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Reportaje:

La novela española como territorio mestizo

Escritores y críticos exploran en un curso en Cuenca los nuevos rumbos de la narrativa actual

José Andrés Rojo

En los últimos tiempos, algunos narradores españoles han torcido su camino. Se movían como peces en el agua dentro de los esquemas de la ficción más pura y, de pronto, se han saltado algunas fronteras para proponer narraciones híbridas, donde los géneros se confunden y la realidad se inmiscuye en las arenas de la imaginación.

Fue sobre todo en los años ochenta cuando los lectores españoles se enamoraron de los novelistas españoles. Ése es el trasfondo de esta nueva historia. Ocurrió entonces que los lectores se encontraron en los libros: lo que allí se contaba podía perfectamente haberles pasado a ellos. Así que la narrativa española se puso de moda. Ahora, un montón de años después de que empezara aquello, toca ponerle el termómetro a la criatura: la salud de la literatura española sigue siendo buena, excelente incluso. Lo que les pasa a algunos, en plena madurez de sus recursos, es que han decidido explorar nuevos derroteros.

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De eso, y de muchas otras cuestiones, se ha tratado en Cuenca a lo largo de la última semana. El curso sobre novela española que organiza el Centro de Profesores de esa ciudad llegaba a su cuarta edición. Y una melodía de fondo se repetía una y otra vez en las distintas intervenciones: que los narradores estaban ya un poco saturados de contar historias y que, por tanto, la novela en estado puro estaba cediendo su lugar a propuestas híbridas, mestizas. Mezcla de géneros: un extraño maridaje donde se combina lo autobiográfico y lo periodístico con las ideas y con las ordenes de esa sargenta caprichosa, la imaginación, que saca el sable y manda en cuanto puede los elementos reales hacia los pantanos de la invención.

'Sea como sea, ustedes saldrán en la novela como las personas con las que el narrador tiene un encuentro literario en Budapest', explicó Enrique Vila-Matas en un momento de su intervención. Son tan frágiles las fronteras en los territorios mestizos que puede ocurrir cualquier cosa: uno va a Cuenca, por ejemplo, y termina en Budapest. Y es que lo que quiso hacer Vila-Matas fue 'ensayar' el nuevo libro que está escribiendo, y del que leyó las cuatro últimas páginas que acababa de terminar. Páginas atípicas, un fragmento minúsculo de un proyecto en marcha que trata de la 'enfermedad de la literatura' y donde un crítico literario se ve zambullido en diferentes peripecias disparatadas. Vila-Matas 'ensayaba' su nuevo libro y, al mismo tiempo, realizaba la dimensión práctica de lo que José María Guelbenzu acababa de desarrollar en términos teóricos.

Fue el pasado martes. Longares había disertado en su conferencia del lunes sobre La literatura del silencio, es decir, sobre la verdad profunda del desafío literario. Quienes tienen de verdad algo que decir, explicó, construyen su obra más allá del eco que provocan sus libros, más allá del éxito y de los halagos críticos. Longares, que hace ya muchos años practicó el mestizaje en La novela del corsé, donde combinaba narración y ensayo a propósito de la literatura erótica de principios de siglo, considera que más allá de productos híbridos o novelas puras, lo que importa es la libertad del escritor, que 'escribe para la posteridad'.

Guelbenzu sacó la escudería de los argumentos para centrarse en las últimas novelas de Javier Marías (Negra espalda del tiempo), Antonio Muñoz Molina (Sefarad) y Enrique Vila-Matas (Bartleby y compañía) y mostrar cómo todas ellas incorporaban elementos de la realidad en su desarrollo narrativo. ¿Oportunismo? ¿Incapacidad de levantar, sostener y resolver una ficción?

Y es que, una vez que los narradores españoles habían seducido a los lectores, la novela como género terminó por imponerse como una plaga. No tardaron en surgir escritores por doquier y todos ellos con libro bajo el brazo y, salvo excepciones, todos trufados de historias cercanas, de paisajes familiares, de episodios recurrentes en la vida doméstica de la España de finales del siglo pasado. Quizá fue eso, la saturación de historias sobre lo mismo, la que condujo a autores como Marías, Muñoz Molina o Vila-Matas a cambiar de dirección. Marías contó en Negra espalda del tiempo cómo una novela suya (Todas las almas) empezó a intervenir en la realidad y trató de explorar lo que ocurría en 'el revés del tiempo'. Muñoz Molina, por su parte, trasladó en Sefarad una retahíla de memorias ajenas, de historias reales padecidas por sujetos reales, para recuperar la dolorosa memoria del dolor en un siglo de infamias. Vila-Matas, en fin, trazó en Bartleby y compañía una compleja red de relaciones entre escritores muy diversos, todos tocados por una misma pulsión: la pasión por la nada.

Son narraciones que se escapan de los patrones de la novela pura. Desde otro orden de cosas, ya antes Miguel Sánchez Ostiz se había escapado de los límites estrictos de la ficción más ortodoxa. El escritor navarro, que acaba de obtener el Premio Príncipe de Viana, intervino en el curso el miércoles, poco después de que lo hiciera el crítico Jordi Gracia. Habló del peso de lo autobiográfico en su obra, sobre todo en Las pirañas y en La flecha del miedo. Y contó de los 'gatillazos del alma', de esas obsesiones que obligan a un escritor a exhibir su mundo personal más íntimo bajo las frágiles artimañas que le ofrece la imaginación. Ángel Basanta y Marifé Santiago intervinieron el jueves e iluminaron desde otras perspectivas las peripecias de la novela española. El mejor síntoma de su vitalidad es precisamente ése: el afán de los narradores de embacarse en aventuras diferentes.

Ilustración de Fernando Vicente.
Ilustración de Fernando Vicente.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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