Las víctimas del seísmo de El Salvador no tienen agua ni comida
Hambre y sed. El principal problema en estas horas es dar de beber y de comer a los más de 200.000 damnificados del último terremoto. El temor a las réplicas del terremoto, la contaminación de la escasa agua utilizable y la dificultad en llegar a los lugares más remotos de un país superpoblado se unen a la emergencia emocional que viven los afectados por el terremoto del 13 de febrero.
En medio de ruinas, cascotes y absoluta precariedad, la reina Sofía ha visitado el hospital Santa Gertrudis, donde trabajan médicos españoles, y la sede de la Cruz Roja en el pueblo de San Vicente. Sólo en esa localidad hay 22.000 damnificados. Los médicos españoles destacan como principales problemas la salubridad de las aguas, la ausencia de instalaciones sanitarias elementales (como letrinas) y la falta de viviendas. Se prevé la posibilidad de epidemias graves, como el dengue, enfermedad específica de la zona contra la cual no existe antídoto, y las infecciones respiratorias como la neumonía.
Las organizaciones sociales siguen reclamando del Gobierno eficacia y organización para repartir la ayuda internacional. El presidente Flores declaró a la televisión que tendrá en cuenta las peticiones de unidad en la organización de la ayuda. Sin embargo, el Gobierno trabaja más despacio que la realidad, que es acuciante. Ha puesto en marcha lo que llama el proyecto Madrid, que se presentará en la reunión de la comisión el 7 de marzo y con el que se pretende trazar un mapa de necesidades y una evaluación de los daños, tanto del primer terremoto como del segundo. Según los cálculos de la CEPAL y del Banco Internacional de Desarrollo, encargados de cifrar las pérdidas, éstas ascienden a 300.000 millones de dólares.
Flores se mostró preocupado también, durante una cena con la Reina, por el estado de ánimo de los salvadoreños, la emergencia emocional que afecta prácticamente a todos los habitantes del país, especialmente a quienes han vivido en carne propia las últimas desgracias. 'Tenemos tanto miedo que no nos atrevemos a entrar en el edificio de oficinas', dice Juan Carlos Valenzuela, un canario responsable de la Cruz Roja de San Vicente. Niños asustados, padres angustiados, daños psicológicos irreparables son también parte de este drama, cuyo final nadie vislumbra porque los movimientos sísmicos y los temblores continúan.
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