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Tribuna
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Los beneficios de la pérdida

El 2001 es año de censo de población. Por ello, hasta que aparezcan los primeros datos oficiales, sería recomendable no hacer nuevas conjeturas sobre el futuro demográfico de nuestras ciudades. Esta prevención se intensifica cuando se trata de evaluar aumentos o disminuciones de población o, más exactamente, la consecución de ciertos techos poblacionales que han sido elevados a la categoría de mitos.

Así, la posibilidad de los 40 millones de habitantes en España, los 6 millones en Cataluña y los 1,5 millones en Barcelona levantan grandes expectativas, supuestamente por su capacidad de escenificar situaciones de pujanza o declive.

Nada más lejos de mis intenciones que entrar en este debate.

Tras estas aclaraciones, me atrevo a decir que todo apunta a que la ciudad de Barcelona difícilmente mantendrá, hoy por hoy, los 1,5 millones de habitantes.

La fecundidad reducida, el envejecimiento progresivo y la emigración son características difícilmente reversibles a corto plazo.

Admitida la pérdida de población, su evaluación puede tomar a la vez connotaciones negativas y también, claro está, positivas. Podrían explicarse ambos aspectos, pero me centraré en los posibles beneficios, especialmente si la pérdida no afecta excesivamente a los sectores jóvenes a punto de formar nuevos hogares, si se produce a ritmos moderados y si las cifras de población total garantizan la tensión económica, social y cultural de la ciudad.

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¿Cuáles serían esos beneficios?

Barcelona todavía es una ciudad densa. La demanda de espacio residencial entra en competencia con otras demandas, como el espacio para infraestructuras de transporte, para equipamientos colectivos y para nuevas actividades.

Asimismo, la evolución de la estructura familiar y el aumento del nivel de vida ratifican la necesidad de más espacio disponible por persona.

Ésta sería la ganancia para Barcelona a causa de la reducción de población.

E insisto: hacer previsiones demográficas significa siempre correr el riesgo de equivocarse. Sobre todo cuando las incertidumbres sobre la inmigración exterior y el mercado inmobiliario permiten suponer cambios de tendencia sustanciales.

Francesc Carbonell Llovera es miembro del Instituto de Estudios Territoriales

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