Carlo María Martini, el cardenal cauteloso
RomaUn equipo de hábiles colaboradores rodea al cardenal de Milán, Carlo Maria Martini, en el reino particular de la poderosa diócesis que dirige desde hace más de veinte años. Su encargado de prensa, el sacerdote Gianna Zappa, lo controla todo con discreción. El cardenal, de 73 años, hombre solicitadísimo, atiende sólo las cuestiones importantes, y don Zappa, como se le conoce, se ocupa de filtrar todas las peticiones, todas las preguntas, siempre vía fax, para que nada ni nadie perturbe a Su Eminencia. Martini, que recogerá el viernes el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, representa en estos momentos el lado dialogante, progresista, en una Iglesia católica en la que sobreviven mil y una tendencias. En estas declaraciones, el cardenal de Milán defiende la importancia del diálogo ecuménico y reconoce que, a través de la confrontación de las fórmulas de fe, "se puede llegar a la conclusión de que se intenta decir lo mismo, aunque con palabras distintas".
Nacido en Orbassano, hoy un barrio de Turín, el 15 de febrero de 1927, en el seno de una familia burguesa -el padre era ingeniero y ocupó el cargo de podestà, una especie de alcalde, durante la etapa fascista-, Martini fue ordenado sacerdote en 1952. Quizás sea su formación erudita (es licenciado en Teología y Sagradas Escrituras y domina seis idiomas, además del latín y el griego clásico), lo que da un toque de solvencia a todas sus intervenciones, que son recogidas puntualmente por la prensa italiana, que lo considera una especie de papa doméstico. En el complejo escenario de la Iglesia católica de hoy, Martini se esfuerza por ser un moderador, un puente entre corrientes diversas. Quizás por eso, el elegante cardenal no se distingue por las frases rotundas o polémicas, y sus declaraciones dan la impresión de haber sido sopesadas con gran cuidado. Preguntado por EL PAÍS si considera que debería celebrarse un nuevo Concilio, el cardenal responde: "Considero probable que en el siglo que comienza haya todavía estas convocatorias universales".
Contempla la Iglesia actual y las exigencias de cambio que reclaman muchos sectores en su seno (celibato, mayor participación de las mujeres) con particular cautela, y cuando se le interroga sobre el porqué de las enormes dificultades de la Iglesia para responder a los problemas del mundo moderno, Martini, un experto en las Sagradas Escrituras, se vale del Evangelio para responder. "Su pregunta me recuerda las palabras que Jesús dice a sus apóstoles cuando les envía a predicar: 'Habéis recibido gratuitamente, dad gratuitamente. No llevéis oro, ni plata, ni monedas de cobre en los cinturones, ni zurrón, ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculos, porque el trabajador tiene derecho a ser nutrido'. Estas palabras invitan a la sobriedad. Evidentemente, la Iglesia tiene una gran tradición y una relación muy estrecha con la cultura occidental, que ha nacido, en parte, por influjo del cristianismo. Pero la Iglesia está obligada a distinguir continuamente entre lo esencial y lo accesorio. Lo esencial es el Evangelio, es enseñar a vivir como vivía Jesús. Todo lo demás está en función de esto".
En el Sínodo de los Obispos europeos de 1999, el cardenal Martini alzó su voz para reclamar precisamente la reunión de un "instrumento colegial más universal y riguroso". ¿Pedía la reunión de un nuevo Concilio? "El Vaticano II es el Concilio que ha marcado con su gracia el pasado siglo. Por otra parte, el Concilio, como explica también el Código de Derecho Canónico, forma parte de la constitución jerárquica de la Iglesia. El canon 337 dice: 'El Colegio de Obispos ejerce en modo solemne la potestad sobre la Iglesia Universal en el Concilio ecuménico'", dice el cardenal. "Se trata, evidentemente, del Colegio de Obispos que tiene al frente al Papa. Incluso el párrafo 3 del mismo canon dice: 'Corresponde al Romano Pontífice, según las necesidades de la Iglesia, elegir y promover los modos con los que el Colegio de Obispos puede ejercitar colegialmente sus oficios por la Iglesia Universal'. En un mundo en el que la Iglesia habla ya todos los idiomas y está presente entre todos los pueblos, es importante que los obispos tengan forma de reunirse y de comparar sus lenguajes, viviendo de una manera intensa esta colegialidad. Todo esto se produce, sobre todo, en el Concilio ecuménico. Considero probable que en el siglo que se inicia se sigan celebrando estas convocatorias universales".
