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Columna
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El mundo según Bush

Le ha faltado tiempo al presidente norteamericano George Bush, a su regreso de la cumbre de Génova, para darle otra bofetada al mundo y dejar claro que las amables y campechanas palabras dirigidas a los otros líderes asistentes al G-8 eran meros excursos del ejercicio consecuente del desprecio a las inquietudes de las sociedades que éstos representan. A Silvio Berlusconi probablemente no le importe mucho la decisión de Washington de bloquear el tratado para el control de la prohibición de fabricar armas químicas. Está claro que comparte las sensibilidades de su huésped del pasado fin de semana. Pero casi todos los demás líderes europeos y del mundo en general que hayan alabado con ligereza en los últimos días la gran capacidad de Bush de 'aprender y entender los intereses de los aliados', se arrepienten hoy de no haberse mordido la lengua. Sin haber cumplido aún siete meses en la Casa Blanca, Bush ha logrado imponer un resultado constante en sus relaciones con el resto del mundo, en Naciones Unidas y fuera de la organización: 186 a 1. Los resultados sugieren que el concepto de negociación y cooperación está al menos algo torcido junto al Potomac.

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Siete años de arduas negociaciones para elaborar mecanismos de verificación del cumplimiento del compromiso de no fabricar armas biológicas establecido en 1973 han quedado en nada, por apenas unas frases jactanciosas del representante de la Administración norteamericana en la ONU. Dice Washington que el acuerdo pondría en peligro la confidencialidad de su industria farmacéutica y de la investigación biológica, y que además no crea un instrumental suficiente para evitar que algunos países violen los acuerdos.

El bloqueo al Tribunal Penal Internacional, la dilapidación del Tratado de Kioto, el trato sistemáticamente humillante hacia China, la magnífica operación diplomática de lograr reavivar el eje entre Moscú y Pekín, gesta diplomática que sólo Mao y Stalin habían logrado forjar, resucitado el escudo antimisiles en violación del Tratado ABM, y ahora el acuerdo sobre armas biológicas, son algunas de las bofetadas, las más sonadas por el momento, con las que Bush ha iniciado su mandato y abre 'el periodo de consultas con nuestros aliados y amigos'. Esto es lo que se llama una ofensiva de afecto.

Con amigos como Bush, nadie necesita enemigos ficticios como una Corea del Norte que tanto miedo nos da a todos, ni a terroristas fundamentalistas agazapados en recónditos valles afganos. La visión del mundo de Washington es la de Austin, célebre capital de las pistolas gracias a las novelas de Marcial Lafuente Estefanía, y todo nos hace temer que ésta varíe muy poco en la legislatura del hombre afable. El suelo bajo la cúpula del capitolio de Austin, Tejas, aparece junto a las banderas borbónica francesa, la confederada y la norteamericana la de Castilla. Recuerdan a todos los estados a los que en su día perteneció este Estado tan especial en la historia del nuevo continente.

Pero ahora ha surgido en Bush un líder electo de forma especial, muy especial en algún estado decisivo como Florida, que parece obsesionado con romper los vínculos de cooperación y solidaridad entre EE UU y Europa. Al ritmo que lleva, es posible que lo consiga incluso si se convierte, como su padre, en un presidente de legislatura única. Producen ya vértigo los abismos de desconfianza y resentimiento que está creando en una alianza a través del Atlántico que no sólo es herencia histórica, sino necesidad política y estratégica actual y futura. Hay quien dice que Bush aún aprenderá que el mundo no depende sólo de sus donantes en la industria energética, tecnológica-militar o farmacéutica. Que llegará a convencerse de que el mundo existía antes que dichos donantes y de que el 99,9% de la humanidad espera que siga haciéndolo después. Pero puede que sea demasiado tarde para convencer, no ya a los gobernantes, sino a las opiniones públicas, de que es preciso colaborar con quien te desprecia día a día. Y, posiblemente, muchos norteamericanos se den entonces cuenta de que Bush los ha dejado solos, demasiado solos, en un mundo muy pequeño en el que sin nadie con quien cooperar, puedes ser potencia cierto tiempo, pero no un sitio seguro durante mucho más.

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