Pelillos talibanes
Mientras los afganos se desbarban en cuanto cae el poder binladenista, a los occidentales nos sombrean las caras con barbuchas. Empezamos a mostrar ese aspecto descuidado que producen las barbas de varios días sin afeitar. Nos crecen sin control pelillos talibanes: libertades recortadas en EE UU e Inglaterra, alabanzas del presidente del Tribunal Constitucional hacia el belicismo, peticiones de medallas para los protagonistas de la guerra sucia, indolencia internacional ante la matanza de Mazar-i-Sharif... Se diría que los clarines de Marte han ensordecido muchos oídos, más atentos a la seguridad y al orden que a la defensa de las libertades y de los derechos humanos. Declaraciones que antes del 11 de septiembre hubieran levantado grandes polvaredas, pasan inadvertidas, o aceptamos con resignación cómplice que los soldados de la Alianza del Norte asesinen enemigos a sangre fría.
Caen las hojas y las barbas integristas en este otoño violento y doliente, en cuyos atardeceres se pone un sol rojo de sangre y las noches son cada vez más largas y oscuras, porque peligran la verdad y la justicia. Cabe esperar que el invierno llegue pronto y cubra las tierras afganas con una gran nevada de paz. Quizá las heladas congelen la sinrazón y la violencia.
Mientras llega, cada mañana corro a mirarme al espejo con el temor de haberme levantado embarbecido. Menos mal que hay rapabarbas de la tribu, dispuestos a enjabonarme y a afeitarme con las navajas de sus palabras en libertad.
Quizá la victoria militar de los aliados esté asegurada, pero hay que reconocer que los talibanes nos han vuelto a los occidentales menos demócratas y más intransigentes.