Más de 30 niños fueron atendidos en Euskadi gracias a la medicina humanitaria en 2000
Crece el número de niños de países del Tercer Mundo que llegan al País Vasco en proyectos de medicina humanitaria
Su sonrisa es como el arco iris. Pero, a sus 11 años, el niño camboyano Khi Ra ha visto morir a su madre y desaparecer a su padre y a su hermana de 14 años. Nació con un brazo izquierdo que es sólo un muñón largo y con los pies tan deformes que le impedían hacer realidad su sueño de calzarse unos zapatos. Aunque parece feliz, no ve por el ojo derecho porque el roce de la bala de un jemer rojo lo dejó inútil para siempre. Hace seis meses abandonó Phnom Penh para ser operado en el Hospital San Juan de Dios de San Sebastián. El día de la entrevista es sábado por la tarde y Khi Ra descansa de la caminata por la playa de Ondarreta en el sofá de la casa del médico Iñigo Uribe. Unos calcetines verde esperanza le cubren con pudor sus nuevos pies, sujetos por una férula de contención.
Las familias de acogida logran disminuir el choque que sufren los niños fuera de su país
El niño cuenta que, a veces, en sus sueños, se pregunta por qué él tuvo la suerte de salir de su país para curarse y sus 18 compañeros de la casa de acogida que los Jesuitas tienen en la capital de Camboya siguen allí. 'Manos, pies, ojos, mal. Niños como yo, otros con minas, no hay piernas bien, ni manos bien, ni nada bien', dice en un idioma recién aprendido. Khi Ra forma parte de la treintena de personas de países del Tercer Mundo, menores en la casi totalidad de los casos, que el pasado año recibieron tratamiento médico especializado en el País Vasco. En este caso, el viaje se debió al empeño y a la generosidad del traumatólogo Íñigo Uribe, miembro de la ONG Acádica, quien, junto a otros médicos, se ha hecho cargo de las operaciones y de la acogida. Sin embargo, la mayoría de las asistencias de la llamada cirugía humanitaria se enmarca en el convenio de cooperación suscrito en mayo de 1997 entre la secretaría general de Acción Exterior del Gobierno vasco y el departamento de Sanidad y Osakidetza.
'Allí tiene más valor'
Javier Gabilondo es jefe del departamento de Cirugía Plástica y Grandes Quemados del hospital de Cruces y uno de los médicos que en la comunidad vasca atiende a estos pacientes tan especiales. Sobre su mesa hay fotos extremecedoras del antes y después de una niña operada de graves secuelas del mal de Noma, una enfermedad muy destructiva, característica de países pobres. Gabilondo explica con energía que lo que la cirugía humanitaria de acogida trata son 'secuelas monstruosas y difíciles'. 'La dificultad del proceso y la escasez de medios en los países de origen aconseja el traslado. Pero se puede decir que hay dos tipos de cirugía humanitaria; la que practican quienes van a esos países y que es la que más valor tiene, porque con los escasos medios de que disponen solucionan la mayoría de los problemas, salvo lo más sofisticados. Y, luego, está la que se practica aquí, en los hospitales', señala.
Uno de los problemas más comunes con el que se topan los médicos es el que se refiere al diagnóstico. Gabilondo explica que los pacientes llegan a los hospitales vascos con un diágnostico, pero que cuando los pediatras les examinan perciben otras patologías. 'Yo no puedo operar a un chaval que tenga una quemadura con el cuello pegado y al que le falta media cara, si tiene un problema en el intestino, le falta medio pulmón o presenta malnutrición. Así que, primero hay que tratarle de lo no previsto'. ¿Pero qué ocurre entonces?, se pregunta el médico. 'Pues que los calendarios no se cumplen y, claro, si el crío se queda mucho tiempo, sufrirá una inadaptación tremenda cuando regrese a su país. Por eso, hay que tener cuidado y cumplir los programas', resalta.
El Departamento de Sanidad se hace cargo de la asistencia sanitaria, pero las familias de acogida son la parte fundamental del proyecto. 'Ejercen una labor de paternidad temporal responsable, lo que consigue disminuir el impacto psicológico en los pacientes', dice Gabilondo. Una de esas familias es la de Rosa; una madre de tres hijos de 22, 19 y 18 años, que, desde hace dos años, acoge a este tipo de niños. El último llegó el pasado 22 de febrero, tiene cuatro años, se llama Ndéye y nació en Senegal.
