Divergencia y desunión

El llamado caso Pallerols, en el que se dirime la presunta financiación ilegal a Unió Democràtica mediante fondos de la UE gestionados por la Generalitat de Catalunya, ha disparado las tensiones internas de la coalición Convergència i Unió (CiU). La suspensión de las subvenciones de Bruselas mal gestionadas marca un punto de no retorno. Hasta ese momento CiU minimizaba el asunto, haciendo oídos sordos a la exigencia de la oposición de crear una comisión de investigación parlamentaria. Tras la decisión de la Comisión Europea de paralizar transferencias por valor de 2.300 millones de pesetas, primero, y por 10.000 millones después, todo ha cambiado.Hasta ese instante, el líder de Unió, Josep Antoni Duran i Lleida, había dado por "caducado" el problema y el jefe de la coalición, Jordi Pujol, se solidarizaba con él. Al fin Pujol se ha desmarcado reconociendo que el caso constituye una "mancha" para la institución que preside -lo que ha obligado a Duran a sumarse de mala gana al carro autocrítico- y anunciando que alguien, todavía por concretar, deberá asumir responsabilidades.

Es algo inédito. Todos los precedentes de presuntas corrupciones políticas en este ámbito se saldaron en falso. ¿Qué sucede ahora? Que la gestión irregular y el desvío de dineros destinados a la formación de parados abre interrogantes sobre la eficacia en el control del gasto, la coherencia de la vocación europeísta o la doble vara de medir según a quién afecten los escándalos. Y que esta crisis se desata cuando el ciclo pujolista ha cumplido dos decenios sin haber definido el modelo y el liderazgo convenientes para el recambio.

El esquema utilizado por CiU durante este tiempo -hegemonía en Cataluña, capacidad dirimente en España- se ha roto por la mayoría absoluta del PP y el fortalecimiento de la oposición socialista, que encabeza Pasqual Maragall. La pugna por la sucesión de Pujol se hace cada día más descarnada. El candidato convergente, Artur Mas, marca desde Hacienda y desde la portavocía al Departamento de Trabajo, que ha estado siempre en manos de Unió y que aparece como responsable del caso Pallerols. Unió responde con amenazas soterradas de levantar alfombras y romper la baraja. Y todos los asuntos de actualidad se leen en clave sucesoria: desde el reparto de carteras hasta el debate ideológico sobre el futuro del nacionalismo.

Es sintomático que los partidos coaligados discrepen sobre lo que es la esencia de su oferta, la modulación del catalanismo político. La mayoría de Convergència opta por orientarlo hacia un soberanismo retórico, aunque Pujol pugna por limar sus asperezas. Mientras, Unió reniega del vocablo "nacionalismo" en favor de una línea autonomista. De la crisis sólo se saldrá si, tras los inminentes congresos de ambas formaciones, quedan encauzados los dos litigios clave: el modelo político y el liderazgo. De lo contrario, no es descartable que las fisuras acaben convirtiéndose en fracturas.