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Columna
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Tiempos de pocas convenciones

Andrés Ortega

Europa no tiene suerte, ni tino político. El mundo está reventando por diversas costuras -el 11 de septiembre, la consiguiente guerra de Afganistán, el agravamiento del conflicto entre Israel y los palestinos y la crisis económica-, y el Consejo Europeo de Laeken, el próximo fin de semana, va a lanzar una gran convención en la que participarán amplios sectores de las sociedades y la política de la UE y los países candidatos para preparar la nueva revisión de los tratados en 2004. Aunque el Tratado de Niza no haya entrado en vigor, bien está que se vuelva a contemplar las instituciones, el funcionamiento, la comprensión y los objetivos de la UE. Ésta se ha de preparar para una ampliación a diez nuevos miembros -el brutal big bang que desecha el sistema de regata por el cual cada país iba a ingresar según sus propios méritos-, sin estar preparada para ello, ni saber qué queremos realmente hacer juntos. Pero no parece el momento más adecuado para hablar sobre cómo el poder legislativo nacional pierde en favor de los ejecutivos a través del Consejo de Ministros en Bruselas, o sobre la constitucionalización de la construcción europea. Hoy la atención de las gentes parece estar en otros problemas que los institucionales.

A menudo se culpa a Europa de carencias que corresponden a sus Estados miembros y sus Gobiernos, como en el terreno militar. Es de esperar que el euro, que llegará físicamente en tres semanas y a través del cual Europa se va a poder ver, tocar y contar, provoque un sano choque psicológico en favor del europeísmo.

En este ambiente y contexto se iniciará el 1 de enero la presidencia semestral del Consejo de la UE, que, por turno, corresponde a España. Aznar presentará su agenda oficial hoy. Sería deseable que no se limitara a una exposición de innumerables reuniones, sino que estableciera prioridades con contenidos concretos. Y cuando se habla de prioridades hay que limitarlas a unas pocas; no una docena. Esta presidencia se ve trastocada no sólo por la perspectiva de elecciones francesas en la primavera de 2002, y alemanas en otoño, sino por las derivadas del 11 de septiembre. Lo mejor que se puede decir es, como considera un estudio recién publicado por el británico Centre for European Reform, que dirige Charles Grant (Europe after september 11th), que 'como organización, la UE ha actuado de forma adecuada, más que brillante, durante la guerra de Afganistán'.

Cuando se acerca la hora de la pacificación y reconstrucción de Afganistán, se mira a Europa para que saque de su cartera la tarjeta de crédito o el efectivo. Y sin embargo, la reconstrucción de Afganistán, como opinan algunos medios diplomáticos europeos, debería corresponder, en primer lugar, a otros, como Arabia Saudí, responsable en gran parte de impulsar a los talibanes. Europa tiene otras prioridades inmediatas que el 11-S también pone de relieve: su Sur. Recuperar el proceso de cooperación euromediterránea, lanzado en 1995 en Barcelona, cobra aún mayor importancia a la luz de lo sucedido. Ése, junto con los Balcanes, donde Europa sí actúa, es el jardín que Europa debe afanarse en cultivar para evitar que surja un Afganistán en su vecindad. España tratará de que la reunión euromediterránea de Valencia concluya con un acuerdo firmado por los 27 países participantes y se lancen varios instrumentos, como un Banco para el Desarrollo del Mediterráneo (a semejanza del BERD para Europa del Este) y programas de intercambios de estudiantes, al estilo de los Erasmus.

Más allá de las racanerías habituales, este plan puede verse contaminado por el virus conflicto entre palestinos e israelíes y el deterioro de las relaciones entre España y Marruecos. Quizás el próximo viaje a Marruecos del secretario general del PSOE contribuya a superar este absurdo desencuentro. El Gobierno podría aprovecharlo.

aortega@elpais.es

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