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SOBREMESAS
Columna
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El vino

Vamos hacia la desaparición del corcho como tapón de las botellas. El futuro es del plástico.

Quien así opina es uno de los mayores productores de vino de la Comunidad, Rafael Poveda, que es enólogo y dirige, junto con su hermano Salvador, las Bodegas Salvador Poveda, en Monòver. Éstas fueron creadas por el abuelo de los actuales propietarios en 1940, con el ánimo de recuperar el famoso vino Fondillón, obra de arte de los vinos dulces.

Pero aunque la crianza del Fondillón se mantiene con los ritos ancestrales por respeto a la tradición, la bodega, como la mayoría de las que ahora están en alza, se ha modernizado e incorpora las últimas técnicas en todo lo referente a la fabricación de los vinos, comenzando por el cultivo y prosiguiendo hasta el final, con etiquetado y transporte.

Los cambios producidos en el proceso de obtención del vino son incontables en los últimos años -para escándalo de tradicionales y azote de descreídos-, y todos están destinados a mejorar la calidad del producto y así devenir competitivos. La implantación de las variedades de uva más populares en el mundo, cabernet sauvignon, riesling, merlot, que conviven con las clásicas en la zona, monastrell, garnacha, moscatel, junto con los nuevos sistemas de riego y cultivo, aseguran que las bodegas puedan disponer de una amplia gama de mostos para elaborar sus productos. Hay gustos para todas las opciones, aunque Rafael Poveda opina que los coupages, o sea las mezclas de uvas de distintas variedades, son norma obligatoria en el mundo del vino y con ese criterio se hacen los productos de mayor calidad a lo largo de la historia. Los famosos burdeos franceses están compuestos por dos o más variedades, y lo mismo sucede con las marcas más acreditadas de otras zonas vinícolas. Sin despreciar por ello el llamado vino monovarietal -con esa bonita palabra se conoce al que es hijo de un solo padre-, que pasa en estos momentos sus más felices horas en los mercados, acompañando a un público deseoso de apreciar los sabores puros como contestación a las manipulaciones, no siempre ortodoxas, de los vinateros en la posguerra.

Los vinos han mejorado no tanto por los cultivos, sino por las técnicas posteriores a la crianza de la uva. El profundo estudio del momento de la recolección -que dará lugar a mayor o menor porcentaje de azúcar dentro del grano-, el cuidado en la recogida -aún implicando mayores costes-, el transporte, el despalillado, el prensado y el almacenaje inicial de los caldos suponen un despliegue de decisiones con incidencia notable en el producto final. Después llega otro momento esencial: la fermentación, la elección del tipo de material donde se producirá-acero, fibra de vidrio, cemento-, la temperatura, la adición, o no, de sustancias que aceleren el proceso o lo retrasen, que limpien el vino de impurezas, lo decanten, etcétera. Todo para dar lugar a un producto que se almacenará en barricas de roble, y que al fin se embotellará en vidrio y se tapará con un...

Debemos volver al principio de este escrito, no sabemos qué tapón elegir, nos faltan datos. El corcho es un producto vivo, y por eso mismo sujeto a enfermedades que puede transmitir durante su estancia en la botella; es poroso, lo cual facilita la penetración de aire; su material se esponja o contrae en función de la humedad y del calor, modificándose por esta causa el tamaño del mismo y ayudando, como en el caso anterior, a que el vino se pique y, además, debido al incremento en la producción de vinos de calidad, que requieren corchos de la misma importancia, el precio de la piel del alcornoque se ha puesto por las nubes, al ser la cantidad que se puede obtener de cada uno de los árboles limitada y exigua.

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El plástico nos lleva a un mundo sin tradición, no nos permite conjugarlo con la veneración que debemos a un château, o a un tokay húngaro endulzado con siete puttonyos y que nos trae a la memoria las invasiones turcas, o al Fondillón que asombró al Rey Sol, o a los vinos de Jerez y Oporto, algunos centenarios. Pero ningún profesional duda que estos vinos, y otros de inferior calidad, también podrán calificarse de centenarios dentro de unos años merced a una conservación perfecta gracias al plástico que los tapa y protege, impidiendo, como valor añadido, que los futuros sommeliers, privados o públicos, hundan el sacacorchos hasta el final de su espira, provocando la rotura del tapón y derramando, cual veneno para el espíritu, los restos aserrinados del mismo, por el líquido de nuestros amores.

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