'Como un hijo más'
La familia de Rosa vive en Vitoria y por sus calles pasea estos días sentada en una silla infantil una muñeca de color chocolate y trencitas multicolores. La niña padece graves malformaciones congénitas en brazos y piernas que le obligan a arrastrarse si pretende caminar. Estaba previsto que Ndéye fuera intervenida inmediatamente en el hospital de Txagorritxu, pero los médicos han comprobado que sufre un problema en la cadera sin diagnosticar, así que tendrá que esperar.
Ajena a las complicaciones médicas, a Ndéye le gusta cantar en su lengua materna y regalar palabras como 'hola, guapa, un beso', que repite de su madre de acogida. 'No nos planteamos cuándo se va a ir, porque cuando llegue ese momento será horrible. Siempre nos pasa. Estos niños se convierten en un hijo más. Te los querrías quedar para siempre, pero sabes que no puede ser. Ellos están de paso, tienen a sus padres'. Rosa llama la atención sobre el hecho de que cada vez son más los niños que vienen al País Vasco, por lo que se necesitan familias voluntarias para acogerlos. 'Es enorme la felicidad que te dan, mucho más de lo que nosotros podemos ofrecerles. Ya se sabe que donde comen cuatro, comen cinco; no nos quitamos nada de la boca. Sin embargo, ellos te ofrecen una sonrisa, un abrazo, su cariño, todo, y eso sí que es generosidad', destaca.
La familia de Rosa es una de las veinte que colabora con la ONG Tierra de Hombres, una de las más activas en la atención quirúrgica especializada a niños del Tercer Mundo. Con sede en Suiza, en 1999 atendió los cinco primeros casos en el País Vasco. Desde entonces, ha asistido a 18 y actualmente se ocupa de cuatro, que van ser operados próximamente en los hospitales de Basurto, Cruces y Txagorritxu. Otros cuatro están ya en cartera, informa con entusiasmo Raquel Armentia, de la organización con sede en Vitoria.
Casiana, de 15 años, es una de ellos. Procede de Guinea Ecuatorial, tiene el pie izquierdo amputado y cuando llegó al País Vasco le diagnosticaron malaria. La operación en el hospital de Basurto le salvará de ser repudiada en su aldea. Cuando regrese, podrá acarrear leña y casarse. 'Si no le operaran, no tendría futuro en su país', reconoce Armentia. Hasina tiene 9 años y nació en Madagascar. Padece una escoliosis tan severa que los médicos se sorprendieron al examinar a la niña. El Hadj, de Mauritania, tiene 4 años y luxación de cadera. Ya ha sido intervenida una vez en Sagorritxu y el próximo día 13 volverán a hacerlo. Son los casos de Tierra de Hombres. Un centenar de voluntarios que atiende las 24 horas del día a los niños mientras permanecen en el hospital, ocho miembros y las familias conforman la organización.
La ONG Bikarte nació en 1997 y, aunque su cometido es acoger a niños rusos en vacaciones, la salud precaria de muchos de los que llegan al País Vasco les ha obligado a improvisar con urgencia asistencias médicas de mayor envergadura. Maite de Miguel, responsable de la organización, recuerda el caso de 'la princesa Galina' Ganicheva, de Murmansk. La niña tiene ahora 12 años y una vista de arquero, pero cuando llegó a Bilbao en 1998 temieron por sus ojos. Dos operaciones de cataratas le salvaron de la ceguera. Fue el primer caso de intervención quirúrgica en la organización. La prensa rusa informó de la operación de la 'princesa Galina' en el País Vasco.
Los pequeños milagros de la medicina humanitaria son más cada año. Casos como el de Khi Ra, el niño coreano con pies nuevos lo demuestran. 'La elección es difícil, porque surgen dudas de por qué traer a unos y dejar a otros, pero al final piensas que al menos uno se puede salvar', reconoce el médico Íñigo Uribe. Abrazado a él, Khi Ra sonríe y dice con su media lengua que quiere estudiar 'muchísimo' y ser médico para ayudar. Su frase favorita es 'no pasa nada'.
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