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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un concejal

En España hay unos 8.000 municipios, y en ellos, un total de 65.265 concejales, de los que 24.624 fueron elegidos en listas del PP. ETA asesinó ayer a uno de ellos, Francisco Cano, de la localidad barcelonesa de Viladecavalls. Son ya cinco los ediles de ese partido a los que ETA ha arrebatado la vida desde el fin de la tregua, y tres las víctimas cobradas por ETA en Cataluña en los tres últimos meses. En el supuesto (imposible) de que todos los concejales del PP tuvieran protección, los pistoleros atacarían a los de cualquier otro partido (hay 21.917 del PSOE). Porque para ETA no es necesario invocar motivos concretos para justificar el asesinato. Simplemente, ha decidido que generalizar el miedo favorece su causa, y obra en consecuencia.En Noticia de un secuestro, Gabriel García Marquez sintetiza así los efectos de la extensión del miedo causado por el terrorismo: "Con las primeras bombas la opinión pública pedía la cárcel para los narcoterroristas, con las siguientes pedía la extradición, pero a partir de la cuarta empezaba a pedir que los indultaran". Ayer se hicieron públicos los resultados del último Euskobarómetro. Detecta un aumento considerable de la sensación de desprotección de los ciudadanos frente a la violencia, y también del rechazo a ETA, y, simultáneamente, un aumento de las opiniones favorables a la negociación sin condiciones con ETA.

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ETA responde al pacto antiterrorista con el asesinato de un concejal del PP

En Euskadi hay evidencias de que las direcciones de los partidos nacionalistas son más radicales que sus bases, y éstas, que el electorado correspondiente. Pero existen fuertes indicios de que, sin embargo, ese electorado está dispuesto a llegar tan lejos como sea necesario -autodeterminación, independencia, lo que sea- a cambio de verse libres de la pesadilla de ETA. Algo que no ocurre entre los electores no nacionalistas, que sólo ven un horizonte peor que el actual: el resultante de una victoria de ETA. De ahí la responsabilidad de los dirigentes nacionalistas a la hora de evitar un deslizamiento hacia la renuncia a la libertad en aras del proyecto de paz que ofrece ETA.

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El portavoz del PNV, Joseba Egibar, expresó ayer en términos inequívocos su condena del atentado. A continuación dijo lo siguiente: "La gran pregunta es, a partir de la condena, qué es lo que propone cada cual para la solución de fondo de esta cuestión". Lo dijo en Barcelona, poco después de haber declarado -cuando todavía desconocía el atentado- que los principios de Lizarra siguen siendo plenamente vigentes y que el pacto entre PP y PSOE beneficia a ETA.

La pregunta de Egibar se la hacen muchos ciudadanos. Pero la respuesta que él había dado por adelantado (perseverar en la vía abierta con el pacto entre el nacionalismo democrático y ETA) es absurda a la luz de la experiencia. Ciertamente, es muy improbable que las condenas y las consideraciones morales hagan desistir a una ETA cuyo único criterio de conducta es que es legítimo todo lo que sirva para forzar la voluntad de quienes se resisten a admitir sus propias razones: aquellas en cuyo nombre mata, destruye, secuestra y extorsiona (a empresarios o futbolistas).

Sin embargo, en la medida en que los pretextos son políticos, es de suponer que sí sea receptiva a la presión de su propio entorno; a la amenaza de abandono por parte de HB y satélites. Pero para que ese entorno se plante frente a ETA será menester que el nacionalismo democrático se plante ante HB: que deje de considerar que el pluralismo vasco cabe en el lecho de Procusto de Lizarra y que es posible compartir fines con quienes consideran legítimo asesinar concejales de los demás partidos. Tal vez el hecho de que el atentado se haya producido nuevamente en Barcelona permita considerar si no habrá llegado el momento de que los nacionalistas catalanes también se planten: ante la deriva actual de la dirección de sus homólogos vascos.

Se entiende que Pujol se resista a romper los puentes ideológicos y sentimentales forjados a lo largo de decenios entre ambos nacionalismos. Pero se entendería mejor si aprovechase esos lazos para dar un paso en la exigencia al PNV y EA de una ruptura efectiva con la dinámica excluyente, no democrática, de Lizarra.

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