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Los 'marines' recuperan el control de su Embajada en Kabul 12 años después

Guillermo Altares

Un grupo de marines entró ayer en la Embajada de Estados Unidos en Kabul para preparar la reapertura de la legación diplomática. Washington ha enviado primero toneladas de bombas, luego soldados de cuerpos especiales en varios puntos del norte, el centro y el sur del país, y ahora, poco antes de la formación del Gobierno provisional de Afganistán, quiere enviar diplomáticos.

Los marines tomaron la Embajada poco antes de la llegada de una delegación diplomática del Departamento de Estado, cuya misión es preparar el terreno para el envío de un futuro embajador estadounidense a Afganistán. El portavoz estadounidense, Vic Harris, no quiso dar una posible fecha para la reapertura de la embajada, aunque el inmediato desembarco de una fuerza de paz internacional y la toma de posesión del Ejecutivo provisional, el próximo 22 de diciembre, hacen que Washington no tenga mucho tiempo para pensárselo.

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El edificio se encuentra en la zona diplomática del barrio más lujoso de Kabul, Wazir Akbar Jan, que hasta ahora presentaba un aspecto desolador, con delegaciones diplomáticas vacías y rodeadas de altos muros coronados por alambradas. Muchos de estos edificios fueron utilizados por militantes de Al Qaeda y combatientes extranjeros de los talibanes cuando los soldados del mulá Omar ocupaban la ciudad. Otros, como la antigua embajada rusa, están ocupados por cientos de refugiados de la etnia pastún de la planicie de Somalí.

Como casi todos los edificios de Kabul, las embajadas tampoco se salvaron de la guerra civil (1992-1996) y muchas presentan impactos de metralla. De hecho, Estados Unidos pensaba que podía encontrarse en el edificio con alguna sorpresa peor y, en medio de una gran discreción, envió la semana pasada a un grupo de militares para comprobar que los talibanes no hubiesen dejado minas o trampas explosivas. No encontraron nada.

Carga simbólica

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La reapertura de esta embajada tiene una gran carga simbólica. Cerrada desde 1989, fue asaltada por una muchedumbre el pasado 27 de septiembre, poco antes del comienzo de los bombardeos de la coalición internacional contra Afganistán. Según testigos, se trató de un ataque organizado por los talibanesde civiles.

Los marines, llegados desde la base aérea de Bagram, situada a 50 kilómetros de Kabul, no han dejado pasar a nadie al edificio, han instalado puestos de vigilancia en la azotea y han colocado sacos terreros en las ventanas. Van armados con M-16. Oficialmente, son los primeros marines que entran en la capital afgana, aunque, con toda seguridad, no son los únicos. El domingo, este enviado especial llamó por error a una casa de la zona residencial de Wazir Akbar Jan, que antes había estado ocupada por una ONG, y fue echado con cajas destempladas por dos hombres cuadrados, con el pelo rapado y un fuerte acento estadounidense. Desde la puerta de la base de Bagram se puede ver todos los días a marines salir del recinto, armados pero vestidos de civiles.

Por ahora, la única embajada que ha vuelto a abrir en Kabul es la de Irán, un país que estuvo a punto de entrar en guerra con los talibanes cuando soldados del mulá Omar fusilaron a 11 diplomáticos y un periodista tras la toma de Mazar-i-Sharif, en 1998. Francia, Rusia, Gran Bretaña y Turquía también están preparando el regreso de sus embajadores a la capital afgana en un plazo muy corto.

Por otra parte, Alemania se apuntó ayer otro tanto diplomático tras la Conferencia de Bonn al designar los Quince un representante especial de la UE para Afganistán de nacionalidad alemana, informa desde Bruselas Bosco Esteruelas. Se trata de Klaus-Peter Kleiber, que hasta el pasado septiembre era secretario general adjunto de la OTAN. Kleiber estará a las órdenes del Alto Representante de Política Exterior y Seguridad Común, Javier Solana, con quien trabajó cuando éste estaba al frente de la OTAN.

Varios <b></b><i>marines</i> apostados en la azotea de la Embajada de Estados Unidos en Kabul, para proteger el edificio.
Varios marines apostados en la azotea de la Embajada de Estados Unidos en Kabul, para proteger el edificio.AP

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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