La tragedia afgana
En pocos países coincide tal cúmulo de miserias como en Afganistán. Sobre una guerra civil que dura 20 años y una sequía bíblica que va para cuatro se superpone el dominio político de una secta de iluminados islámicos. El experimento social talibán viene infligiendo a los afganos un sufrimiento difícilmente imaginable, que tiene su reflejo más siniestro en el trato dado a las mujeres. Para mayor desdicha, el devastado país de Asia central está fuera de los grandes circuitos informativos, lo que permite a las potencias regionales implicadas jugar sus bazas con total impunidad.
La crisis humanitaria afgana, consecuencia de esa mezcla de factores, alcanza proporciones insoportables. Hay más de tres millones y medio de refugiados, sobre una población de 20 millones, y se calcula que otros 600.000 se han puesto en marcha en el último medio año. Con la reapertura primaveral de los caminos, el éxodo de la miseria se multiplica hacia los países vecinos. Pakistán acoge alrededor de dos millones de refugiados, y 200.000 más en los últimos meses. Irán, un millón y medio. Las sobrepasadas organizaciones humanitarias intentan en vano frenar el abandono de los pueblos. Pero no se puede parar con un puñado de comida a quien nada tiene y nada espera, salvo mayor humillación y más violencia.
La ONU se queja de que recibe sólo una parte del dinero prometido por diferentes Estados. El cansancio de los donantes internacionales es patente a propósito de un país en guerra permanente y en manos de un poder oscuro, poco colaborador y al que sólo reconocen Arabia Saudí, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos. Pero la sordidez de la situación afgana deriva en buena medida de la hipocresía con que en aquel escenario de fin del mundo se juega el ajedrez de los intereses regionales, mientras las potencias miran hacia otro lado. El embargo de armas es ficticio tanto para los talibán, que se aprovisionan vía Pakistán, como para sus oponentes leales a Ahmad Shah Masoud, ayudados por Irán, Rusia y diferentes Gobiernos occidentales.
El responsable de la ONU para los Refugiados intenta en vano, en una gira por la región, obtener una tregua de meses que permita la distribución eficaz de la insuficiente ayuda internacional y el asentamiento de los que siguen huyendo. Pero ninguno de los dos bandos está dispuesto a dejar las armas cuando se avecina el verano, la época de las ofensivas rituales. El horizonte en Afganistán, así, es de más sufrimiento para millones de seres sin capacidad para hacerse oír o rebelarse, colocados por los acontecimientos al otro lado del muro.
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