España, sin milagro
La percepción subjetiva de la situación económica que se deduce del sondeo de Demoscopia que publicamos hoy coincide con algunos indicadores objetivos en la configuración de un escenario, como mínimo, menos favorable que el de la primera mitad del año. La impresión de que las cosas están peor aumenta significativamente, y ello se asocia claramente a la manifiesta debilidad del euro y al no menos acusado encarecimiento del precio del petróleo.Es una percepción que se da también en otros países europeos y que cuenta con el respaldo de algunos indicadores estadísticos menos subjetivos, pero igualmente expresivos del comportamiento económico de las familias y de las empresas. La caída de las matriculaciones de vehículos y la moderación en el crecimiento de la producción industrial son las más recientes de esas señales. Las primeras han registrado una reducción del 4,8% en septiembre respecto al mismo mes de 1999, mientras que el Índice de Producción Industrial (IPI) aumentaba en julio tan sólo un 2,7% en términos interanuales, por debajo de lo mayoritariamente anticipado por los analistas.
Este deslizamiento hacia una percepción más pesimista se explica, en primer lugar, por las alteraciones producidas en el entorno en el que está integrada la economía española. Pero también porque era inevitable que se hicieran sentir los efectos de un ritmo de crecimiento superior al promedio europeo y del patrón dominante en esa expansión: el impulso de la demanda interna en estos cuatro últimos años.
El aumento en el precio del petróleo y la depreciación del euro eran los peores acompañantes con los que podía contar la tasa de inflación española, divergente de las del resto del área euro desde principios del pasado año. El endurecimiento de la política monetaria del BCE, con la elevación de los tipos de interés, ha contribuido por su parte a reducir aún más la capacidad de gasto de las familias, además de dificultar las decisiones de inversión de las empresas. El resultado no puede ser otro que esa moderación ya observada desde hace meses en el ritmo de crecimiento de la demanda nacional.
Lo relevante ahora no es tanto anticipar una eventual recuperación de esa demanda interna, difícil por el momento, sino preguntarse hasta qué punto puede compensarse ese menor dinamismo del consumo y la inversión nacionales con una mayor contribución del sector exterior al crecimiento de la economía. Para ello, la fortaleza competitiva de las empresas es básica, y ello exige una evolución de los precios mucho más moderada que la registrada en el último año y medio. La tardanza del Gobierno en acometer reformas conducentes al mejor funcionamiento de algunos mercados y sectores tradicionalmente inflacionistas, ha hecho que sus propósitos de estabilidad sean poco creíbles, y que la mayoría de los agentes económicos, aquellos que tienen capacidad para hacerlo, traten de preservarse frente a pérdidas de su poder de compra.
Si a lo anterior se añaden las previsibles tensiones salariales consecuentes con el incumplimiento sucesivo de los objetivos de inflación del Gobierno, es posible que nos encontremos al final de los factores que hicieron posible el milagro económico español: una meteorología benévola y unos tipos de interés y un precio del crudo históricamente bajos. El Gobierno del PP se apuntó el mérito del crecimiento equilibrado de estos años; le ha llegado el momento de demostrar que también es capaz de dirigir con pericia la economía española en ausencia de esos factores exógenos favorables; o sea, de prolongar el milagro sin la intercesión de los santos patrones del petróleo, la lluvia y la plata.
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