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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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La mirada ociosa del verano

A los centrados dirigentes políticos les pasa lo que a aquel borrachín que se hizo cura y ejerció de piadoso párroco sin serle dado evitar que en el instante de la consagración su pie derecho tanteara el suelo buscando el refugio de la antigua barra de bar

Bartleby

Se mire como se mire, la lectura de la Rayuela de Cortázar siempre será un asunto de verano, ligero, distraído entre dos martinis, pesado cuando el autor filosofa y conviene saltarse algunas páginas. Más interés tiene retomar en julio lecturas olvidadas que siempre serán de invierno, como Conrad, pero también Melville, autor no sólo de la inabarcable Moby Dick sino de relatos espeluznantes como Bartleby, el escribiente o El vendedor de pararrayos. El tal Bartleby es un empleado de oficina que ante cualquier indicación de tareas por parte de su superior se limita a responder con un lacónico 'preferiría no hacerlo'. Fue más o menos rescatado del olvido por Borges y ahora está de moda en algunos círculos intelectuales poco propensos a rechazar los compromisos de encargo. Volver a la lectura del temprano Bartleby, entender en toda su extensión el vértigo de la inocencia antiglobal.

De Marcuse no se abuse

Después del tostón de su tesis sobre Hegel, Herbert Marcuse obtuvo cierta gloria entre la juventud de los últimos 60 a cuenta de una muy astuta revisitación de la obra de Freud que insistía en el mercadeo de sus categorías psicológicas reconvertidas en eslóganes políticos. En su libro El final de la utopía, que recoge diversos artículos e intervenciones en bienales más serias que la ahora en boga, está todo lo que los militantes globales de la antiglobalización querían saber y jamás se atrevieron a preguntar, incluidas las argucias de las fuerzas de seguridad para dinamitar desde dentro el impulso de la contestación. No es por volver a la edad clásica, pero en ese bonito ensayo se retrata con minucia de orfebre alemán el lado oscuro y como de uniforme de la boba tentación global que nos aturde. Tiene su mérito, muchos años antes del despliegue doméstico de Internet.

Profetas desahuciados

No hay duda de que el prestigio de los profetas se mide en proporción inversa a la magnitud de sus logros, porque no hay fracaso mayor que el que acierta a echar sus redes entre los esturiones del triunfo. Existe, sin embargo, un segmento de profetismo miserable, captado casi cada día por unas cámaras fieles hasta lo insoportable a su vocación de testimonio, ante las que deambulan ejércitos de desdichados trashumantes en procura de su dosis química entre plantaciones de alcachofa o esbeltas muchachas subsaharianas, anchas como lechos, satisfaciendo la demanda otoñal de sexo rápido. La profecía de miseria atañe a quienes se enriquecen con las necesidades ajenas, mientras la mirada comprende que esas fotos están tomadas del bracete de la muerte.

El chocolate deGarcía Márquez

Volviendo a las lecturas de verano para mitigar el calor mediante el recurso a desorbitar los ojos a la manera clásica de una Marujita Díaz, ese cuento de hadas para adultos contado por un idiota sabio que es Cien años de soledad contiene, como todo el mundo sabe, más de una maravilla tanto en su estructura como en su despliegue palabrero. Hay un episodio ejemplar en la preparación narrativa de la sorpresa, que es cuando el párroco de Macondo se zampa un espeso chocolate en el instante que precede a su levitación representada ante una legión de feligreses poco dados a la credulidad. No sé bien a santo de qué, ese fragmento siempre me lleva a reflexionar sobre los misterios de la navegación aérea. Otro misterio, ahora bibliográfico, es que Muñoz Suay tenía un ejemplar del libro de Vargas Llosa Historia de un deicidio donde el peruano sajonado se proponía destripar a fuerza de elogios la obra de su rival y que estaba anotado al margen -yo lo he visto- por el propio García Márquez. No estaría mal que alguien nos dijera qué se ha hecho al cabo de ese valioso, ya casi histórico, volumen.

Jack Lemmon

Billy Wilder, el más grande cineasta vivo, capaz de decir cosas como 'Era el papel más flojo y el truco estaba en dárselo a la actriz más explosiva' al preguntarle por el trabajo de Marilyn Monroe en una de sus películas, siempre manifestó su predilección por un actor como Jack Lemmon, que ahora acaba de morir, y le encantó su trabajo en El apartamento: 'Es ejemplar cómo hizo de pobre desgraciado que resulta involuntariamente gracioso, cuya desgracia se hace soportable al público porque incluso para la desgracia es demasiado torpe'. Lemmon, ante el que el espectador no sabía si atender a sus andares estrafalarios, a su mandíbula de pato o al efecto ventilador de sus manos incesantes. Lemmon el grande, el teatrero, el gesticulante, el que estaba seguro de no poder hacer jamás tragedia y acabó siendo el único foco de interés de Missing.

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