Un pueblo olvidado
Veinticinco años después de la proclamación unilateral de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), el futuro del territorio es tan incierto como entonces, aunque lo peor sería que se volviera a la guerra, interrumpida desde 1991. Por ello, sería urgente encontrar una vía de salida, pero las posiciones de cada una de las partes parecen impedirlo, y el desinterés internacional tampoco presiona en su favor.
Quizás uno de los mayores errores en esta larga crisis ha sido pensar -como ha hecho la ONU durante largo tiempo- que el futuro de la antigua colonia española, hacia la que Madrid tiene un deber moral de ayuda, se podía dirimir mediante un referéndum. Tal consulta se debía haber empleado para ratificar una solución -independencia o pertenencia a Marruecos, con mayor o menor grado de autonomía- previamente pactada, y no como instrumento para buscarla o forzarla. A ello hay que sumar los eternos problemas que ha supuesto la elaboración de un censo electoral, cuando el Sáhara Occidental contaba con 75.000 habitantes un cuarto de siglo atrás, y 250.000, muchos de ellos colonos marroquíes, en la actualidad.
Además, el momento marroquí es poco propicio para lograr una solución negociada que no sea la de que este territorio sea formalmente parte de Marruecos. Mohamed VI está encontrando dificultades para afianzarse en el poder y avanzar por la prometida vía de modernización política y liberalización económica como para permitirse cualquier gesto de generosidad relativo al Sáhara. Argelia está también sumida en una profunda crisis política y de seguridad. Y los propios dirigentes del Frente Polisario parecen desesperados y rechazan toda opción de tercera vía, es decir, de autonomía dentro de Marruecos, que ahora parece apoyar el secretario general de la ONU, Koffi Anan. En tal situación, poco pueden hacer los esfuerzos de mediación, como el infructuoso de James Baker. Al menos, hay que esperar que no pasen otros 25 años con el futuro político del Sáhara abierto.
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