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Columna
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Los tres maridos de la señora Clinton

Andrés Ortega

¿Sabía Hillary que estaba casada con un negro? Sin duda. Toni Morrison ha descrito a Bill Clinton como tal, porque es de procedencia social modesta, está de parte de las minorías raciales, de los pobres -aunque son los más ricos los que más provecho han sacado de sus dos mandatos- y de las mujeres, y que, por eso, este americano hasta la médula era odiado por la derecha. El tema racial estaba ya presente en su discurso inaugural en 1993 en el que reclamaba 'el poder de las ideas', y quedó remarcado en su segunda inauguración, en 1997, al osar defender que, para EE UU, 'el nuevo rico tejido de diversidad racial, religiosa y política será un regalo de Dios para el siglo XXI', pues 'grandes beneficios revertirán sobre los que pueden vivir juntos (...)'.

Ese ha sido el Clinton radical, que en sus comienzos presidenciales se estrelló contra el Péntagono al intentar forzar la presencia de los gays en las Fuerzas Armadas. Este radicalismo nunca le ha abandonado. Aunque no exenta de cinismo, la retahila de Órdenes Ejecutivas que ha firmado en las últimas semanas, y que vinculan a su sucesor, ya sea respecto a la aceptación tardía del Tribunal Penal Internacional, a derechos sociales y raciales o a medidas medioambientales que chocan con los intereses de muchas industrias, es ejemplo de este radicalismo, en un intento de marcar su legado, y de tomarse una pequeña venganza contra George W. Bush, por haber robado en Florida las elecciones a Gore.

Sumados los votos demócratas y verdes en las presidenciales ha habido una notable mayoría de centro-izquierda. El próximo sábado, cabrá comparar la procesión de miles de personas en 1993 desde el Memorial Lincoln en Washington que acompañaron a los Clinton hacia su toma de posesión, con las manifestaciones que se están preparando contra Bush. Ése ha sido el Clinton que despertó tantas ilusiones entre sus seguidores que, ingenuamente, llegaron a creer que con él todo era posible.

Pero ha habido otro Clinton, el realista, que a partir de 1994, cuando los demócratas perdieron por su mala gestión la mayoría en el Congreso, en vez de enfrentarse a los republicanos, pactó, flotó como un corcho, intentando reconducir la situación hacia el centro, con políticas prágmáticas, que le llevaron a una triunfal reelección. Es ése el Clinton de una prosperidad sin igual en EE UU de la que se ha beneficiado toda la sociedad menos la franja más pobre; que se ha cargado los programas de asistencia social; durante cuyo mandato se ha reducido la tasa de crimen, pero con más gente en la cárcel que nunca; el de los bombardeos injustificados contra Sudán, Afganistán e Irak, o la negativa a sumarse al tratado contra las minas antipersonas; el de la revolución informacional, que ha luchado contra el imperio de Microsoft pero permitido que se formasen los mayores conglomerados empresariales mediáticos de la historia. Incluso así, los tres temas favoritos en su pensamiento progresista -educación, sanidad y pensiones-, han marcado la agenda de ambos candidatos en las elecciones de 2000, y probablemente en buena parte de la del propio Bush, que se presenta como políticamente despiadado aunque socialmente compasivo.

Tanto como su enorme astucia política, a Clinton le salvó del caso Lewinsky ante todo su mujer, hoy senadora por Nueva York, convertida en una de las grandes promesas del partido demócrata, cuya referencia central son hoy los Clinton. Una vez que supere sus problemas con la justicia y haya rehecho sus financias personales, el comeback kid (el chico que siempre se recupera) volverá, de alguna forma, a la política. Ése puede ser el tercer marido de la señora Clinton, su mejor consejero para -¿en 2004, en 2008?- intentar el salto a la Casa Blanca; él, ya, como primer caballero.

aortega@elpais.es

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