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La encrucijada musical de Berlín

La aspiración que ostenta Berlín de llegar a ser el punto de referencia de las tendencias culturales, como en otros momentos históricos lo han sido París o Nueva York, está encontrando en el terreno musical un camino lleno de obstáculos. La crisis de la ópera, con la reducción presupuestaria y la propuesta del senador de Cultura de Berlín, Prof. Dr. Christoph Stölzl, de fusionar los dos principales teatros líricos, dedicando la Staatsoper (Berlín Este) al repertorio que va desde el barroco hasta el romanticismo temprano y la Deutsche Oper (Berlín Oeste) a los grandes títulos del XIX y XX, ha encendido las señales de alarma en el ambiente operístico alemán, y no solamente alemán, disparando muchas hipótesis y sacando a la luz contradicciones en algunos casos preocupantes.Una de las señas de identidad cultural de Berlín (y de Alemania, y de Europa) es la Orquesta Filarmónica. El anunciado relevo de Claudio Abbado por Simon Rattle al frente de la misma fue una apuesta de futuro muy valiente que no ha impedido, a pesar del respaldo mayoritario de los músicos en la elección de su nuevo director, que algunos de los solistas más distinguidos hayan abandonado la mítica agrupación en busca de otras orquestas (fundamentalmente americanas o de Baviera) en las que las perspectivas económicas son más generosas. El trasiego despertó la lógica preocupación, incrementada por la disminución de los ingresos procedentes de las grabaciones y por las dificultades en la renovación de los abonos cuando se producían defunciones. La sangre no llegó, en cualquier caso, al río.

La crisis ha saltado, sin embargo, en la ópera. La desafortunada injerencia política amenaza con la desaparición de 77 puestos de trabajo entre los instrumentistas, a los que habría que añadir 40 más del coro y 16 del ballet, según informaciones de la propia Staatsoper. Para un ahorro de 10 a 14 millones de marcos, como afirma Peter Jonas, director de la Ópera de Múnich, en una entrevista publicada en el Süddeutsche Zeitung, no parece de ninguna manera justificable una operación de pérdida de identidad artística tan compleja. Un empresario privado ha acudido en ayuda de la Staatsoper y no han faltado muestras de solidaridad de músicos de todo el mundo. Incluso se esperan aportaciones económicas del mecenas más poderoso en temas musicales, el cubano-americano Alberto Vilar, que últimamente ha diversificado sus apoyos al Festival de Salzburgo con otros al de Glyndebourne, al Metropolitan, al Kirov y hasta ha prometido hacerse cargo de la producción del próximo Tannhäuser en Bayreuth en 2002.

Entre tantas encrucijadas, una de las cuestiones más chocantes es la carrera de méritos hacia una dimensión de autenticidad alemana que están llevando a cabo Daniel Barenboim (Staatsoper) y Christian Thielemann (Deutsche Oper), espoleados por grupos de intereses que pululan a su alrededor. Cuando Barenboim no salió victorioso ante Rattle de la batalla de la Filarmónica de Berlín, los partidarios del director argentino lamentaban esta decisión, a su juicio, suicida, de los filarmónicos, por lo que Barenboim significa de continuador de una tradición al viejo estilo que hunde sus raíces en Furtwängler. La reivindicación de la línea alemana de Thielemann no se hizo esperar, intensificándose especialmente este verano después de su dirección de Los maestros cantores en Bayreuth (en una revista de ópera inglesa se da por hecho que Thielemann se hará cargo del próximo Anillo en la verde colina wagneriana). La carrera de pureza conceptual ha desembocado en remover heridas ideológicas no lo suficientemente cerradas entre el este y el oeste de Berlín. De ahí a recordar el origen judío de Barenboim hay sólo un paso. En fin.

Hoy precisamente estaba anunciado en Madrid un recital de Barenboim, con nada menos que Iberia, de Albéniz. A tenor de las circunstancias berlinesas, la cancelación no sorprende. Sí ha estado esta semana, sin embargo, en Valencia, Madrid y Santiago de Compostela Simon Rattle, puntal clave de la movida musical berlinesa. De él escribió ayer, en este periódico, Luis Suñén que es "hoy por hoy la apuesta más segura a la hora de cambiar las peores costumbres de la vida musical, la inanidad de tanto concierto, el desdén de los nuevos públicos por un espectáculo muchas veces apolillado", y apuntaba que la Filarmónica de Berlín "debería cuidarle como oro en paño". Las esperanzas de desbloquear los callejones de difícil salida en Berlín pasan por el trabajo en libertad y sin intromisiones de artistas de esta categoría.

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