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Tribuna:DEBATE SOBRE LA EUTANASIA
Tribuna
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Envejecimiento, dignidad y eutanasia

Quiero anticipar que a los gerontólogos sociales nos preocupa, como señalaba Stieglitz en 1943, el análisis y la resolución de conflictos que pueden afectar a las personas mayores en su proceso de interacción con el sistema social en que se desenvuelven, y no hay duda, de que, la posibilidad de morir sin sufrimiento físico o la decisión de acortar la vida por parte de alguien que sufre una enfermedad incurable para poner fin a sus sufrimientos (esta es la definición de la Real Academia Española de la Lengua sobre la eutanasia) es un tema que afecta en la actualidad a muchos ancianos que padecen procesos invalidantes crónicos, y especialmente, a los cuidadores de estas personas. Tres son los ejes, sobre los que quisiera realizar algunas reflexiones.

El concepto de dignidad se encuentra muy mediatizado por una ideología moral

1. Envejecimiento

En primer lugar, y como señalan los últimos informes sobre el envejecimiento en nuestro país, la esperanza de vida, especialmente en el caso de las mujeres, se sitúa en una cifra cercana a los 83 años. A esta circunstancia, habría que añadir que debido a los importantes cambios sociales que se han producido en la familia (incorporación masiva de la mujer al mundo del trabajo, traslado de los hijos a otros territorios para asegurar una actividad laboral, etc.), un elevado porcentaje de estas personas, viven solas en la actualidad

En segundo lugar, es necesario destacar que en los últimos cien años, cuando la población total de nuestro país solamente se ha duplicado, los octogenarios se han multiplicado por 13. Recordemos, que desde el año 1995, la población mayor de 80 años, se ha incrementado en un 50%.

En tercer lugar, las posibilidades de padecer a estas edades una enfermedad crónica de tipo degenerativo (demencia, parkinson, artrosis, etc.) de tipo irreversible, pueden llegar a situarse en cifras cercanas al 20-30%. Este tipo de enfermedades dan lugar a una situación de dependencia que necesita de la ayuda de otras personas para poder desenvolverse en las actividades de la vida diaria (higiene, alimentación, deambulación, etc.)

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Desde este escenario, es necesaria una actuación eficaz de las diferentes administraciones públicas para hacer frente a esta problemática, a través de una eficaz coordinación de servicios socio sanitarios dirigidos a las personas de edad avanzada en situación de dependencia. Desgraciadamente, la coordinación socio-sanitaria en nuestro país dirigida a las personas mayores es uno de los temas olvidados de las políticas sociales dirigidas a este colectivo. Si bien, la atención sanitaria ha ido desarrollando algunos servicios especializados (atención domiciliaria, unidades de crónicos, cuidados paliativos), la atención social, ha sido más bien escasa, al menos, en lo que se refiere a nuestra Comunidad. Recordemos, en este sentido, la limitada implantación de servicios llamados de proximidad que permiten la estancia de la persona mayor en su domicilio habitual, tales como: teleasistencia, servicio de ayuda a domicilio, centros de día, pisos tutelados, etc. Por otra parte, una correcta coordinación entre lo sanitario y lo social para mejorar en su globalidad la calidad de vida de las personas mayores, se expresa tan sólo a través de deseos políticos y de recomendaciones que en última instancia nunca suelen llevarse a la práctica.

2. Dignidad

El concepto digno o dignidad se encuentra muy mediatizado en la actualidad por una ideología moral que presupone lo que es decente o no humillante para una persona de edad avanzada. Desde estos supuestos, la dignidad se establece desde parámetros ajenos al propio anciano: externos a las propias vivencias y necesidades del anciano; pensando en como se debería comportar la sociedad con los ancianos, y no, como realidad se comporta, y finalmente, pensando en que algo digno para las personas mayores es lo que presuponen algunos que no es humillante para las personas de edad avanzada. Así, nos olvidamos frecuentemente de que una persona mayor pierde dignidad cuando, después de vivir muchísimos años en su domicilio, un buen día, tiene que abandonar el mismo y trasladarse a una residencia de ancianos alejada del lugar donde ha transcurrido una importante parte de su vida, debido a que necesita los cuidados continuados de alguna persona.

Un mayor pierde dignidad cuando necesita la ayuda de otras personas para desenvolverse en las actividades de la vida diaria: cuando se ve desnudado para mantener su higiene personal, cuando pierde la intimidad personal que le ofrece su propia habitación, cuando depende de las motivaciones y circunstancias de la persona que le presta cuidados, cuando no puede trasladarse por sus propios medios para realizar alguna actividad. En estas y otras muchas circunstancias, el anciano pierde su dignidad.

Frente a estas circunstancias, se proclama que el mayor tiene que aceptar su situación con resignación, y que la administración tiene que ir generando servicios (residencias, unidades de cuidados paliativos, etc.) que permitan 'mejorar la calidad de vida' de las personas. Pero, me pregunto ¿Existe realmente la posibilidad de reinstaurar la dignidad?

