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CRÓNICAS
Columna
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Una conversación republicana

Juan Cruz

Gonzalo Celorio, el escritor mexicano que ahora preside el Fondo de Cultura Económica, una de las grandes editoriales del mundo en español, le hablaba hace unos días en Madrid a sus colegas españoles Rosa Regás y Antonio Muñoz Molina de un acontecimiento que él marcó con orgullo en su país. Él fue el editor del volumen con el que se conmemoró el 50º aniversario de la llegada a México del primer barco, el Sinaia, que llevó al exilio a centenares de españoles expulsados por la guerra que aquí ganó el fascismo.

En el Sinaia viajaban poetas, políticos y profesores, entre otros ciudadanos; todos fueron en el trayecto conscientes de la densidad y de la duración infinita de la huida, y en cada uno de ellos brotó, de un modo u otro, la necesidad de perpetuar la memoria de ese instante en que se convierte un viaje definitivo. Ahí, en ese barco, se escribieron poemas, artículos, proclamas, y muchos fueron recogidos en un periódico de a bordo que luego el propio Celorio contribuyó a hacer facsímile; como si estuviera situándose en el otro extremo de ese cordón umbilical que describía su colega mexicano, Muñoz Molina le explicó que él tenía el facsímile como si fuera de su propia memoria, y los tres hablaron enseguida de lo que supuso ese viaje y de lo que supone México en la memoria recuperada de la cultura republicana.

Celorio dijo que en el Sinaia viajaban al menos cinco rectores despedidos por la guerra de la Universidad española, científicos que siguieron en México su carrera, y escritores que no detuvieron su inspiración ni su pluma ya instalados en la tierra de asilo que entonces presidía el legendario Lázaro Cárdenas. Para ilustrar la pérdida que la guerra instaló entre nosotros, Rosa Regás recordó un dato: hasta 1952 no recuperó España el nivel de vida que había alcanzado en la República. Y Muñoz Molina reiteró una convicción que amanece a menudo en sus libros o en sus artículos: se suele hablar de la interrupción cultural que supuso la guerra y en España se olvida, a esos efectos, que la novela, por ejemplo, siguió viviendo en escritores tan distinguidos, y tan fundamentales, como Max Aub, Francisco Ayala, Benjamín Jarnés o Ramón J. Sender. Muñoz Molina respira por una herida civil (y literaria): en España ha interesado decir que la novela (nueva) nació en 1942, o por ahí, como si esa ceguera retrospectiva ayudara a hundir la enorme creatividad del exilio en un exilio aún más hondo y más injusto todavía, el del olvido.

Gonzalo Celorio explicó algunos detalles de aquella conmemoración de los 50 años del final de la guerra y de la llegada de los exiliados a México: organizaron él y otros de su generación (Celorio tiene 52 años) unos encuentros con algunos de aquellos rectores o profesores que habían seguido allí impartiendo clases entre alumnos que, tantos años después, como en el caso de Celorio, les celebraban como maestros. 'Nosotros somos hijos', dijo Celorio, 'de la cultura republicana'. Tímido y aún dominado por su propia memoria del largo exilio uruguayo, el escritor Omar Prego, que les escuchaba, recordó a su propio maestro, José Bergamín, que llevó la diáspora de su palabra a Montevideo.

Hace una semana, cuando murió en Tenerife el periodista y político republicano Elfidio Alonso Rodríguez, alguien recordó lo que el que fue director de Abc, Diario Republicano de Izquierdas dijo hace años acerca de aquel instante en que se verificaba el principio del exilio: para muchos no era sólo el fin de la existencia en la propia tierra, sino la constancia de que atrás se quedara frustrada la ambición de una ilustración republicana.

Gente como Celorio, como Prego y como tantos otros, sobre todo en México, tienen la mejor memoria de la continuidad de ese magisterio republicano del que nosotros ya carecimos casi para siempre.

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