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Columna
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Al dentista americano

Andrés Ortega

Ha sido Henry Kissinger quien en la conferencia anual sobre política de seguridad, en su 37ª edición, en Múnich, ha considerado que los europeos afrontan el diálogo con EE UU sobre el escudo antimisiles como una visita al dentista, en la que el objetivo principal es minimizar el dolor y los destrozos. Y así es. Los europeos, más bravos hace unos meses, parecen resignados a que les saquen, o mejor dicho, les pongan, esa muela. Pues el movimiento en Washington es imparable: hay dinero; hay tecnología que desarrollar; y hay un acuerdo político entre los dos grandes partidos. ¿Qué presidente se puede resistir, cuando además se envuelve en la bandera de la moral o incluso del mandato constitucional de defensa del país?

Ahora bien, lo que no se sabe es si, dentro de cinco a diez años, llegará a funcionar esta defensa nacional contra misiles (NMD), dirigida contra ataques limitados por disparos sin permiso, por error, o a amenazas de chantajes. Ya no se trata de buscar una invulnerabilidad total -ni contra un ataque masivo ni contra el terrorista con el arma en una mochila-, sino de evitar que EE UU, ante una intervención en alguna parte del mundo, se vea sometido a amenazas de este tipo. Y aunque no se diga en voz demasiado alta, la NMD, además de contra posibles amenazas de estados descontrolados, está también dirigida contra la China del futuro, antes que contra una Rusia venida a menos, aunque conserve una gran capacidad de destrucción e incluso disponga de un sistema antimisiles operativo en torno a Moscú.

El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, cuando aún no ha recalentado su sillón en el Pentágono, se desplazó a Múnich para lanzar este mensaje, entre otros. Ofrece consultas y participación a los europeos. Desde Washington no se descarta desplegar un sitio (radar y contramisiles) de NMD en algún lugar de la Europa de la OTAN, como podría ser Polonia, y que empresas europeas liciten por contratos.

En la Administración de Bush, con tres pesos pesados que han pasado por el Pentágono -Cheney, Rumsfeld y Powell-, la influencia de Defensa se puede hacer sentir aún más que en el pasado. La NMD es también, o principalmente, un programa destinado a inyectar dinero en la industria militar, particularmente la aerospacial, cuando hay una carrera por el espacio. La comisión senatorial Rumsfeld concluyó, justo a tiempo de ser éste nombrado para el Pentágono, que una prioridad debe ser la defensa de los dispositivos en el espacio, el mar del siglo XXI, por cuyo dominio comercial hay una seria competencia entre EE UU, Europa, Japón y, desde hace unos años, China, la nueva obsesión.

Con la NMD, EE UU más que seguridad puede obtener una aún aplastante superioridad tecnológica militar por muchos años. Pero, a la vez, puede estar sacando a un genio de su botella, sin controlarlo. La NMD, incluso si funciona, puede constituir una solución a un problema que no existe, y generar otros nuevos. O como señaló el veterano democristiano alemán Karl Lamers: 'La invulnerabilidad es un sueño, pero el intento de alcanzarla puede tener consecuencias' negativas. Pues, paradójicamente, la búsqueda de mayor seguridad puede acabar produciendo una situación menos segura. Por eso el ministro de Exteriores alemán, Joschka Fischer, condiciona la NMD a más seguridad, lo que implica que vaya acompañada de más desarme y nuevas medidas de control de armamentos, adaptadas a un mundo que ha dejado de ser bipolar. De otro modo, la NMD puede producir menos control de armamentos si lleva a vaciar tratados existentes (el ABM o el START-2), mientras EE UU sigue sin ratificar la prohibición total de pruebas nucleares. Ese país, Rusia, Francia y China, además de varios oficialmente no nucleares, están desarrollando nuevas generaciones de misiles balísticos de largo alcance. ¿Tiene eso sentido? Kissinger plantea que 'la alternativa a la defensa contra misiles es la destrucción mutua asegurada' (MAD). No. Entre medio hay muchas otras posibilidades. ¿Ha pensado en alguna España? En Múnich estaban muchos ministros de Defensa. Pero, lamentablemente, no el español.

aortega@elpais.es

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