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Columna
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Escatología política y moral

La estadística no sé si será una ciencia, pero a veces saca unas cosas de la gente que más parece un artilugio para dar risa. O pena. Tomemos, por ejemplo, la encuesta que acaba de realizar el Ayuntamiento de San Sebastián-Odonostia sobre las conductas incívicas. Pues bien, pese a la mucha voluntad del alcalde, que ha dicho: 'Las ciudades deben cumplir una función educadora en valores ante los conflictos', resulta que el conflicto que más preocupa a los donostiarras es la mierda de perro, y de calle; quiero decir que gana abrumadoramente, por más que la sustancia perruna también se adhiera a ellas, a las calles, aunque también a las plazas, que son como calles pero más ensuciables, por lo menos a la redonda. Para que nos hagamos una idea, a los donostiarras les preocupa más la mierda de perro que los ataques a los autobuses municipales y cajeros. Tanto como el doble. Sí, se quema un autobús o un cajero y sólo preocupa la mitad que una mierda de perro.

A lo mejor es por una mera cuestión de tacto, ya que siempre será más fácil pisar una mierda de perro que un autobús o un cajero ardiendo. Además, la mierda huele peor y resulta más engorrosa de quitar que un autobús. Vaya, que al donostiarra le importa muy poco que le quemen lo que está pagando; luego dirán de los de Bilbao. Al donostiarra le molestan mucho más, pero mucho más, los ruidos de coches y motos -y a quién no-, la suciedad de las playas en verano -sólo en verano-, los coches en doble fila y, fieles al complejo de Disneylandia, las pintadas o la publicidad incontrolada en las fachadas de su marco incomparable. Que le peguen fuego a un autobús o a un cajero molesta tanto, según la encuesta, como que haya contaminación en el aire, y parece lógico, porque, los autobuses y los cajeros, cuando arden, sueltan mucha porquería a la atmósfera, con lo que hablar de un autobús quemado o de un tubo de escape viene a ser lo mismo. Para malos humos ya están los que suscitan los dueños de perro.

De toda la lista de actividades molestas aireada por el vigilante Ayuntamiento donostiarra, la quema de cajeros y autobuses sólo gana en rechazo, por este orden, al ruido emitido por las actividades nocturnas ya sea en fiestas o fin de semana y a los malos olores de las basuras. Cuestión de pura matemática, porque hay muy poca gente que viva directamente a horcajadas del practicante de la berrea nocturna o del beber en orfeón. En cuanto a las basuras, bien, no creo que abunden los que se detengan a especular sobre las fragancias que emanan de un contenedor abierto: 'Hum, huele a Pi de Givenchy, digo a pis, ji, ji'. Pura matemática que, desde luego, sirve de bien poco a la hora de explicar la falta de sensibilidad y de reacción moral ante un incivismo cualitativamente distinto como el que está detrás de la quema de autobuses, cajeros y algún peatón que otro.

Hombre, la cosa tienen un lado bueno y está en que, si los muchachos de la kaleborroka son listos, en vez de quemar nada deberían dedicarse a llenar de mierda de perro las calles de la ciudad. Con alguna nota reivindicativa, claro, para distinguir sus mierdas de las mierdas de perro corriente. Claro que, entonces, el ciudadano ya encontraría alguna excusa para minimizar las mierdas de perro y quejarse, por ejemplo, de las de caballo, a menos que pusiera como colmo de la molestia el sirimiri. Lo dijo Boecio, un pueblo tiene los gobernantes que se merece. Mal pintan, pues, las cosas.

A la vista de semejante estadística yo, si fuera político, hacía las maletas en menos que canta un gallo -que también es ruido nocturno, ergo molesto- porque gobernar a quien antepone las mierdas a la conciencia, puede resultar cuando menos pringoso. La estadística no da para más que lo que da y resulta muy difícil extrapolar los datos sobre la mierda de perro a otros lugares del país. Y aunque nos ciñamos a Donostia parece también complicado relacionar los datos de la encuesta con los últimos resultados elec-torales. Por eso aconsejaría todavía más prudencia a un lehendakari que ha hecho bien retirándose prudentemente de la escena para dejar a otros el sucio trabajo de ir quitando las mierdas de perro de todos los lugares donde pudo resbalarse.

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