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¿Es posible evitar una recesión mundial?

'Estamos comprometidos a garantizar que esta tragedia no estará acompañada de trastornos en la economía global'. Así rezaba el comunicado del G-7 tras el terrible magnicidio terrorista del 11 de septiembre. Está claro que el mundo no puede permitirse que dicho acto terrorista provoque además una recesión mundial.

¿Van a ser capaces las autoridades económicas y monetarias nacionales e internacionales de evitarla?

Antes de contestar a esta pregunta conviene plantear dos consideraciones importantes. La primera es definir qué se entiende por recesión. Si por recesión se entiende un año de crecimiento negativo, la respuesta sería muy fácil y positiva. Desde la Gran Depresión de 1929, la economía mundial no ha vuelto a tener un crecimiento interanual negativo ni tampoco lo va a experimentar ahora. Aunque las recesiones de 1975, 1982 y 1991 se consideraron como de ámbito mundial, el PIB global creció positivamente en dichos años en un 1,9%, un 1,2% y un 1,4%, respectivamente. El crecimiento positivo de algunos países más que compensó el negativo de otros. Si por recesión se entiende dos trimestres seguidos de crecimiento negativo, como la define la FED norteamericana, tampoco existe todavía una recesión mundial, aunque Japón y algunos países emergentes los hayan sufrido en este año y Estados Unidos vaya a entrar en ella en el tercer y cuarto trimestre, creciendo, según las últimas previsiones, -0,2% y -0,4% respectivamente

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Finalmente, si se entiende por tal una recesión 'relativa', es decir, una tasa de crecimiento mundial más de un 50% inferior al crecimiento potencial global, entonces sí estaríamos hoy en recesión, ya que el mundo estaría creciendo en este momento ligeramente por debajo del 2% cuando su crecimiento potencial es del 4%. Ahora bien, eso no significa que en el conjunto del año 2001 se vaya a crecer por debajo del 50% de dicho potencial. Antes del atentado se esperaba una recuperación del crecimiento mundial en el último trimestre, con lo que el crecimiento interanual (en términos de poder adquisitivo) podría alcanzar el 2,5%. Estados Unidos crecería un 1,5%, la Eurozona un 1,8%, Japón un -0,8% y los países en desarrollo un 3,5%, liderados por China, con un 7,5%; Rusia, con un 5%, e India, con un 4,5%.

El verdadero reto de las autoridades monetarias y económicas es, por tanto, que se cumplan las previsiones de crecimiento anteriores al atentado terrorista y evitar que el crecimiento mundial caiga este año y el que viene a niveles cercanos al 1,7%, como ya ocurrió en 1982 y 1991, lo que tendría consecuencias muy graves en términos de pérdida de renta y de aumento de desempleo. En este momento, las previsiones posatentado de crecimiento para 2001 y 2002 apuntan a un crecimiento interanual del 1% y 0,7% para Estados Unidos y del 1,7% y 1,7% para la Eurozona, respectivamente, y los países en desarrollo crecerían al 3%.

La segunda consideración es que, por primera vez desde la Gran Depresión de 1929, la fase recesiva del ciclo de los negocios no había estado tan sincronizada como la actual. La globalización creciente tiene mucho que ver con este fenómeno. Considerando que el máximo nivel de sincronía recesiva del ciclo es 100, recientes estudios econométricos demuestran que el nivel actual es de 90, frente a 50 en 1975, 60 en 1982 y 65 en 1991. En este último año, la desaceleración norteamericana se ha ido trasladando al resto del mundo por la mayor apertura de los mercados. Conviene recordar que las importaciones de Estados Unidos representan hoy el 6% de PIB mundial, el doble que en 1991, y han pasado de aumentar un 20% en 2000 a caer un 10% este año. Por otro lado, las ventas de las empresas europeas establecidas en Estados Unidos representan ya cuatro veces más que el total de las exportaciones europeas a dicho país. Ahora bien, esto no significa que la próxima fase expansiva del ciclo mundial vaya a estar tan sincronizada. La experiencia reciente demuestra que existe una elevada asimetría entre una y otra y, por tanto, la esperada recuperación será mucho menos sincrónica, entre otras razones porque dicha correlación del ciclo también tiene que ver con la similitud de las políticas monetarias llevadas a cabo por la FED y el BCE, que aumentaron fuertemente los tipos en 1999 ante la subida de los precios del petróleo y a la burbuja especulativa que generó la llamada nueva economía.

¿Qué pueden hacer las autoridades económicas para evitar la recesión? En primer lugar, actuar de forma coordinada y sincronizada, como acaban de hacer los bancos centrales más importantes del mundo al recortar los tipos de interés e inyectar liquidez el mismo día. En un mundo tan interdependiente, todos los Gobiernos y bancos centrales deben de actuar al mismo tiempo y con el mismo sesgo para que sus medidas tengan mayor eficacia.

La experiencia de las anteriores recesiones muestra que la política monetaria ha sido el instrumento más eficaz para intentar evitarlas, para impedir que fueran mayores o para salir más rápidamente de ellas, y eso a pesar de que las tres últimas han sido precedidas por choques de oferta (aumento de los precios del petróleo), mientras que en el caso actual el choque es fundamentalmente de demanda, lo que la hace todavía más eficaz.

