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Restaurado un valioso retablo del gótico mallorquín

Una piel de aluminio y fibra de vidrio es ahora el soporte de una enorme e importante pieza pictórica medieval, firmada en Mallorca en el siglo XV. En la inalterable plancha de material para construir aviones, aerolam, se ha fijado la pintura del retablo Sant Jordi, de Pere Niçard, de 1,87 metros por 2,84 metros, que ha resurgido nítido y claro, recién restaurado. El autor y esta obra 'introdujeron la modernidad en la pintura de Mallorca', en opinión del autor de los trabajos, el especialista en rehabilitaciones de arte José María Pardo.

Una de las particularidades del cuadro que los rayos infrarrojos han confirmado es que el pintor Pere Niçart dejó su impronta secreta en la obra, a través de su imagen velada, en escorzo, trabajando, situada entre los reflejos de una armadura plateada. Es una especie de signatura icónica, que ya habían iniciado los contemporáneos flamencos. Los trabajos de restauración de José María Pardo y su equipo han sido financiados por Sa Nostra, que expondrá el cuadro en otoño en Palma, en una muestra que documentará la historia de la restauración -que ha durado un año y medio- y la geografía y representación humana de la obra.

La pintura aparece ahora sin ampollas ni grietas ni desconchados. Sobre el ligero aluminio flota esta pieza, que tiene el grosor de un milímetro escaso de pintura original al óleo. El cuadro ha sobrevivido cinco siglos, pese a las humedades y las goteras directas que recibió, los ahumados provocados por los cirios de iglesia, las intervenciones inadecuadas y algún retoque espontáneo, a veces a punta de bolígrafo en el Museo Diocesano de Palma, al lado de la catedral de Mallorca.

Pintor itinerante

El pintor Pere Niçard es casi un ignoto, porque de él no se conoce otra creación, ni se sabe de dónde era -quizás de Niza, por su apellido. Era un maestro itinerante. Niçard bajó desde el norte del continente europeo hasta Mallorca, contratado por los poderosos caballeros de la cofradía de Sant Jordi. Arribó el pintor con el estilo de las escuelas flamencas, la novedad de la pintura al óleo que superaba las limitaciones del primitivo temple. Los nuevos aires se centraron en los grandes formatos, las veladuras, reflejos y distintos planos narrativos y de movimientos. Entre 1468 y 1470 Niçard trabajó en el taller de Rafel Móger para plasmar la figura del enorme caballo blanco con su caballero armado, el santo mítico que alancea el saurio, al borde del abismo con la princesa arrodillada que se refleja en el agua. En el fondo, la imaginaria geografía de la Ciutat de Mallorca catalana, con los caballeros en procesión bajo el estandarte del Rey Jaume I. La lanza supone como un eje geométrico, en diagonal perfecta, que organiza la pieza. La leyenda cristiana de la conquista catalana de Mallorca atribuye al santo del dragón una intervención decisiva en la derrota de los musulmanes.

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