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Columna
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La globalización de las diferencias

Andrés Ortega

En el terreno de la cultura, en un sentido amplio, la globalización tiene al menos dos caras: la de la uniformización y la de la diferenciación. La primera se suele confundir con americanización, al fijarse sólo en los aspectos poco profundos o epidérmicos de la cultura y seguir, en contra de lo que alerta Richard Shweder (en Culture matters, compilado por Samuel Huntington), 'los mapas morales del mundo', que suelen ser mapas occidentales, o de una élite global que, según este antropólogo de la Universidad de Chicago, se define más 'por sus planes de viaje que por sus antepasados'.

Pero, incluso en este terreno epidérmico (de gran importancia económica), la situación es cambiante. Sin duda, la americanización cultural la vivimos en cierto grado. Ahora bien, Foreign Policy, en su último número, documenta que India produce más del doble de películas que Hollywood, lo que era sabido, pero también, lo que resulta menos conocido, que (datos de la Unesco de 1998) Estados Unidos es un importador neto de productos culturales (en una relación de tres a uno respecto a sus exportaciones), y que los países en vías en desarrollo o Japón son exportadores netos.

En los últimos tiempos, además, la francesa Vivendi se ha hecho con la norteamericana Universal y la alemana Bertelsmann se ha convertido en una potente empresa cultural en Estados Unidos. No todo es, pues, McDonald's (que, en un proceso de globalización, también se adapta a los gustos locales, con la excepción del uniforme Big Mac).

Los shushies japoneses han entrado en nuestra cultura culinaria. Y empieza a haber programas europeos con proyección global, como, por desgracia, Gran Hermano o, mejor, el que en España se llama ¿Quiere usted ser millonario?

Tampoco hay que confundir lo que la gente consume, que sería parte de la cultura epidérmica, con la cultura profunda de las formas de pensar. Max Weber ya consideró que los chinos eran más capaces de asumir el capitalismo que los japoneses, y a pesar de que estos días celebren el 80º aniversario de la fundación del Partido Comunista Chino, lo están demostrando por doquier, en China, en la isla de Taiwan y en casi todos los países de la zona.

No significa que los chinos se hayan hecho occidentales. Las diferentes culturas tienen una fuerza sorprendente para asimilar nuevos productos y tecnologías. Lo que genera problemas es, como se ha apuntado, que los cambios en la cultura material (tecnología, transportes, comunicaciones) sean tan rápidos que la cultura no material y profunda no sigue y pierde pie. Este retraso contribuye a producir reacciones contrarias a la globalización. Aunque cambien en el proceso las culturas profundas pueden seguir siendo diferentes. Las nuevas tecnologías de comunicación, como Internet, pueden contribuir a ello. Internet puede favorecer el mantenimiento de las diferencias dentro de una sociedad.

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El servicio matrimonial de The Hindustan Times (http:// 167.216.192.97/classifieds/openingcamatrimonialsearch.jsp) da una lista de 21 categorías o castas, diversas religiones y tres tipos de color de piel para elegir en Red. Tales diferencias no las inventa Internet, pero les proporciona un nuevo medio en el que reproducirse.

Lo nuevo es que con Internet, o la televisión por satélite, las identidades locales, las ONG que promueven los derechos humanos o luchan contra el armamentismo, las culturas étnicas e incluso las sectas o los grupos indeseables pueden tener una proyección global. Es decir, que se dan a la vez las singularidades y la globalización de estas singularidades.

Internet permite globalizar las diferencias, aunque sea aún una población proporcionalmente escasa la que tiene acceso a la Red. Los nuevos medios contribuyen a la uniformización, pero a la vez la tribalización, a la pertenencia a tribus virtuales o no tan virtuales; virtuosas o no.

aortega@elpais.es

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