Dado que la situación actual de la economía mundial tiene un sesgo mucho más deflacionista que inflacionario, los recortes de tipos de interés deberían continuar hasta donde hiciera falta y no debería de extrañarnos que pudiesen incluso llegar a niveles cercanos al 2,5% para EE UU y al 3,25% para Europa. Los análisis que se han llevado a cabo sobre el llamado 'mecanismo de transmisión monetaria' muestran que las reducciones de tipos de interés tienden a tener, en la Eurozona, efectos positivos sobre la demanda interna a los tres trimestres y suelen desaparecer a los dos años. Sus efectos negativos sobre la inflación suelen ser más tardíos. Ésta empieza a aumentar a los seis trimestres y el impacto puede durar hasta tres años. En Estados Unidos, los efectos sobre la demanda de consumo e inversión suelen ser más lentos, comenzando a los seis trimestres, y también sobre la inflación, iniciándose a los ocho trimestres, aunque tardan también más en desaparecer que en Europa. Esto significa que las bajadas iniciadas por la FED hace ya casi un año se van a empezar a notar en los próximos meses y que la Eurozona, aunque va con mayor retraso porque tenía mayores tensiones inflacionistas por problemas de oferta, todos los recortes que haga ahora se van a empezar a notar sobre la actividad el año que viene, al tener unos efectos más rápidos. Es decir, que es un momento propicio para bajar tipos rápidamente para evitar que la mayor desaceleración o la recesión sea mayor o para salir antes de ella. Podría incluso llegar a ser necesario, si la situación económica continuara deteriorándose más tiempo, una intervención concertada de los tres grandes bancos centrales para debilitar el yen, única vía existente hoy para animar la bajísima tasa de actividad japonesa, y, de paso, ayudar a la paulatina depreciación del dólar y conseguir una mejor absorción de su déficit por cuenta corriente.

La experiencia de la política fiscal en las recesiones no muestra, por el contrario, tanta eficacia. Casi siempre se han tomado medidas expansivas demasiado tarde, porque su tramitación es mucho más lenta, o no se han podido tomar porque los niveles de déficit y deuda eran excesivos y no lo permitían. Por regla general, el efecto expansivo que ha producido el mayor gasto público ha tendido a ser cuatro veces menor que el producido por la reducción de los ingresos impositivos derivada de una menor renta, un mayor desempleo, unos menores beneficios y una menor actividad general. Es decir, en general, es preferible dejar que simplemente funcionen los estabilizadores automáticos. Sin embargo, en la situación actual, Estados Unidos y algunos países europeos como Alemania se han adelantado (obviamente sin saber lo que se les venía encima) con una oportuna rebaja de impuestos que pueden empezar a tener efectos sobre la actividad económica muy pronto. Además, la situación presupuestaria y los niveles de deuda de los países de la OCDE (excepto Japón) permitiría, si fuera necesario, ser algo más alegres en términos de gasto que en las anteriores fases recesivas, aunque, como señalaba más arriba, sus efectos sobre las variables reales suelen ser menos eficaces que los monetarios.

Por último, el FMI, el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo tendrán que estar preparados para actuar como prestamistas de última instancia, en el primer caso, y para organizar operaciones de salvamento de algunos países en desarrollo que puedan tener dificultades en hacer frente al servicio de su deuda.

En conclusión, dadas las incertidumbres que existen, al menos a corto plazo, y el proceso de falta de confianza y de inseguridad que ha desencadenado el gravísimo atentado terrorista, las autoridades económicas nacionales deben de seguir actuando de forma coordinada y sincrónica con políticas macroeconómicas expansivas para, en el mejor de los casos, evitar que el crecimiento mundial se mantenga muy alejado de las previsiones anteriores a dicho atentado y, en el peor de los casos, conseguir que la salida de una potencial recesión sea lo más rápida posible. Cuanto antes se sigan recortando los tipos de interés y se siga manteniendo la liquidez en los mercados financieros, antes se empezará a recuperar la confianza de los inversores y de los consumidores, especialmente la de estos últimos, que son los que han estado evitando la recesión en Estados Unidos y en Europa, y que ya con anterioridad a los atentados estaba empezando a flaquear, sobre todo en Estados Unidos, ya que el famoso efecto riqueza estaba muy concentrado en el 20% de las rentas más elevadas, que aún tenían suficientes ahorros, por sus elevadas remuneraciones y el ejercicio de sus opciones sobre acciones en el año 2000. Sin embargo, estas rentas extraordinarias no se van a repetir este año, lo que, unido a los despidos masivos y la caída de los salarios reales, hacen muy difícil en 2002 mantener las tasas actuales de crecimiento del consumo. Estoy en total desacuerdo con aquellos que dicen que, como en el caso de Japón, las políticas macroeconómicas expansivas no van a lograr recuperar la confianza de los agentes económicos. No es en absoluto comparable una situación y otra. En Japón se tomaron dichas medidas tarde y mal, y además existía una total desconfianza en un partido y en una clase empresarial dirigente que había estado más de cincuenta años en el poder y había incurrido en unos escándalos de corrupción impensables incluso para una cultura más benevolente hacia estas actividades oscuras como la oriental. Las dosis de confianza ciudadana respecto de la política y los gobiernos europeos y americanos, sin ser elevada, es relativamente mucho mayor, y se ha visto reforzada por la onda de patriotismo que ha generado el reciente y deleznable atentado.

Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research (CEPR).

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