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La guardia civil patrulla en Kosovo

53 agentes regresan a Sevilla y relatan el terror con que viven los serbios en la provincia yugoslava tras la guerra

En las guerras civiles nunca hay un último tiro. Los odios y las atrocidades que éstas traen consigo se prolongan durante años o generaciones. En Kosovo ya no hay bombardeos ni escaramuzas guerrilleras, pero el último tiro aún está lejos en el tiempo. Un grupo de 53 guardias civiles con base en Montequinto (Sevilla) ha regresado a España tras pasar seis meses ejerciendo de policía bajo mando de la ONU en Pec, uno de los puntos más calientes de Kosovo y cuna de la iglesia ortodoxa serbia. Otros 33 guardias del GRS (Grupo Rural de Seguridad) Número 2 de Sevilla les sustituyen ahora hasta que acabe el año.

El joven capitán que comandó el grupo narraba ayer en manga corta el frío que les tocó pasar y mostró la foto de uno de sus todoterrenos volcados tras patinar en lo que los lugareños llaman 'hielo negro'. Y es que en Kosovo tuvieron que aprender casi todo. Hasta a no hablar serbocroata, para que no les pasara lo que a un policía búlgaro, veterano de Bosnia, que intentó entablar una conversación en serbio con unos niños y acabó con dos tiros en el pecho. Eran niños albaneses acostumbrados a caminar por el medio de la carretera de camino a la escuela para evitar que una de las minas de la cuneta les volase las piernas.

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El contingente de la Guardia Civil -que tiene a 300 de sus integrantes repartidos en misiones en ocho países- está integrado dentro de la internacional Unidad Especial de Policía (SPU, según sus siglas en inglés). Tiene poder ejecutivo para cumplir misiones de seguridad y de orden público, y se han dedicado especialmente al combate de las mafias que se mueven al socaire del desorden posbélico. Así han realizado casi 1.500 patrullas y han participado en misiones tan dispares como la seguridad de un partido de balonmano, sofocar un motín carcelario, desenterrar una fosa común o detener a una banda de extorsionadores.

A estos guardias civiles no les duelen prendas a la hora de admitir que allí 'se pasa miedo'. 'Todo el mundo tiene armas y está dispuesto a usarlas', comenta el capitán. 'Cuando entras en una casa no sabes lo que vas a encontrar. Al lado de la persona que buscamos, que siempre está armada, suele haber niños o ancianos', relata, al tiempo que recuerda cómo a una mujer de avanzada edad le dio un amago de infarto cuando les vio aparecer en su casa, ya que se pensaba que eran los milicianos serbios que volvían.

Pero en un ambiente tan terrible siempre hay sitio para más dolor. Una situación que les ha impactado especialmente es la de los serbios de Kosovo. Encerrados en los perímetros de sus poblaciones y sin posibilidad de salir a ningún lado. A pesar de ello, no quieren abandonar la tierra en la que nacieron ellos y sus antepasados. Estos temas enquistados demuestran el largo camino que queda hasta la normalidad en una zona que todos consideran suya y sobre la que le niegan el más mínimo derecho al contrincante.

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Los guardias civiles aseguran que han aprendido mucho. También de España. 'Allí maduras como policía y aprendes a trabajar con gente de todas nacionalidades y estilos, pero lo que realmente aprendes es a valorar lo que tienes, la paz', concluye uno de ellos mientras apura, en maga corta, un café con leche.

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