La Universidad de Puerto Rico y el exilio español
Me parece oportuno añadir una serie de datos a la nota necrológica sobre Jaime Benítez (EL PAÍS, 31 de mayo) y recordar a los lectores el papel decisivo que desempeñó Jaime Benítez en la reconstrucción de la Universidad de Puerto Rico (UPR) gracias a la acogida del exilio republicano en la isla. Benítez desempeñó un papel importantísimo abriéndole las puertas a este exilio, y como resultado la UPR se convirtió, en la década de los cuarenta en uno de los centros universitarios de mayor prestigio, transformada y renovada por la aportación de intelectuales españoles. Cabe recordar, en primer lugar, a Juan Ramón Jiménez (que murió en la isla y allí estuvo enterrado hasta fecha reciente), y que al otorgársele el Premio Nobel fue el propio Benítez quien lo representó en Suecia. También hemos de mencionar a Pedro Salinas, cuyos restos aún descansan en el cementerio de San Juan, donde escribió ese grandioso poema filosófico sobre el mar, El contemplado, además de bautizar la gran revista puertorriqueña Asomante, dirigida por una de las grandes mujeres de nuestra América, Nilita Vientós Gastón (Trilita la llamaba Juan Ramón). No faltaron pintores: Cristóbal Ruiz, Ángel Botello, Eugenio Granell (también gran poeta surrealista); filósofos, tal María Zambrano, Antonio Rodríguez Húescar, y las aportaciones esporádicas de José Gaos (que se afincó en México); músicos de la talla de Joaquín Rodrigo y su hermana María (mi profesora de Historia de la Música), más tarde Pablo Casals. Y, finalmente, grandes humanistas y escritores, tal Sebastián González García, que en su función de decano de Letras transformó las 'humanidades'; estancias más o menos extensas de Jorge Guillén, Ángel del Río, Vicente Lloréns, entre otros, y los más jóvenes como el filósofo Jorge Enjunto y la escritora Aurora de Albornoz, nombres que son fechas (que diría Machado) esculpidas en la memoria de mi generación. Dejo de lado a Ricardo Gullón, que no fue exiliado y llegó años después como profesor de la Facultad de Derecho. Es evidente que sólo meciono algunos nombres, el lector interesado puede consultar el libro coordinado por Nicolás Sánchez Albornoz El español en América. Un trasvase cultural (1991) y la obra Cincuenta años de exilio español en Puerto Rico y el Caribe. 1939-1989, Memorias del Congreso conmemorativo celebrado en San Juan, coordinado por mi gran amigo 'el españolito' Alfredo Matilla (hijo de exiliado), fallecido en fecha reciente.
Francisco Ayala merece mención especial. Don Paco -como le llamábamos- fundó con Benítez la prestigiosa revista y editorial La Torre (que pervive), y es sabido que participó con Benítez y otros intelectuales en la redacción de la Constitución de Puerto Rico. En la UPR se encuentra una Sala Juan Ramón, que contiene documentos y manuscritos y libros fundamentales para la reconstrucción de la historia literaria en lengua castellana, y una Sala Federico de Onís (otro gran español que ayudó de manera decisiva a los exiliados), importante arsenal de cartas, libros, folletos y documentación histórica. Así pues, desde la enseñanza, la investigación, la creación de editoriales y revistas literarias, la crítica, la música, la pintura y la literatura, ayudó de manera decisiva a rescatar la isla como nación hispanoamericana.
Aquella universidad -la de mi generación- tuvo en esos años uno de sus momentos cumbres con la colaboración también de exiliados argentinos, norteamericanos que huían del macartismo, así como de un extraordinario elenco de profesores e intelectuales puertorriqueños. Con el telón de fondo de interrogaciones sobre la identidad cultural y los destinos de los países americanos, la tarea positiva de esta emigración republicana sirvió de apoyo para reactivar la memoria colectiva hispánica y redefinir el papel del intelectual y su compromiso político. Es éste un capítulo histórico que ni los pueblos americanos ni España debiéramos olvidar.
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