Cientos de personas despiden calurosamente a Jesús Aguirre

Una destacada representación del mundo de la cultura y de la política despidió ayer a Jesús Aguirre, introductor en España de las grandes corrientes vetadas del pensamiento europeo, como la Escuela de Francfort, que ayudó a transformar los hábitos culturales anquilosados de un país hijo del franquismo. Tiempo antes de que llegaran sus restos mortales al panteón familiar -réplica del que tienen los Austrias en El Escorial, que mandó construir Jacobo Fitz James Stuart Falcó en 1909- esperaban en la localidad madrileña de Loeches, entre otras personalidades significativas, el jefe de la Casa del Rey, Fernando Almansa; el presidente del Consejo de Estado, Íñigo Cavero; el director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha; el periodista y académico Luis María Anson; el secretario de Estado de Cultura, Luis Alberto de Cuenca, o el torero Curro Romero, que fue recibido con aplausos a la entrada por las más de 500 personas que se agruparon a la puerta de la iglesia y que fueron buscando huecos donde asentarse desde las tres de la tarde.

Allí recibía a los asistentes el párroco encargado de oficiar la ceremonia, con el ritual de exequias guardado entre las manos. Cuando los restos de Jesús Aguirre llegaron, a las 17.10, se hizo el silencio en la plaza, que se interrumpió con un aplauso cálido cuando Cayetana de Alba descendió del coche acompañada de dos de sus hijos, Jacobo y Eugenia, que apoyaban el paso lento de la aristócrata hacia el panteón.

Dentro, en la sala donde reposan en nichos de mármol gris los miembros fallecidos de la familia, sonaban las voces de una quincena de monjas dominicas de clausura que despidieron con sus cantos de réquiem a quien fue director general de Música durante la transición. Se asomaban entre rejas de madera encima del nicho donde reposan los restos del conde duque de Olivares, que en 1640 inauguró el convento donde éstas se guardan hoy del mundo. Junto a la familia se encontraban algunos de los más íntimos; entre ellos, Fernando Almansa; el alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, y el presidente del Grupo PRISA, Jesús de Polanco, con quien Aguirre había contribuido a lanzar EL PAÍS desde sus comienzos.

Fuera del panteón aguardaban en respetuoso silencio hacia el dolor de la familia otros amigos de la casa de Alba, como Natalia Figueroa y su esposo, Raphael, o Carmen Ordóñez, madre del torero Francisco Rivera Ordóñez, yerno de Cayetana de Alba. Cuando los seis sepultureros que habían tenido que alzar el ataúd hacia el piso más alto del panteón con los restos de Jesús Aguirre terminaban su trabajo, la familia abandonó el templo entre más aplausos de los habían esperado en la plaza a la duquesa de Alba la media hora que duraron los oficios.

Todo en este pueblo madrileño, situado a 32 kilómetros de la capital en dirección este, entre Torrejón de Ardoz y Alcalá de Henares, está impregnado de la casa de Alba. Las calles llevan sus nombres, los letreros turísticos recuerdan las piedras que se han alzado allí en memoria de sus miembros y hasta al colegio público se le conoce con el apellido de los Grandes de España. Allí, por cierto, en las paredes del centro de enseñanza, pegado al lugar donde desde ayer reposa Jesús Aguirre, hay una pintada que reza en colorines: 'Respeto, diálogo, solidaridad, paz y tolerancia'. Magnífico resumen del ideario que marcó la vida de uno de los hombres que lucharon duro, desde los púlpitos en su época de sacerdote, desde los despachos como editor de Taurus, y desde el ruedo político también, por traer a su país lo que hoy forma parte de la normalidad.