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El marxismo laureanismo

Las circunstancias, las aceradas convicciones, los obstáculos tradicionales, el pánico al contagio bolchevique, las impaciencias revolucionarias, los errores de cálculo, la coherencia sin resquicios de los maximalistas, el exceso de masa encefálica de algunos, la religión entendida por otros como defensa del inmovilismo social, la insensibilidad de tantos egoísmos primarios, el corporativismo de los militares africanistas angustiados al sentir amenazada la pervivencia de la institución castrense, el cuanto peor mejor de los conspiradores, el comed República dicho por los terratenientes a los jornaleros en paro, la propensión a transitar por los atajos de la violencia, los malos ejemplos exteriores en especial el del fascismo italiano, todo se sumó para descalabrar lo que había nacido el 14 de abril como una admirable fiesta popular, narrada de forma magistral por Josep Pla en su libro Madrid, el advenimiento de la República.La clarividencia de Azaña y en general de la intelligentsia agrupada en la tercera España, la de Francisco Giner de los Ríos, la que luego cuando el exilio de dentro y de fuera constituiría la España extraterritorial, en certera definición de Arturo Soria y Espinosa, se vio enseguida que carecía de anclajes suficientes aquí y de la necesaria proyección fuera. Asombra en los diarios de Azaña la ausencia de referentes internacionales, de análisis sobre lo que estaba aconteciendo más allá de nuestras fronteras, de contactos con otros Gobiernos. Se observa en sus escritos una saturación de nimiedades sobre la indumentaria de los interlocutores civiles, eclesiásticos y militares y una suicida incapacidad para anticipar y neutralizar sus conspiraciones. Además, la pérdida de control del orden público favorecía la legitimación de los peores intentos. Por ahí nos vendría Franco, con toda la secuela de represiones, y todo el acompañamiento de curas, monjas y militares. Fue el nacionalcatolicismo con pastoral colectiva del episcopado y declaración de santa cruzada, en la que tan gran ardor combatiente iba a demostrar la morisma musulmana. ¡Quién se lo hubiera dicho a nuestro Señor Santiago!

Tuvimos los desastres de la guerra, la implacable represión, la victoria del rencor carente de magnanimidad, la Guardia Mora en el Pardo, que tan buen referente de prestigio hubiera sido ahora para la mejor integración étnica. Concluida la II Guerra Mundial al Caudillo le cupo el honor de quedar excluido de las ayudas que el Plan Marshall dio a vencedores y vencidos. Así nos sobrevinieron la pertinaz sequía y las cartillas de racionamiento. Necesidades de Washington para obtener bases militares en España hicieron que los norteamericanos, liberadores de otros países europeos sojuzgados por el yugo nazifascista, reforzaran aquí el yugo franquista en 1953, en las mismas fechas en que lo bendecía de nuevo el Vaticano tras la firma del Concordato. La autarquía no daba más de sí y para oxigenar el régimen se brindaron los tecnócratas opusdeístas ejemplarizados en Laureano López Rodó, eximio colaborador del almirante Carrero. Los laureanistas importaron la idea de la predestinación, según la cual debemos afanarnos por la prosperidad aquí abajo porque anticipa el goce eterno allí arriba. Este punto de ignición del capitalismo weberiano, permitió rectificar el catolicismo tridentino español, tan ligado a la actitud de las manos muertas y de la inercia social.

En la España tradicional el prestigio social más que personal era familiar y se medía por el número de generaciones que podían contarse sin trabajar. Por el otro lado de la escala los resignados se convertían en emigrantes y del fatalismo pasaban a la adquisición del seiscientos y de la vivienda en propiedad. A partir del plan de estabilización y de los planes de desarrollo el marxismo-laureanismo sostenía que cuando se alcanzara un cierto nivel económico los conflictos políticos adoptarían otros planteamientos. Pero si nos llegamos a fiar de los tecnócratas las libertades seguirían esperando mejor oportunidad. Pero al fin se produjo el hecho biológico. Los españoles escarmentados tomaron por sorpresa a los hispanistas, prefirieron comportarse con la frialdad de los bálticos y optaron por la reconciliación y la concordia, mientras el Rey alertado por la memoria de su abuelo Alfonso XIII y la proximidad del destronado Constantino, desactivaba los imposibles militares.

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