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'En esta guerra nunca habrá un desfile de la victoria'

El mundo debe prepararse para una nueva era de dinámica intervención norteamericana en los asuntos mundiales, no sólo en Oriente Próximo o Asia Central, sino en todas partes, tras el violento despertar del 11 de septiembre. Douglas Hurd, de 71 años, ministro británico de Exteriores en el momento de la caída del muro de Berlín y durante la guerra del Golfo, cree que el instinto aislacionista del Partido Republicano, en general, y de George W. Bush, en particular, ha quedado totalmente extinguido tras el ataque más devastador llevado a cabo en el continente americano por terroristas internacionales. La experiencia de lord Hurd en política exterior no tiene igual en Gran Bretaña. Antes de ser ministro de Exteriores fue diplomático en Pekín, Roma y Nueva York. También sabe mucho de terrorismo, después de haberse enfrentado a diario al peligro de ser blanco del IRA, primero durante sus años como ministro responsable de Irlanda del Norte y luego como ministro del Interior durante el primer Gobierno de Margaret Thatcher.

'No sirve de nada llevar a Israel a la desesperación. Tiene su historia'
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Pregunta. ¿Cómo va a cambiar el mundo tras el cataclismo del 11 de septiembre?

Respuesta. Un cambio que, en mi opinión, será duradero es que nuestra única superpotencia ha entrado en activo. Es paradójico, porque la tendencia del presidente Bush y el Partido Republicano era hacer todo lo contrario que Clinton, con sus gestos teatrales, y decir: el mundo tiene que esforzarse en vivir sin EE UU, porque la verdad es que no estamos muy interesados. Ésa era su tendencia instintiva. Sin embargo, ahora nos encontramos con que EE UU paga sus deudas a la ONU sin ninguna objeción; el Departamento de Estado y el presidente se han involucrado con fuerza en la cuestión de árabes e israelíes; el secretario de Estado habla de Cachemira. Los ministros de Exteriores británicos han pasado mucho tiempo evitando implicarse en Cachemira. En cuanto uno llega a Delhi descubre que es imposible. Ahora, Colin Powell va a tener que intentar asumir la tarea porque Pakistán ha adquirido gran importancia, las relaciones entre Pakistán e India son fundamentales. Y estos no son más que unos cuantos ejemplos de cómo ha empezado a actuar la superpotencia. Significa que, ahora, aquellos que tienen algo que decir sobre cómo debe avanzar el mundo deben hacerse oír por la superpotencia.

P. Este activismo norteamericano que describe podría considerarse sinónimo de lo que EE UU denomina la 'guerra contra el terrorismo'.

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R. Lo difícil no es tanto hablar de guerra como hablar de victoria. Cuándo será capaz un presidente, o un primer ministro británico o español, de decir, con la mano en el corazón: hemos abolido la violencia política, hemos triunfado totalmente sobre ella. No va a ser así. No está en nuestras manos. Y por eso no habrá nunca un desfile de la victoria. Es otra cosa. Y tenemos que aceptarlo. Lo que podemos hacer es eliminar a este grupo concreto de terroristas despiadados, o reducirlo al mínimo, e intentar impedir que recluten a nuevas personas para el terrorismo; ahí es donde interviene la solución de las disputas políticas. Los adolescentes que arrojan piedras contra vehículos blindados en Cisjordania, los adolescentes que dieron gritos de alegría ante las noticias del 11 de septiembre, todavía no cometen atentados suicidas. Y evitar que se conviertan en terroristas suicidas es muy importante. Y ésa es una labor política.

P. ¿Qué cree que va a cambiar en la política estadounidense en Oriente Próximo?

R. Antes del 11 de septiembre pudimos leer un informe sobre Oriente Próximo del senador Mitchell. Empezaba por proponer un alto el fuego. Pero ningún alto el fuego durará si no va inmediatamente seguido de progresos.

P. ¿Cómo definiría la idea de 'progresos' que tienen los norteamericanos?

R. Consiste en que, al final, haya dos Estados en esa estrecha franja de tierra, y Jerusalén, probablemente, sea capital de ambos. Veremos que los palestinos tendrán que atenuar la exigencia del derecho a regresar. Pero, al mismo tiempo, los israelíes tendrán que abandonar los asentamientos. Primero, una suspensión; eso es lo que dice Mitchell. Y al final, en mi opinión, el abandono de la mayoría de ellos.

