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Crítica:JAZZ - CHICO O'FARRILL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¡Al fin! Chico O'Farrill & Afro-Cuban Big Band Orquesta de 18 miembros dirigida por Chico O'Farrill. Teatro Albéniz. Madrid, 14 de noviembre.

El Festival de Jazz de Madrid se ha ido y todo el mundo sabe cómo ha sido: la falta de apoyo privado y público ha interrumpido (¿definitivamente?) un capítulo ya tradicional en el otoño madrileño que, a trancas y barrancas, había llegado a su vigésima edición. Por fortuna, la desaparición anunciada del festival se ha maquillado este año con un atractivo ciclo de jazz latino que gira en torno a los participantes en la última película de Fernando Trueba, Calle 54. Y no se concebía mejor manera de iniciarlo que convocando, al fin, a un músico que lo significa todo en esta variante. Los barrocos adoran a Bach y los poperos a los Beatles; los adeptos al jazz afrocubano tienen en Chico O'Farrill a su dios particular.Testigos presenciales de la llegada de Chico O'Farrill al teatro madrileño contaron que el anciano compositor y arreglista tardó sus buenos diez minutos en recorrer la corta distancia que mediaba entre el coche y la puerta del teatro Albéniz. Parece que sus piernas, delgaditas como batutas, le respondían en la calle sólo a ratos, pero, cuando alcanzaron el podio del escenario, se antojaron firmes columnas salomónicas. Y con esa solidez orgullosa le mantuvieron durante las casi dos horas que duró su formidable concierto de presentación en España... a sus tiernos 79 años.

Es buena señal que los miembros de cualquier orquesta bromeen mientras toman posiciones. Significa que están felices de participar en un proyecto que consideran importante, y justamente esa sensación dieron los excelentes instrumentistas que ha reunido O'Farrill para plasmar la música que, hasta hace bien poco, estaba condenada a ser simple anotación sobre papel pautado.

A fuerza de trabajar a la sombra de los más grandes, de Benny Goodman a Machito, el compositor cubano se había acostumbrado a postergar su mundo secreto hasta que algún ángel terrenal le ha brindado la ocasión de sacarlo a la luz.

En el Albéniz, Chico O'Farrill confirmó su talento para conjugar la influencia de compositores cultos americanos y europeos con la gran tradición afrocubana y las orquestas de jazz de la era del swing.

En su música hubo su poquito de Ravel, Copland y Ellington y su mucho de son y corazón. Tan atrevida amalgama podía incitar al baile, pero no era cosa de perderse el exquisito balance dinámico, la riqueza tímbrica y el torrente de hallazgos rítmicos y melódicos que recorrían las partituras como un calambre tonificante, del primero al último compás.

La orquesta planteó un cumplido repaso a la música de Chico, desde la maravillosa Afro-cuban suite de los años cuarenta, en la misma versión abreviada que aparece en la película de Trueba, a piezas de sus discos más recientes. Un notable plantel de solistas -espléndidos Jimmy Cozier (saxo alto) en Pure emotion y Sam Purvis (trombón) en La Habana blues- hizo delicados honores a las baladas románticas y tiró a matar en las piezas explosivas. Los formatos ambiciosos asomaron en una suite dedicada a Dizzy Gillespie, otro histórico delfín de la causa afrocubana, y los modestos se manifestaron en preciosas miniaturas que se quedaron cortas sólo en duración. El público del teatro Albéniz no quería marcharse, pero comprendió que a Chico O'Farrill le costaba un triunfo cada salida al escenario, y aceptó como única propina un fantástico arreglo del clásico Carioca. Despidió al protagonista de la noche en pie, con ese redoblado cariño que se reserva a quienes han hecho alguna contribución verdaderamente especial a la música.

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