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Situación límite en Lorca

Los ecuatorianos viven en condiciones infrahumanas por la negativa de los empresarios a contratar 'irregulares'

Los inmigrantes sin regularizar que residen en Lorca (Murcia), rozan la desesperación. La negativa, casi generalizada, de los empresarios a arriesgarse a recurrir a mano de obra clandestina desde que el 3 de enero murieron arrollados por un tren 12 ecuatorianos sin papeles está empujando al colectivo a una situación límite. Algunos han sido expulsados de pisos al no poder pagar ya el alquiler y duermen en la calle junto a la iglesia de San Mateo, donde estaban encerrados hasta el viernes 68 compañeros. La desesperanza es visible antes del amanecer, cuando centenares de extranjeros se apostan en plazas y explanadas a la espera de un jornal que echarse a la boca.

Alrededor de las seis de la madrugada, decenas de personas, provistas de mochilas o neveras en las que portan su almuerzo, caminan apresuradas hacia alguno de los puntos donde furgonetas y autocares recogen mano de obra. Embozados con pasamontañas y tiritando (en las últimas noches hubo sólo dos grados), los sin papeles confían en romper la mala racha de las últimas semanas. Si no consiguen montarse en uno de los vehículos, a la mayoría no le quedará más recurso para subsistir que la solidaridad de amigos con más suerte.

Después de casi un mes sin trabajo y sin ahorrar un duro con el que amortizar la deuda de 3.500 dólares (unas 630.000 pesetas) que dejó en su país, Jorge confiaba 'engancharse' (lograr un jornal) el viernes. Tampoco tuvo suerte. 'Ahora sólo quieren gente con papeles', lamenta. A un ecuatoriano nunca le había faltado faena en Lorca. Pero desde el accidente, al viejo temor de vivir en la clandestinidad se agrega un miedo nuevo, el de la falta de unos mínimos ingresos para sobrevivir. 'Sea buenecito y déjeme subir', rogaba en un susurro una inmigrante al encargado del autobús.

Sin papeles, casi nadie se arriesga, salvo que el extranjero sea de confianza del que selecciona. Layla no tiene problemas. 'Mi esposo es el encargado', comenta. Ella dejó sus estudios de inglés y dos hijos, de tres y cuatro años, en Ecuador. No quiere ni pensar en pasar el resto de su vida levantándose de noche para recoger lechugas heladas que cortan los dedos.

La estampa resulta sobrecogedora. Después de soportar reiteradas negativas, algunos comienzan a acariciar la idea del retorno. 'Y eso de los billetes que van a dar para regresar al Ecuador, ¿sabe usted dónde se recogen?', interpelaba un ecuatoriano.

Para esquivar a los periodistas se están cambiando los puntos habituales de recogida de los autocares. Sólo la mano de obra habitual está al tanto. El resto sigue deambulando por los tradicionales lugares de recogida. Cada autocar lleva un encargado -también inmigrante casi siempre- con poder para decidir quién trabajará y quién no. 'Tú, que llevas ahí mucho tiempo, sube', señala a uno. La selección es totalmente arbitraria cuando el encargado tiene que elegir algún irregular para completar el cupo. Los marroquíes sufren una marginación clara por parte de algunos encargados, que se niegan a admitirlos, incluso si están regularizados.

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Eduardo Rojas, boliviano de 43 años, ni siquiera se molesta en desplazarse hasta una parada a tentar fortuna. Lleva dos semanas sin ocupación y tres noches durmiendo al raso. Dejó en Bolivia esposa, tres hijos y una hipoteca para sufragar el viaje hasta España que está a punto de desahuciar a su familia que no pueden pagar la deuda. A él le expulsaron del piso de Lorca hace tres días.

Rojas y los seis ecuatorianos que han dormido bajo mantas y cartones, junto a la iglesia de San Mateo, consideran injusto toparse con esta situación en 'la madre patria', ironizan. 'Nuestros papeles ya se pagaron cuando Colón descubrió América', sentencia uno con resquemor. 'Por esta vida y la otra', remacha Víctor Hugo Maldonado.

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