Oh, Jerusalén
Tomo prestado el título del libro de Dominique Lapierre y Larry Collins para significar el peso del debate sobre Jerusalén en las negociaciones de paz en Oriente Próximo, afectadas ahora por el rebrote de la violencia. Sumidos en el pesimismo de la crisis, apenas son considerados los importantísimos avances alcanzados en las negociaciones auspiciadas por la Administración estadounidense, cuando lo cierto es que parecen confirmarse progresos sin precedentes en terrenos tan trascendentales como la fijación de las fronteras, los asentamientos o la corresponsabilidad de Israel en la resolución del problema de los refugiados.El nudo gordiano de las negociaciones lo constituye la ciudad vieja de Jerusalén, apenas cuatro kilómetros cuadrados... y 3.000 años de civilización. Allí donde el debate supera los contornos políticos para adentrarse en los espirituales. En ese reducido espacio geográfico se sitúa la Ciudad Santa, cuna de tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam).
Las impactantes imágenes de los últimos días hacen inútil cualquier glosa, pero hay que seguir confiando en las personalidades que están sinceramente comprometidas con el proceso de paz, el primer ministro israelí, Ehud Barak, y el presidente de la Autoridad Palestina, Yasir Arafat, que tienen la responsabilidad de, a pesar de las circunstancias, volver a sentarse en torno a una mesa para seguir dialogando.
Hoy hace precisamente un mes, Arafat se vio obligado a imponer su autoridad en el Consejo Central de la OLP para volver a posponer la declaración de creación del Estado palestino, que, producida de manera unilateral, habría tenido efectos devastadores. Por su parte, Barak, asumiendo su responsabilidad frente a las protestas internas de la oposición, ha avanzado propuestas que hubieran resultado impensables unas semanas antes de Camp David.
De la voluntad política que ahora más que en ningún otro momento han de dar muestra los dirigentes políticos israelíes y palestinos, y de su disposición a hacer concesiones fundamentales, sin duda dolorosas, depende que podamos mantener la esperanza en que, incluso sobre los elementos más difíciles, las partes en conflicto sean capaces de encontrar soluciones creativas. Porque el tiempo aprieta: el cambio en la presidencia estadounidense, el final de las vacaciones parlamentarias en la Knesset (Parlamento de Israel), que augura un fuerte acoso de la oposición al Gobierno minoritario de Barak, y las crecientes contestaciones internas de los más radicales con las que se enfrenta Arafat, obliga a todos a empeñarse a fondo para que no se escape una oportunidad que podría no volver a presentarse en muchos años.
Varias posibilidades se presentan ante los negociadores en la búsqueda de soluciones sobre el estatus definitivo de Jerusalén.
La primera, y aparentemente más fácil, consistiría en aparcar el problema, cerrando un acuerdo global que dejara abierto para resolver en el futuro lo que en este momento no sea posible.
Una segunda opción consistiría en dividir los barrios de la ciudad vieja, cuya soberanía se repartiría entre israelíes y palestinos, fórmula que, con distintas variantes, no terminó de concretarse en las conversaciones de Camp David.
Al ministro interino israelí de Exteriores, Shlomo Ben-Ami, se le atribuye la idea de dividir verticalmente la soberanía sobre el Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas, dejando en manos palestinas las mezquitas Al Aqsa y Omar, y bajo control de Israel, su subsuelo (donde se supone que se encuentran las ruinas del Templo de Salomón).
El pleno del Parlamento Europeo fue testigo de excepción de sendas propuestas presentadas por el presidente del Consejo Legislativo Palestino, Ahmad Qurie (Abú Alaa), arquitecto de los acuerdos de Oslo, y el presidente del Parlamento israelí, Avram Burg. Abú Alaa sostuvo que los palestinos renunciarían a situar su capital en Jerusalén Este si los israelíes hacían lo propio internacionalizando la soberanía de la ciudad, que pasaría a manos de Naciones Unidas. Burg dejó ver su esperanza en los trabajos del think tank Instituto Jerusalén, basados en una idea lanzada en su día por el fallecido rey Hussein de Jordania: la soberanía de los lugares santos pertenece a Dios. El reto ahora consistiría en aportar propuestas imaginativas sobre cómo articular funcionalmente esa idea.
Pero, naturalmente, el éxito final depende sobre todo de la decisión y el coraje personal que han venido acreditando Barak y Arafat, ellos atraen sobre sí, especialmente en estos días, las esperanzas y el interés mundial para asegurar la paz en una región relativamente pequeña (23.000 kilómetros cuadrados), en general poco desarrollada, pero que es clave en la estabilidad del mundo, que se vería amenazada por un desbordamiento del fundamentalismo religioso..
Gerardo Galeote es presidente de la delegación para las relaciones con Israel del Parlamento Europeo
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