3. Eutanasia

Quiero anticipar aquí que no conozco a ninguna persona de edad avanzada que, manteniendo una salud medianamente aceptable, se plantee acortar su vida. Las frases expresadas por algunos ancianos: ya he vivido lo suficiente, soy una carga para toda la familia, etc., no expresan ciertamente una renuncia a seguir viviendo, siquiera soportando una serie de adversidades y una determinada pérdida de la autoestima. Pero si deseo expresar, sin ambages posibles, que conozco a algunas personas, que ante la situación de tener que depender para siempre del cuidado de otras personas y renunciar a su proyecto de vida, proclaman de una forma más o menos velada, la intención de renunciar a seguir viviendo sin dignidad.

La posibilidad de que en nuestro país pueda plantearse -si quiera tímidamente- la aprobación de una ley que permitiera un acortamiento de la vida en personas afectadas por procesos de discapacidad manifiesta afectados además por dolores insufribles y una acusada pérdida de dignidad, está generando en algunos medios de comunicación, no pocas controversias al respecto:

En primer lugar, desde el ámbito de la medicina, se propugnan argumentos en contra de la aprobación de una ley sobre la eutanasia, fundamentada especialmente en que la misma no sería necesaria, aportando como solución, la creación de unidades de cuidados paliativos conformados por equipos multiprofesionales, que ofrecieran al moribundo y a su familia la posibilidad de: eliminarle el dolor, disminuir su ansiedad y el malestar psicológico, rodearle de cariño y hacerle sentirse digno y valioso. Ante este argumento, no exento como señalábamos más arriba de una enorme influencia moral, cabría realizarse una serie de preguntas: ¿Dónde y en qué cantidad existen estos maravillosos equipos?; ¿Cuántos profesionales existen en el sector socio-sanitario que sean capaces de ofrecer ciertamente ayuda psicosocial a estos enfermos y especialmente a sus familias?; ¿Se encuentra el sistema socio-sanitario español, preparado para atender adecuadamente a este tipo de pacientes?

En segundo lugar, y desde el ámbito del Derecho, se utiliza como argumento el que nuestra Constitución recoge en su Artículo 15, el derecho a la vida como un deber fundamental a cumplir y que frente a un derecho promovido por el orden constitucional y democrático, no existe libertad individual posible para poder decidir sobre la propia vida. Este argumento, es difícilmente rebatible por un lego en la materia. De cualquier manera, y como ciudadano curioso en el estudio del análisis de las libertades individuales, añadiría que el citado Art. 15 de nuestra Constitución señala igualmente que nadie puede ser sometido en ningún caso a tortura ni a penas o tratos humanos inhumanos o degradantes, olvidando como señalaba recientemente en un interesante artículo de opinión mi compañero el profesor Antonio Ariño que la medicina actual es capaz de prolongar la vida humana en condiciones muy poco humanas y yo añadiría que a veces degradantes.

Por otra parte, cabría añadir que si nuestra Constitución podría ciertamente impedir la aplicación de cualquier medida que ayudase al buen morir, quizá merecería la pena revisar algunos artículos de nuestra Carta Magna sin que se viera coartada la libertad individual.

Finalmente, desde el ámbito de la ética y la moralidad, aparecen los defensores de la vida humana a cualquier precio, argumentando que nadie tiene derecho al control de su propia vida, puesto que la vida viene de Dios. Desde esta perspectiva, cabría argumentar -no sé si con los conocimientos y la solidez suficiente- que al igual que nuestra Constitución negaría la libertad a decidir sobre la propia vida, este mismo documento recoge nuestra laicidad como pueblo y la pluralidad de opciones como respuesta frente a determinados problemas.

Recientemente, un anciano de 84 años ha dado muerte a su esposa afectada gravemente por una demencia en estado avanzado, al enterarse de que él mismo estaba afectado a su vez por un cáncer terminal. Es posible que este anciano, ante la perspectiva de una falta de cuidados adecuados para su esposa en el caso de su propio fallecimiento, y la consiguiente pérdida de dignidad para su esposa, no utilizara los medios adecuados para hacer frente de manera correcta a la situación. Pero, ¿qué hacemos entre todos?: ¿lo consideramos un homicida por haber matado a su esposa y lo condenamos socialmente?; ¿lo consideramos como un enfermo mental que en un arrebato ayuda a quitar la vida a su esposa, y lo condenamos igualmente?

Entiendo que los seres humanos somos libres de decidir nuestra dignidad humana y que, al mismo tiempo, debemos proteger la vida de nuestros semejantes, pero quizá deberíamos permitirnos analizar con un poco más de detenimiento qué piensa la sociedad sobre el importante problema de la eutanasia. El comunicado de la ministra de Sanidad referido a que el CIS planteará una encuesta sobre la eutanasia y las actitudes de los médicos españoles en relación a esta cuestión, abre un importante futuro sobre el tema.

Enrique Berjano es profesor de la Universitat de València.

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