La exquisita corrección
Es Manon una ópera con encanto, que el aficionado madrileño tiene algo olvidada del tiempo que hace que no se representa en la capital. Es oportuna su recuperación y, más aún, si sirve de excusa para otra recuperación, la de la soprano María Bayo, por primera vez en escena en el nuevo Real, al igual que el barítono Manuel Lanza. Las asignaturas pendientes se van poco a poco aprobando o saldando y el coliseo de la plaza de Oriente va adquiriendo el signo de la normalidad.De normalidad se puede hablar también a propósito de representación de Manon. No hubo sobresaltos. Una compañía de canto que lo hizo bonito; una dirección de orquesta no excesivamente refinada pero sí con capacidad concertadora; una dirección de escena convencional, apoyada en una funcional escenografía de Ezio Frigerio, un vestuario en tonos pasteles dominantes de Franca Squarciapino y una luminotecnia en claroscuros de Vinicio Cheli. De todo ello se beneficiaba la narración, la historia, el teatro. El espectáculo transcurría con fluidez, con la belleza sobresaliendo más que la pasión.
Manon
De Jules Massenet. Con María Bayo, William Joyner, Jean-Marie Frémeau, Manuel Lanza, Rodolphe Briand, Carlos López, Soledad Cardoso, Mireia Pintó, Soraya Chaves y Miguel Sola. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Vjekoslav Sutej. Director de escena: Nicolas Joël. Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino. Producción del Capitole de Toulouse y La Scala de Milán. Teatro Real, Madrid, 29 de octubre.
Es Massenet un autor de oficio extraordinario que dosifica los climas de encantamiento melódico con precisión y los envuelve en una estructura musical muy cuidada y contrastada. Se ha dicho que su música es idónea para modistillas, por la tendencia al sentimentalismo. Bueno, es una música propia de un tiempo y un país, que ha sido asimilada a la perfección por algunos de nuestros cantantes de postín: Alfredo Kraus, por ejemplo, Werther de referencia; Victoria de los Ángeles, por ejemplo, la mejor cantante en lengua francesa de todos los tiempos, como han reconocido los propios franceses, que para Massenet dejó una Manon de antología.
Ahora se canta, se actúa, de otra manera. María Bayo, después de sus inmersiones mozartianas, ha tomado vocacionalmente también el camino francés: su anunciada Melisande en el Real para el año que viene; sus Cuentos de Hoffmann próximamente en Sevilla, lo confirman. La soprano navarra es una cantante de mucha profesionalidad, que se acerca a Manon desde una doble perspectiva técnica y expresiva en la construcción del personaje. En lo técnico destaca su precisión en el dominio del idioma, su habilidad para salvar con desparpajo la variedad de escollos musicales, haciendo evolucionar a su personaje desde la ingenuidad al dramatismo, acentuando, cuando la situación lo requiere, los aspectos intimistas, trágicos u ornamentales. En lo expresivo, María Bayo despliega un inmenso talento como actriz. Sus gestos medidos, sus movimientos llenos de intención, dan credibilidad al retrato psicológico. No es el suyo un acercamiento intuitivo sino pensado, muy pensado. A la naturalidad llega desde el control del artificio.
Fue la gran triunfadora de la noche. Hubo frescura en la voz, exhibición de todo tipo de recursos vocales y teatrales y construcción profunda de su personaje. Sin embargo, no alcanzó ese más allá difícil de explicar que traspasa el escenario. ¿Obstaculizó su perfeccionismo a su componente pasional? Es posible, y es posible también que en los próximos días, con el éxito ya asegurado, logre ese último chispazo que se ve tan cercano.
Desigual se mostró el tenor William Joyner. De voz dulce y atractiva, consiguió momentos muy bellos en los dos primeros actos, e incluso en el quinto, y quedó un poco pálido en la escena de San Sulpicio. El barítono Manuel Lanza desplegó una buena línea de canto como Lescaut y, en general, el reparto fue aceptable aunque moviéndose en un tono de exquisita corrección, la misma que se desprendía de la escena, del coro y hasta del foso.
Babelia
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