Ante las cámaras o ante el magnetófono de un periodista, el cardenal es capaz de componer una aguda definición. Por ejemplo, sobre Dios: "Algo infinitamente más grande de todo aquello que podemos pensar, decir o imaginar, algo que está más allá de cualquier esfuerzo nuestro de descripción o incluso de definición". Cabe preguntarse si el dogma católico no es precisamente un intento de definir lo indefinible. "Sabemos que nuestro hablar indica una realidad que, no obstante, no puede estar contenida sólo en el ámbito de nuestras palabras", responde Martini. "Al contemplar a Jesucristo contemplamos la manifestación de Dios santo e indefinible. Cuando vemos a Jesús vemos al Padre; pese a ello sabemos que nuestra comprensión es limitada. La fe cristiana nos promete que un día veremos a Dios tal como es, lo conoceremos tal y como él nos conoce. En esta vida tendemos siempre hacia esta contemplación plena de Dios".
Si hay algo que llama poderosamente la atención en Martini es su capacidad de evitar los enfrentamientos. Cuando arreciaban las críticas de sectores progresistas al último documento vaticano firmado por el cardenal Joseph Ratzinger, Dominus Iesus, del que emerge la Iglesia como poseedora de la verdad absoluta, Martini lo defendía, asegurando que nada está perdido en el diálogo interreligioso. "Para avanzar en el camino del ecumenismo es necesaria una gran voluntad de diálogo, e incluso una confrontación de las fórmulas de fe", declara el purpurado. "A través de esta confrontación se puede llegar a la conclusión de que se intenta decir lo mismo, aunque con palabras diversas. Es lo que ha sucedido, precisamente, con los luteranos en el tema de la justificación. Lo que demuestra que el diálogo ecuménico es posible y lleva a progresos reales".
En Martini se percibe con claridad la importancia de la educación jesuita recibida desde la infancia. Algo que ha marcado su vida como, él mismo reconoce. "Para mí la identidad de jesuita es, sobre todo, la que configuran los ejercicios espirituales de san Ignacio. Los ejercicios son una metodología para elecciones de vida que se fundan en la afinidad con el corazón de Cristo, en la prioridad de las elecciones evangélicas de la pobreza y de la humildad. Ser jesuita significa practicar el discernimiento de los espíritus, es decir, hacerse sensible a lo que el Espíritu Santo opera en los corazones. Todo esto me es de gran ayuda incluso en el ejercicio del episcopado".
No deja de ser curioso que dos de las grandes corrientes del catolicismo, la representada por la Compañía de Jesús y, modernamente, el Opus Dei, profundamente contrapuestas, hayan nacido en España. ¿Podría hablarse de un catolicismo a la española? "Cuando pienso en el catolicismo español pienso en primer lugar en san Ignacio, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila, etcétera", dice Martini. "Estos gigantes del espíritu han influido enormemente en la vida de la Iglesia y todavía hoy son fuente de gran inspiración. Me parece que en este sentido sí se puede hablar de un catolicismo a la española, en el sentido de una gran tradición espiritual, ascética y mística".
Martini se ha ocupado en su larga experiencia pastoral de temas a menudo polémicos como los progresos de la ciencia, considerando, como explicó en una intervención pública en 1998, que no existen límites a su avance a priori. Y el descubrimiento del genoma le arrancó un decidido aplauso. El cardenal no cree ser un ejemplo aislado en la jerarquía católica. "La Iglesia está muy abierta a todos los descubrimientos científicos que ayudan a profundizar nuestro conocimiento del misterio del mundo", explica. "En este sentido decía que no hay límites a priori para la ciencia. Los límites son de carácter ético y se refieren a las aplicaciones tecnológicas y hasta a la manera de llevar a cabo la investigación. Se trata de respetar en todo momento la dignidad del hombre, y de obtener de cada investigación una mayor libertad y dignidad de la persona".
El cardenal de Milán defiende a la poderosa institución de la que forma parte incluso en cuestiones tan problemáticas para la jerarquía católica como la sexualidad. "Cuando la Iglesia habla de sexualidad", escribió hace tiempo el cardenal, "lo único que hace es aceptar la sabiduría común de los pueblos". Una sabiduría que ha cambiado extraordinariamente en los últimos 20 años, cabría alegar, sin que la Iglesia parezca haberlo advertido.
"El mismo hecho de que usted hable de los últimos 20 años es un síntoma de que se necesita mucha ponderación a la hora de hablar de cambios en la sabiduría humana. La Iglesia parte de una sabiduría de siglos, que ha propuesto siempre la dignidad del hombre y el respeto de la persona como puntos irrenunciables, y aclara y profundiza esto considerando al cuerpo humano templo del Espíritu Santo y realidad vivificada por el Cristo resucitado. Desde esta base se puede hablar con serenidad y con claridad incluso del sitio que le corresponde a la sensualidad en la vida humana".
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