Bombardeos
Como sigo de vacaciones, he venido a Gernika en el día de mercado, a comprar pimientos y escuchar el habla cantarín de las gernikesas. Mi tía Engracia vivió aquí, aunque ahora es otra casa, de después de la guerra, como todas. Hace sesenta y cuatro años, por estos días, estaba enferma. Le sacaron los vecinos en su colchón hasta la calle, momentos antes de que la casa se desplomase bajo una bomba. Aun en medio de una guerra, aqurl bombardeo fue excesivo, porque para tomar la villa Franco no necesitaba destruirla. Pero él nunca explicó sus motivos; siempre prefirió negar los hechos. En los años siguientes, si un gerniqués era preguntado: '¿Quién destruyó Gernika?', tenía que contestar: 'La incendiaron los rojos'. No como aquél imprudente que dijo: 'La bombardeé yo'. Y le rompieron la cara, por gracioso.
Esa mentira de Franco se deshizo ante una pintura de Picasso, que la convirtió en signo premonitorio de lo que millones de personas habían de sufrir apenas unos años más tarde. Oí hablar por primera vez del Guernica a mis trece años. En la biblioteca municipal de Bidebarrieta pedí un libro sobre Picasso, y allí estaba, en un desplegable, la pintura prohibida. Mi primera impresión fue de decepción porque, aunque la impresión era en color, no se veían colores ni tampoco ningún signo de guerra.¿Dónde estaban los rojos y amarillos de las explosiones? Y ¿por qué no había aviones ni banderas ni fusiles?.
Volví a casa desilusionada y se lo conté a mi padre. Me explicó que el cuadro representa un mundo sin salida donde personas y animales han quedado atrapados. Que denuncia el horror de cualquier guerra, en contraste con la forma heroica en que nazis y soviéticos exhibían su propaganda a unos metros en la misma exposición universal de París. Que la falta de colores son el grito ahogado de las víctimas, como cuando sientes que se te hiela la sangre.
Entonces empecé a ver la pintura con otros ojos. Picasso era un gran observador de situaciones dramáticas, incluso de aquéllas que él mismo provocaba, como aprendí más adelante ante los retratos de mujeres a las que él había maltratado y luego pintaba con una sensibilidad despiadada.
Muerto Franco, reproducciones del Guernica desplazaron en muchas casas vascas al tradicional bajorrelieve de la Última Cena. A la mayoría no le gustaba ni la entendía. Gentes que nunca hubieran puesto en su pared un dibujo de Picasso entronizaron el Guernica en razón de su nombre. Es como si dijeran: 'Fíjense, que nos lo han hecho a nosotros'.
Hoy me he acercado a visitar a mi prima, hija de la que sacaron de su casa en el colchón. Me ofreció pastas con vino dulce y me dijo: 'Nos están bombardeando'. Aunque la víspera había estallado en mi barrio un coche bomba, ella no se refería a eso. Me aclaró que nos bombardean desde Madrid los periódicos y la televisión, con la intención de destruir 'lo vasco'. Le respondí que no conocía yo a nadie que hubiese muerto de un golpe de periódico, mientras que si el coche bomba de ayer no causó víctimas fue de puro milagro. Ella replicó que yo no quería entender que un bolígrafo puede hacer tanto daño como una pistola o un avión de bombardeo. Levanté la vista y allí estaba el Guernica dirigiendo su acusación, pero ¿contra quién?
Yo no veo aviones, pero sigo viendo víctimas de los nazis. Veo un ertzaina (con la espada rota) destrozado por la metralla, veo una madre con su hijo muerto en brazos y otra mujer en la casa incendiada por un cóctel inflamable. Veo gentes atrapadas sin encontrar salida. Y veo a un toro mirando hacia otro lado. Veo que, ahora como entonces, hay quien trata de imponerse por la fuerza, ejecutando excesos obscenos dirigidos a todos los presentes para hacerles desistir de cualquier intento de resistencia.
Mi prima ve otra pintura muy distinta. Ella sí ve aviones alemanes enviados cada día por el Gobierno de Madrid. En uno de ellos vuelo yo, armada con mi Pilot Ball-05, dispuesta a dejar caer mis bombas sobre ella y su concepto de lo vasco. Pero tiene suerte. Nadie va a tener que sacarle de su casa en un colchón.
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