casos estas enmiendas suscitan razonables críticas por el recorte de las libertades individuales que pueden suponer.

Pero la razón más importante y la decisión que mejor representa la actitud europea tiene que ver con las relaciones transatlánticas, que han garantizado la seguridad europea en los últimos 50 años. Por primera vez en la historia de la OTAN, el artículo 5 del tratado, que asegura el auxilio mutuo en caso de ataque exterior, ha sido activado en circunstancias diametralmente distintas a las que dieron nacimiento a la Alianza. Concebido para cubrir la solidaridad norteamericana frente a un ataque soviético contra un país europeo, su activación formal se ha producido como solidaridad europea frente a un ataque sufrido por Estados Unidos. Washington ha preferido, luego, resolver en solitario la guerra en Afganistán contra Al Qaeda y el régimen de los talibanes, prescindiendo incluso de los soldados británicos desplegados desde el principio de las hostilidades sobre el terreno.

Y así, el papel que le ha quedado asignado a Europa ha sido el de contribuir con tropas, con mandato de Naciones Unidas y bajo mando británico, a las tareas de mantener la paz una vez recuperado el poder prooccidental en Kabul. Una vez más, la UE no ha tenido vela en este entierro, pero se espera, como siempre, que su contribución en ayuda humanitaria será la más nutrida de todas.

Tony Blair se dirige en octubre a las tropas británicas estacionadas en el norte de Omán.
Tony Blair se dirige en octubre a las tropas británicas estacionadas en el norte de Omán.REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_