La ópera conciliadora
'Si la duda anida en la vecindad del corazón, habrá de nacer amargura en el alma... Quien duda puede estar contento, pues el cielo y el infierno forman parte de él'. Son frases del primer párrafo de Parzival, de Wolfram von Eschenbach (Biblioteca medieval, Siruela), un libro fundamental de la cultura alemana y punto de apoyo de Parsifal, festival escénico sacro de Richard Wagner que, a partir del próximo sábado, llega a Madrid después de una larga ausencia de 80 años. La espera se podía haber atenuado unos añitos, pues Parsifal (con Lorin Maazel) era el título propuesto por Stéphane Lissner, en su efímero reinado madrileño, para la reapertura del Real. No gustó entonces esta osadía de 'el francés' (menos mal que no era marroquí o serbio) en amplios sectores del mundillo musical por razones variopintas: era demasiado largo para el Rey, su autor no era español... En fin, no voy a reconstruir aquí la historia, aunque la memoria es peligrosamente frágil y los recuerdos nunca están de más. Tampoco voy a hacer un balance de lo que pudo ser el Real con Lissner y lo que ha sido sin él. Lo que importa ahora es que la última obra wagneriana se va a poder ver en Madrid, algo que constituye, además de un signo de normalización, un acontecimiento. Del Parsifal virtual de Lissner al de García Navarro (curiosamente, los dos se entendieron muy bien cuando coincidieron en el Encuentro Mundial de las Artes de Valencia) únicamente queda un protagonista común, Plácido Domingo, en una prueba más de su capacidad para estar en todas las salsas. ¿Dudará alguna vez el tenor madrileño?
Del 'Parsifal' virtual de Lissner al de García Navarro únicamente queda un protagonista común, Plácido Domingo, en una prueba más de su capacidad para estar en todas las salsas
Plácido Domingo se convierte así, en sentido figurado, en el gran conciliador de una Ópera en Madrid sumida en un conflicto no disimulado entre las direcciones gerencial y artística, ante el que los políticos supuestamente responsables guardan un respetuoso silencio o alegan justificaciones como 'pequeños desajustes propios de la bisoñez del teatro'. Domingo viene a hacer de Parsifal y es, en cierto modo, Parsifal. Es la repera Domingo. En su frenética actividad lo último que ha sacado de la chistera es una audaz programación para la Ópera de Los Ángeles que podría haber firmado, con algunos ajustillos familiares, hasta el mismísimo Mortier. Nada que ver con aquellas improvisadas galas de Reyes en Madrid, ni con su voluntariosa participación en el homenaje a Kraus. En Los Ángeles, Domingo ha contratado a un director musical de primera fila como Kent Nagano, ha camelado a un mecenas tan poderoso como Alberto Vilar para que apoye económicamente sus ideas, ha previsto un estreno operístico al año comenzando con nada menos que Luciano Berio, y ha anunciado proyectos tan sugerentes como un nuevo Anillo del Nibelungo con Peter Muss-bach y la factoría Lucas de Hollywood o recuperaciones tan atrevidas como la Misa en si menor de Bach, puesta en escena con lucidez por Achim Freyer. Incluso ha conseguido poner nerviosa a la vecina Ópera de San Francisco que ha fichado a Pamela Rosenberg, de la Ópera de Stuttgart, para dar una réplica aún más mortierista: títulos como San Francisco de Asís o Los troyanos, un proyecto sobre Fausto, Janácek y Berlioz a tope, estrenos varios y un ciclo de óperas sobre mujeres como Turandot, Salomé, Lady Macbeth de Mtsensk o Alcina. La California del progreso está que arde, operísticamente hablando.
La gala de bienvenida a Domingo como director artístico de la Ópera de Los Ángeles, el próximo 21 de marzo, será dirigida por Valery Gergiev, Kent Nagano, Esa-Pekka Salonen y John Williams, teniendo como cantantes invitados desde Catherine Malfitano y Frederica von Stade hasta Samuel Ramey o Thomas Allen. Casi nada. Y en Washington, donde también ejerce de director artístico, ha programado esta temporada un unánimemente elogiado Parsifal y hasta ha resucitado el mítico Don Quijote de Piero Faggioni. El supertenor se ha convertido en superempresario, como decía uno de los últimos suplementos de fin de semana del Financial Times.
Viene ahora de cantar Parsifal en París. Todoterreno Domingo, es estos días en Madrid testigo privilegiado de una hipotética mirada a los orígenes del nuevo Real, como si se hubiera encontrado de repente una situación de partida equivalente a la de El ángel exterminador, de Buñuel, y todo volviese a ser posible. García Navarro, con su flamante Cruz del Mérito alemana recién concedida, tiene la batuta en sus manos para hacer creíble lo increíble. Es la hora de la verdad para todos. No hay excusas de rodaje, ni siquiera para el secretario de Estado de Cultura. Y mucho menos para la silenciosa ministra.
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