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Nacionalismo y Constitución

Fernando Vallespín

A lo largo de las últimas semanas, la opinión pública alemana ha vivido un intenso debate sobre su identidad nacional. Fue suscitado por las declaraciones del portavoz parlamentario de la CDU, Friedrich Metz, quien enseguida fue acorralado por atreverse a afirmar que los inmigrantes en Alemania debían adaptarse a la Leitkultur o "cultura-guía" alemana. Que éstos debían ajustar sus rasgos culturales propios a determinadas señas de identidad del país de acogida. Algo que en cualquier otra nación hubiera parecido perfectamente normal sirvió allí para que gran parte de la clase política y de los medios de comunicación comenzaran a rasgarse públicamente las vestiduras. El gran tabú, la cuestión del nacionalismo alemán, parecía haberse desprendido del velo. Para amainar en lo posible el escándalo, el partido de la oposición se vio obligado a especificar que dicho término, Leitkultur, no se refería a elementos sustantivos de la cultura alemana, sino a cuestiones tales como el necesario respeto a la Constitución federal o, pensando en las veleidades de los grupos musulmanes, al principio de igualdad entre los sexos. No es una rectificación baladí, igual que es bastante estimulante que el debate acabara por cobrar tintes jocosos.El caso alemán muestra bien a las claras cómo los sentimientos nacionales tienden a perder gran parte de sus rasgos más exacerbados cuando el grupo cobra seguridad en sí mismo. Pero también cuando son disciplinados por las prácticas e instituciones de una sociedad libre. (Puede que sean las dos caras del mismo fenómeno). Ante la inquietud que suele generar la inmigración masiva siempre es tentador agitar las aguas del populismo nacionalista. Tiene, sin embargo, pocas posibilidades de fructificar allí donde dichas instituciones son fuertes y están bien asentadas. Y donde el uso público de la razón obliga a aportar "argumentos" en vez de "sentimientos" mejor o peor articulados.

Los recientes recuerdos del franquismo, la monarquía y la transición han pasado por alto el proceso de reeducación y reajuste del propio nacionalismo español a lo largo de los últimos lustros. El nacionalismo franquista, demediado y excluyente, tuvo el efecto natural de alienar a grandes sectores de la población española respecto de su propia identidad nacional. Era la identidad de los vencedores de la Guerra Civil, con sus mismos símbolos y soflamas. Sólo la Constitución consiguió restañar esta carencia y supo conducirnos hacia un nacionalismo de nuevo cuño. Más que de nacionalismo habría que hablar en realidad de "patriotismo", de una reorganización de la identidad española a partir de valores cívicos integradores del pluralismo del país y claramente alejados de las esencias sustancialistas presentes en el molde nacional propugnado por el franquismo. Fuimos "patriotas constitucionales" sin saberlo y mucho antes de que al propio Habermas se le ocurriera la idea.

Mediante la Constitución pretendimos convertir los principios y valores constitucionales en el rasgo básico de nuestra Leitkultur. Arrinconamos sentimientos y, como los alemanes, fuimos conscientes de que un nacionalismo enfermo sólo podía curarse mediante un esfuerzo de abstracción. Sólo lo hemos conseguido a medias. Es difícil integrar en este proyecto a quienes siguen pensando que las identidades políticas son esencialistas, mutuamente excluyentes y no negociables. O que el ya inevitable pluralismo identitario puede ser redimido por otros supuestos valores etno-nacionales de superior calado. La deriva soberanista del nacionalismo vasco democrático va en esta dirección. Si nos fijamos, su objetivo no es otro que imponer su propia "cultura-guía" sustancialista en vez de tratar de adaptarla a aquella otra que bebe en la Constitución. Pero de poco puede servir recurrir a ella si es utilizada como mero subterfugio para encubrir la reacción de otro nacionalismo. Es probable que el orden constitucional no supiera compensar las exigencias de reconocimiento de naciones ofuscadas por el anterior nacionalismo español. Y fuera de consideraciones de oportunidad o de economía de conflictos, no hay nada que impida alguna revisión futura del texto constitucional. Pero para ello debe haber un compromiso irrenunciable con los valores y principios que éste representa y, por tanto, un claro distanciamiento de las posiciones del nacionalismo violento. Siempre puede aplicarse la terapia germano-española.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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