'A nadie le importamos nada'
La desesperanza se apodera de los 50.000 huidos afganos que malviven en un campamento paquistaní
La doctora Farina ha visto todo tipo de enfermedades en Nuevo Shamshatoo, menos depresiones: 'Es cierto que muchos pacientes se quejan de dolores que, sin duda, están relacionados con el estrés que supone la vida en el campamento, pero no tenemos personas deprimidas'. Ni siquiera ese lujo pueden permitirse los 50.000 afganos que entre octubre y enero pasados se refugiaron en esta ciudad de tiendas de campaña, 40 kilómetros al sureste de la ciudad paquistaní de Peshawar.
Bajo las lonas del ambulatorio modelo del campo, Farina y sus colegas Rumana y Nabib atienden cada día entre 150 y 200 consultas de entre los 10.000 pacientes que tienen asignados. Otras cuatro unidades básicas de salud se distribuyen el resto de los habitantes del campo. Las enfermedades más frecuentes son la diarrea, las infecciones del aparato respiratorio y las que afectan a la piel. 'Apenas pueden mantener un mínimo de higiene y hace mucho calor', explica esta médica afgana de 32 años.
Para los casos más graves, refieren a los enfermos a los hospitales de Peshawar. 'Claro que no disponemos de ambulancia', se disculpa el doctor Nabib, director del centro. Aun así, el camino recorrido desde el pasado mes de octubre es bastante considerable, dadas las circunstancias. Además de los cinco ambulatorios, el campamento cuenta hoy con abastecimiento de agua, letrinas y lavabos; también con varias escuelas, un centro de formación profesional para discapacitados y mujeres, y un programa de ayuda alimentaria para sostener a las familias.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) reconoce la labor llevada a cabo por las organizaciones no gubernamentales en Nuevo Shamshatoo en la primera fase de la crisis, que a esa agencia de Naciones Unidas le pilló desprovista de fondos. Aun así, el tiempo se hace eterno bajo esas hileras de tiendas expuestas al sol. 'Pasamos el día sentados sin nada que hacer; lo que deseamos es volver tan pronto como sea posible', asegura desde debajo de su burqa Rahmatula Sha, que tiene 45 años.
La vida no siempre fue así de dura para el hajji Abdul Karim. Este venerable anciano aún mantiene, a sus 73 años y a pesar del sufrimiento, el porte de un notable de su tribu. Hace 25 años incluso pudo permitirse el viaje a La Meca que todo buen musulmán debe realizar al menos una vez en su vida, el hajj, de ahí el tratamiento de respeto hajji. 'Afganistán era otro país, entonces teníamos servicios, paz, no había problemas', recuerda con nostalgia en la tienda de campaña que hoy les alberga a él, su mujer y sus cinco hijos.
Abdul Karim tuvo que abandonar sus tierras de labranza en Jalaishal (provincia de Kunduz, al norte) cuando la zona fue tomada por los talibán el pasado diciembre. A pesar de haber huido de los ataques de los nuevos dueños de Afganistán, este turcomano de porte elegante y digno se niega a tomar partido. 'Estoy con quien traiga la paz', asegura, haciéndose eco de un sentimiento repetido una y otra vez en decenas de entrevistas mantenidas la semana pasada con refugiados. 'No sabemos quién es mejor, a nadie le importamos nada', concluye.
La desesperanza se ha apoderado de decenas de miles de afganos que a la destrucción de la guerra han visto sumarse desde el verano pasado una sequía sin precedentes. En torno a 800.000 personas han huido de sus casas desde septiembre de 2000, de las que cerca de 300.000 se han instalado en Pakistán.
La avalancha humana, la mayor desde principios de los años noventa, ha frenado los programas de repatriación que desde 1998 había puesto en marcha ACNUR y que el año pasado permitieron la vuelta a sus hogares de 76.000 afganos refugiados en Pakistán y de 133.000 procedentes de Irán.
Los refugiados de Nuevo Shamshatoo han tenido suerte. Desde el pasado enero, el Gobierno paquistaní ha revisado su política de acogida y unos 70.000 afganos se encuentran atrapados en el campamento de tránsito de Nuevo Jalozai sin que ACNUR pueda registrarlos como refugiados y enviarlos a un campo en mejores condiciones. Medio millón más se han convertido en desplazados internos al no poder cruzar la frontera.
Ante la escasa cosecha que se espera para este verano, esa agencia humanitaria calcula que al menos un millón de personas corren riesgo de morir de hambre. 'Hemos pedido a ACNUR que les asista dentro de las fronteras afganas', explica Naeem Khan, el comisionado paquistaní para los refugiados afganos en Peshawar.
Pakistán, que no ha firmado la Convención de Ginebra, sólo reconoce como refugiados a aquellos afganos que huyeron durante la durísima guerra que siguió a la invasión de la antigua Unión Soviética (entre los años 1979 y 1992), porque considera que el conflicto actual no se trata de una agresión externa. 'Las nuevas oleadas de afganos son simple y llanamente emigrantes económicos y emigrantes ilegales', asegura Khan.
El responsable paquistaní tiene una explicación para este crudo análisis: 'Dado que la mayoría de los recién llegados pertenecen a las minorías uzbeka, tayika o turcomana, ¿por qué no han cruzado la frontera hacia el Norte, en dirección a sus países hermanos?'.
'Somos buenos musulmanes, así que cuando tuvimos que marcharnos pensamos en venir a un país musulmán', le responde sin saberlo Shamsedin, un joven de 19 años que llegó a Nuevo Shamshatoo hace cuatro meses, acompañado de sus padres y hermanos. Ahora busca desesperadamente trabajo, pero lo que de verdad le gustaría es poder estudiar medicina para poder ayudar a su pueblo.
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