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Política y policía

Josep Ramoneda

'Estos grupos que se autodenominan radicales en realidad son los menos radicales, porque lo único que consiguen es dar la excusa perfecta al Gobierno para criminalizar el movimiento antiglobalización'. Me lo decía una de las responsables de una campaña bien trabajada durante cuatro meses, que había movilizado centenares de organizaciones y millares de personas y había conseguido llevar sus ideas a la opinión pública y a los medios de comunicación, y que al final corre el riesgo de quedar confundida por algunos episodios de violencia, en cualquier caso aislados y nada representativos de este movimiento. Por eso, algunos sectores de la organización temen que la violencia provoque rechazo social, los divida y los debilite. ¿Era ésta la pretensión del Gobierno al diseñar la respuesta policial?

Algunos manifestantes hicieron más que la policía para evitar los actos vandálicos. ¿Chapuza o intencionalidad política?
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La mayor parte de la manifestación del domingo transcurrió de modo pacífico. Los propios manifestantes consiguieron contener a un grupo reducido de agitadores que fueron obligados a viajar en la cola de la manifestación. Causó sorpresa que ya cerca del final del paseo de Gràcia el grupo de violentos contara con la incorporación súbita de un grupo de agitadores que no había sido visto antes. Y después la dureza con que la policía, que había dejado romper cristales sin intervenir, se lanzó a una carga indiscriminada y dura en la plaza de Catalunya. A partir de ahí todo se torció.

Esperemos que la actuación policial sea debidamente discutida en el Parlament, como es exigible en una sociedad democrática. En cualquier caso, forma parte de las obligaciones de una policía democrática proteger el derecho de manifestación. ¿Por qué no mantuvo aislado al grupo de violentos que los propios manifestantes habían expulsado de su seno? Es tarea de la policía impedir que se altere el orden público y en caso de que esto ocurra reinstaurarlo, en esta ocasión -y hay reincidencia- lo menos que se puede decir es que las cosas empeoraron con la actuación policial. Algunos manifestantes hicieron más que la policía para evitar los actos de vandalismo. ¿Chapuza o intencionalidad política?

A juzgar por lo oído en público y en privado en los últimos días, el Gobierno y los responsables policiales partían de dos premisas: que el movimiento antiglobalización es un movimiento violento y que hay en él conexiones con la kale borroka vasca. La primera premisa es peligrosamente reduccionista. Y los hechos de Barcelona lo demuestran: que algunos grupos de agitadores violentos se metan en la movida no significa que la inmensa mayoría de las organizaciones y de los ciudadadanos que participan en la campaña lo sean. Sólo con intencionalidad política se puede hacer esta amalgama. Parece que los movimientos antiglobalización, en la medida en que tocan algunas cuestiones especialmente sensibles, que tienen que ver con los problemas reales de la ciudadanía, y pretenden romper el mito de que hay una sola forma de globalización posible, resultan incómodos. Mientras la violencia los acompañe, se podrá conseguir cierto rechazo por parte de las clases medias. ¿Es ésta la intención del Gobierno? La estupidez de los que van de radicales se convierte en cómplice eficaz de la voluntad del poder de desprestigiarlos. Los movimientos antiglobalización tendrán que luchar seriamente para despegarse de esta adherencia de violencia que llevan puesta.

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La segunda premisa es posible. Y es probable que las detenciones efectuadas confirmen cierta conexión vasca de los activistas más violentos. Pero tampoco esto puede servir para descalificar la totalidad del movimiento. Más bien al contrario, la función de una policía democrática sería garantizar que el movimiento pueda llevar a cabo todos sus programas y actividades sin la violencia, que ellos mismos rechazan. Y en cambio, en este caso, más bien se ha ayudado a catalizarla.

Sin duda, los movimientos antiglobalización tienen que afrontar la cuestión de la violencia. Estos movimientos críticos con el orden social vigente se mueven siempre, como es lógico, en un territorio de riesgo. Por eso es legítimo pedirles claridad en los métodos. Pero una sociedad abierta debe tener lugar para estas discrepancias de fondo y verlas con la atención que merecen, en vez de buscar el modo de desprestigiarlas. Sería injusto exigir a estas organizaciones más de lo que se exige a los demás. Por ejemplo, la mayoría de las celebraciones de las victorias de los equipos del fútbol, el Barça sin ir más lejos, acaban con sus grupos ultras rompiendo cristales y escaparates. No por eso se criminaliza a los clubes ni a sus seguidores. Es más, se les recibe en las estancias oficiales. Que los clubes de fútbol sean pilares del orden establecido no es razón para que lo que no se exige a ellos se exija a los grupos que critican el funcionamiento del sistema.

La democracia se defiende abriéndola, no cerrándola a quienes discrepan más de lo que algunos -¿con qué criterio?- consideran aceptable. Que la represión sea la única respuesta gubernamental a estas movilizaciones es lamentable. Contra todo pronóstico, los organizadores han conseguido algo muy difícil: mantener viva la campaña, con intensidad creciente, a pesar de que quedó desconvocado el acto que la motivó: la conferencia del Banco Mundial. Se confirmaba con ello que no son sólo movimientos de rechazo, sino que pretenden señalar problemas y proponer soluciones alternativas a un proceso de globalización muy dirigido que deja enormes efectos colaterales a su paso. Sería una mala señal para la democracia -y un mal signo de la idea que de ella tiene el Gobierno- que frente a estas cuestiones no hubiera otra respuesta que la incomprensión, el rechazo y la represión. Cuando los gobiernos responden de forma cerrada siempre consiguen el mismo efecto: potenciar la cerrazón de la otra parte, en este caso, dar protagonismo a los violentos.

Durante las últimas semanas ha sido muy saludable el amplio eco que las propuestas de la campaña antiglobalización han tenido en los medios de comunicación. El Gobierno, en vez de empecinarse en una respuesta policial equivocada que sólo demuestra sus limitaciones, debería fijarse en la sociedad mediática, que ha demostrado ser mucho más abierta. Es la mejor manera de dejar sin argumentos a los que practican la violencia: demostrar que no es verdad que sólo salen en los medios cuando rompen escaparates. Aunque para ello, evidentemente, los grupos antiglobalización tendrán que esmerarse en ideas y propuestas.

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