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Columna
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Raros

Félix de Azúa

Los afganos quieren borrar del mapa su pasado budista, y lo hacen a la manera de los futuristas italianos cuando proponían quemar los museos por amor al arte. Es como decir que, si lográramos destruir todos los fósiles de mamut, el mamut nunca habría existido. Y ahora que lo pienso, ¿y si así fuera? ¿Existió aquello de lo que no hay ni rastro?

De un ave llamada Dodo, original de la isla Mauricio, sólo nos queda un ejemplar disecado (colección Tradescant), una acuarela de Marlborough (1847), y el personaje de Alicia en el país de las maravillas inspirado por el ave extinguida. Mimbres muy frágiles guardan la existencia de un bicho con patas de gallina, rojo pico, cuerpo gordo y máscara negra. Un animal tan raro que tienta tomarlo por una broma de viajeros mistificadores. ¿Serán los budistas afganos como el pájaro Dodo? ¿Tan poca cosa?

Ciertamente, el pasado no es un depósito donde se amontonan fósiles, o un museo con rimeros de sólidas piezas llamadas Carlos V, Numancia o San Cristóbal. Es más bien un escenario en el que entran y salen caracteres espoleados por lo que hoy nos atormenta. Fue Gil Bera quien me advirtió de que Gilgamesh, el héroe sumerio, se suicidó. Pero acabamos de saberlo ahora, cuatro mil años después de escrito el poema. Gilgamesh ha regresado de la nada para confesar que dio fin a sus días, al no poder acceder a la inmortalidad. Como de rebote, los afganos fusilan a Buda.

El pasado se mueve ahora más deprisa que en el pasado. Si antes era el espejo de nuestras desdichas y gozos, hoy es su anuncio, tan fácil nos parece modificarlo. Quizá se deba a que ahora hay público donde antes sólo había cuatro varones barbados. Y si la opinión pública decide que nunca hubo budistas en Afganistán o pájaros Dodo alegrando con sus graznidos y polluelos esta desventurada tierra, pues así será. Hay que ir despidiéndose del pasado. Va tan acelerado que se nos ha echado encima. Como escribe Félix Duque en su lúcida Filosofía para el fin de los tiempos, el pasado es cosa del pasado.

Nuestro pasado ya no es la semilla de la que vino el árbol actual, sino el árbol nonato soñando que se planta a sí mismo. ¡Qué manía tan sorprendente, ésta de empeñarse en ser uno su propio padre!

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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