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La memoria de la resistencia

Antonio Soriano celebra los 50 años de su mítica Librairie Espagnole en París

Fundada en 1950, la Librairie Espagnole en París cumple 50 años de actividad. Varias generaciones de españoles, cuando viajaban a París soñando con la democracia, se aprovisionaban, en este "rincón de humanismo y amor por los libros", para el resto del año. Su propietario, Antonio Soriano, símbolo de la memoria de un pasado republicano que sobrevive todavía en Francia, hispanista infatigable y editor para los liceos de la primera publicación en Francia de Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, se considera, ante todo, "un animal cultural".Aunque su clientela haya cambiado, el decorado de la librería, situada en el número 72 de la rue de Seine, cerca de galerías de arte, tiendas de lujo y en uno de los barrios intelectuales de la capital, sigue intacto. Rústica y pobre como el primer día. "El dinero nunca me interesó más que la cultura", dice Soriano. A sus 86 años, este hombre licenciado en Historia sigue invicto en su alma y no está dispuesto a olvidar. Nació en Segorbe, luchó con la 40 División en el frente de Aragón; fue, a los 18 años, secretario general de las Juventudes Socialistas de Barcelona, donde conoció a su esposa, Dulcinea Domenec, y estuvo prisionero en un campo de concentración de Carcasona.

La aventura de la Librairie Espagnole comenzó en Toulouse "a causa de su proximidad con la frontera" y, posteriormente, perdida la esperanza de volver a España, se desplazó a París, al local que le alquiló en la rue Gay-Lussac la cuñada de Buñuel, con el cual trabó amistad. Compró bibliotecas, hizo catálogos y libros escolares. Grijalbo, desde México, le enviaba obras prohibidas y él, como Ruedo Ibérico, las distribuía en todas las librerías clandestinas de la Península. En la trastienda recibió a personalidades políticas de la oposición comunista y socialista, y organizó varias conspiraciones para llevar a los españoles "la cultura y el arte que les robaron". Mantuvo discusiones con Cernuda y Alberti y viajó a todos los países hispanoamericanos "porque hay que poner los pies donde se piensa".

Previendo la esterilidad sufrida por un país donde la censura impuesta por el Gobierno impedía el acceso a la instrucción y el ejercicio de la libertad, Soriano multiplicó las actividades para introducir en España toneladas de libros y documentos "donde prima la razón sobre el impulso". Al referirse al pasado, Soriano define su modelo desde el centro republicano, enamorado de la ilustración, de la razón y del progreso. La palabra perdón le hace sonreír. "Es imposible", afirma. No perdona porque piensa que España, a pesar del esfuerzo que ha realizado, no es un país culto, sino "salvaje". "Mi pasado es mi presente", afirma, "usted tiene un código y no puedo borrarlo de la historia y del corazón. A España le hicieron una cabronada cuyos efectos no han acabado de tener repercusiones en todos los ámbitos de la sociedad", afirma.

Antonio Soriano fue forzado a abandonar su patria y guarda de aquel suceso una permanente frustración. "Si los valores que defendía la República no se hubieran perdido en la guerra civil, España estaría al nivel de Francia y Alemania", dice convencido, pero sin verdadera nostalgia. Sólo pretende ayudar a las nuevas generaciones con su librería a no olvidar la indigencia de un régimen que hirió mortalmente a una nación. "Era mi mundo, sigue siéndolo, y únicamente me siento a gusto con los libros y en los libros".

Pese a las proposiciones millonarias, no ha querido vender. Su librería es su modo de vida y su vida, según explica, "rodeado de libros, una fortuna". En el escaparate continúa exponiendo libros de Ruedo Ibérico, Salinas, Machado, Neruda, todo aquello que contó como resistencia a un tiempo de intolerancia y odio hacia la inteligencia. En su pueblo natal le han dedicado una calle y le han nombrado hijo predilecto. Su libro de memorias, editado hace unos años por Grijalbo, está agotado. ¿Y las cuentas del negocio? Se satisface con amortizar sus gastos y ver entrar a estudiantes, hispanistas y a muchos de entre los más de 20.000 españoles residentes en París. "Mi fortuna ha sido siempre mi ilusión", concluye. Aunque cuando se le habla del futuro de su obra libresca dice, riéndose como un niño: "No hay problema, hijo mío, instalarán una tienda de submarinos".

Coleccionista infatigable de libros en su apartamento de Montparnasse, el librero describe su trabajo y su vida como un alpinista, deporte que ha practicado, y el entusiasmo en su modo de ser inspirado por la lectura. En realidad, "no he ejercido ningún empleo político", afirma. Hoy, incluso, su librería, sin dejar de presentar las últimas novedades comerciales, se esfuerza en conservar una tradición pedagógica crítica, orientando a sus clientes hacia los libros cuyo contacto fraterno, como dijo Borges, significa una forma de concebir la realidad.

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