P. ¿Está diciendo que la sacudida del 11 de septiembre obligó a EE UU a ver la conexión entre la necesidad de impedir que el chico que arroja las piedras se convierta en terrorista suicida y la de obtener un acuerdo duradero entre israelíes y palestinos?

R. Sí. Me parece que aquí hay una lógica que está clara. Es difícil de seguir, pero está ahí, y a los norteamericanos no les queda más remedio que avanzar por esa línea. Por supuesto, la estructura de la política interna estadounidense hace que siempre le haya sido más fácil a una Admistración republicana que a una demócrata seguir lo que yo llamo pruebas objetivas desde el principio. Y es posible que le sea más fácil avanzar en este sentido a esta Administración que a la de Clinton.

P. Da la impresión de que todos los caminos llevan a Jerusalén, lo cual puede desembocar en más irritación por parte de los israelíes.

R. Debemos ser muy precavidos con esto. No sirve de nada llevar a Israel a la desesperación. Es un participante muy poderoso y tiene sus derechos. Tiene su historia. Se trata de conseguir que vivan dos grupos de personas en una estrecha franja de tierra. Y hay mucha sangre. Y sangre nueva significa nuevos odios. Una cosa muy difícil de abordar y que costará tiempo.

P. Se ha dicho que cuando termine la fase militar de esta guerra entraremos en una fase mucho más prolongada, parecida a la guerra contra las drogas...

R. Desde luego. Y creo que también cambiarán algunos asuntos europeos. Los británicos llevamos décadas luchando para proteger el derecho a organizar nuestras fronteras, nuestro sistema de asilo y nuestro sistema de inmigración. Tenemos esos derechos. Pero ahora es evidente que necesitamos soluciones europeas a esas cuestiones. No sé cuáles son, pero la idea de que una nación, por sí sola, puede afrontar con éxito esta red de problemas está equivocada. La acción terrorista del 11 de septiembre viene a sumarse a los peligros de las drogas, de la inmigración ilegal y los problemas de asilo, que muchas veces están relacionados entre sí. Necesitamos cambiar de métodos. Ya estamos cambiando. España, como Gran Bretaña, ve la necesidad de soluciones europeas supranacionales.

P. Vista la existencia de tantos peligros relacionados entre sí, como dice, ¿hasta qué punto le preocupa el estado actual del mundo?

R. Estamos haciendo a los terroristas unos regalos con los que no podían ni soñar, y ello debido a nuestras preocupaciones. En un mundo dirigido por los medios de comunicación, siempre nos preocupamos por el último peligro. No tenemos en la habitación un riesgómetro que nos permita comparar la última amenaza, como el ántrax de esta semana, con los peligros y los enemigos tradicionales. Ir en coche por una carretera es bastante arriesgado. En este país, los trenes sufren accidentes. Está la cuestión de la carne. Y quién sabe qué peligro vamos a descubrir a continuación. Es más, creo que uno de los puntos flacos del pensamiento moderno en el mundo de los medios de comunicación -y uno de los grandes problemas que tienen las democracias- es que se concentra en los hechos más recientes. Cuando lo cierto es que una persona que está en Londres, como estamos ahora nosotros, corre más peligro por una acción del IRA auténtico, que es el sector del viejo IRA que ha rechazado el proceso de paz. Estamos más en peligro por ellos que por algo relacionado con Al Qaeda. Y lo mismo ocurre con el terrorismo de ETA y cualquier persona que esté en Madrid.

P. Ya que habla de los medios de comunicación, ¿ha sido un desacierto, por parte de los norteamericanos, personalizar la amenaza terrorista mundial en la figura de Bin Laden?

R. Sí. Tal vez sea otra consecuencia inevitable en un mundo dominado por los medios. Va a hacer falta suerte para atraparle. Supongo que sería razonablemente posible encontrar y destruir los campamentos y las cuevas del movimiento Al Qaeda en Afganistán. Pero capturar a un individuo es mucho más difícil. He notado que el presidente Bush habla mucho más ahora de Al Qaeda, y me parece prudente.

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